martes, 27 de marzo de 2018

Que los robots coticen y ayuden a pagar las pensiones y una renta básica universal



Un informe que augura que el 34% de los empleos actuales estarán en peligro en 2030 en España por la automatización hace revivir un debate que ya afrontó en parte el Parlamento Europeo hace un año
Pepe Álvarez, líder de UGT, cree que hay que reflexionar sobre si las máquinas que sustituyen a empleados tienen que tributar. Bill Gates cree que sí, que hay que ponerle impuestos a los robots de la automatización.


Artículo de Arsenio Escolar en eldiario de fecha 12/3/2018.


Los robots podrán ocupar la mitad de empleos de Japón en 2030, según un informe 

Las plataformas de pensionistas que el  pasado 22 de febrero, jueves, sorprendieron a Gobierno, oposición y sindicatos al tomar las calles de 86 ciudades españolas van a volver a ellas el próximo sábado, 17 de marzo. Los jubilados no estarán esta vez solos. Han convocado sus nuevas movilizaciones para un sábado para que puedan acompañarlos sus hijos, sus nietos y todo aquel que, activo o no activo, con empleo o sin empleo, esté preocupado por el presente y por el futuro de nuestro sistema público de pensiones.

Tras la gigantesca movilización feminista del pasado jueves 8, el Gobierno apenas ha reaccionado por ahora con un gesto mínimo: un lazo morado en la chaqueta del presidente, Mariano Rajoy, gesto que fue tachado de oportunista y cínico entre la oposición y que ha sido polémico incluso dentro de las filas del PP. Tras las movilizaciones de pensionistas de hace casi un mes, y la exhibición de fuerza delgrey power, el Ejecutivo sólo ha reaccionado por ahora con una ocurrencia del ministro de la caja de caudales, Cristóbal Montoro, que habló de manera inconcreta de bajarles el IRPF a algunos pensionistas de edad “muy avanzada”.

Este miércoles, en el pleno monográfico sobre las pensiones que celebrará el Congreso de los Diputados, tendrán Rajoy, el Gobierno y el PP una nueva oportunidad para afrontar el problema con algo más que una ocurrencia. ¿Cederán a la presión de la calle y de la oposición parlamentaria y cambiarán su propia ley para que la revalorización anual de las pensiones sea superior al 0,25% que fija la norma, paupérrima subida que ha sido uno de los detonantes de las protestas? ¿Irán incluso más allá, y admitirán que algunas pensiones se paguen desde los Presupuestos Generales del Estado, vía impuestos? 

Sea ahora, sea un poco más adelante, en el PP previsiblemente se reaccionará con mayor convicción cuando vean que la marea de la calle les inunda los graneros de votos y deja alguno de ellos muy deteriorado. Puede estar empezando a pasar. Un dato: en el Barómetro del CIS de enero de 2017, el 34,6% de los encuestados de 65 años o más decían directamente que votarían al PP. Un año después, en el Barómetro del CIS de enero de 2018 -cuando los pensionistas ya sabían que la recuperación económica tan cacareada por el Gobierno les ha dado este año una subida de la pensión del 0,25%; es decir, 1,5 euros más al mes a muchos de ellos-, ese porcentaje ha bajado al 28,8%. Casi seis puntos porcentuales de caída en doce meses y ello pese a que cuando se hizo el campo del Barómetro de enero pasado aún no habían empezado las grandes movilizaciones de los pensionistas. 

Reacciones rápidas y medidas a corto plazo aparte, la reflexión sobre el futuro de las pensiones ocupa cada vez más tiempo en instituciones públicas, partidos, sindicatos y think tanks. Entre las ideas que ahora se barajan, una que ya comenzó a debatirse hace un par de años: que los robots que están sustituyendo a personas en algunos empleos coticen a la Seguridad Social o que al menos aporten vía impuestos al erario cantidades significativas que permitan completar las políticas sociales, entre ellas el sostenimiento y mejora del sistema público de pensiones. Se sumó a ella hasta Bill Gates, el fundador de Microsoft, una de las grandes compañías aceleradoras de los procesos de automatización. "S i una persona hace un trabajo valorado en 50.000 dólares en una fábrica, esa cantidad es sometida a impuestos sobre la renta, impuestos de la Seguridad Social y todas esas cosas. Si un robot viene para hacer el mismo trabajo, pensarías que habría que ponerle un impuesto del mismo nivel ", comentó Gates.

La idea ha vuelto al primer plano del debate tras un estudio reciente sobre el impacto de la automatización en el empleo. Se titula 'Will robots really steal our jobs'  (¿Realmente robarán los robots nuestros empleos?), lo ha hecho la consultora PwC y analiza la situación en 29 países. Las conclusiones, para el nuestro, son bastante inquietantes: en 2030, la automatización mediante robots de muchas tareas hará que el 34% de los empleos actuales estén entonces en peligro, pues se podrán hacer con máquinas inteligentes. Los empleados con menor formación y los sectores de transporte, logística e industria –y en menor medida los de alimentación y distribución- son los que mayor riesgo corren. El estudio de PwC confirma en gran medida lo que apuntaba otro de la OCDE que en 2016 situaba a España como el tercer país de entre los 21 de la organización analizados, tras Alemania y Austria, al que más afectaría la sustitución de empleados por máquinas con inteligencia artificial. 

En octubre de 2016, poco después del estudio de la OCDE, Pepe Álvarez, recién llegado entonces a la secretaría general de UGT, planteó en un acto sindical en Asturias que las empresas compensaran a la Seguridad Social, mediante una cotización o alguna otra medida similar, por la pérdida de empleos que se producía con los avances tecnológicos en las cadenas de producción. "Que los robots paguen a la Seguridad Social por los trabajadores que no están en las empresas", resumió Álvarez. 

El asunto no era nuevo. Por aquel entonces, en el Parlamento Europeo ya se trabajaba en una iniciativa similar, impulsada por los grupos de izquierda. Un texto aprobado en la comisión parlamentaria señalaba que "considerando que el desarrollo de la robótica y la inteligencia artificial puede dar lugar a que los robots asuman gran parte del trabajo que ahora realizan los seres humanos sin que puedan reemplazarse por completo los empleos perdidos" debería "estudiarse la posibilidad de someter a impuesto el trabajo ejecutado por robots o exigir un gravamen por el uso y mantenimiento de cada robot" para financiar el reciclaje profesional de las personas que perdieran su puesto de trabajo. En el pleno del Europarlamento, ya en febrero de 2017, los grupos de derecha rebajaron el texto. Se instaba a la UE a que legislara sobre robots y automatización, pero se eliminaban las referencias al impacto de la robotización en el mercado laboral y a los posibles impuestos para compensarlo.

Ahora, tras el informe de PwC, Pepe Álvarez, el líder de UGT, insiste, y con más convicción. “Mantengo lo que dije. El debate está abierto, hemos de reflexionar sobre ello. Al PSOE no lo he convencido, a algunos dirigentes de Podemos sí”.

Su idea no la comparte su homólogo en Comisiones Obreras, Unai Sordo: “Nosotros más bien pensamos que si la robotización se implanta en las empresas es para mejorar la productividad, y que lo que hay que gravar es el beneficio empresarial con un funcionamiento mucho más activo del impuesto de sociedades”. El líder de Comisiones considera que “no hay que desincentivar la inversión tecnológica porque es necesaria para mejorar el tejido productivo español”. “Nuestra forma de buscar ‘la cotización de los robots’ es hacer que más empresas paguen realmente los impuestos que tienen”, concluye Sordo.

En CEOE tampoco están a favor de que los robots paguen impuestos. Consideran que hay que afrontar antes otras cuestiones derivadas del cambio tecnológico que en su opinión están afectando más que la automatización a la caja de la Seguridad Social: “La llamada ‘economía colaborativa’, que en ocasiones no es colaborativa, crea competencia desleal y no aporta cotizaciones sociales o cotiza muy poco”, en palabras de un dirigente de la patronal.

En sus conclusiones, el informe de PwC llega incluso a relacionar el auge de los robots y de la inteligencia artificial con los ingresos públicos y con un reparto también social de la riqueza generada. Propone que “además de invertir en educación, capacitación e infraestructura" se invierta "en redes de seguridad social más fuertes para aquellos que no son capaces de adaptarse fácilmente a la automatización".

PwC lleva incluso el debate más allá, al recoger también en sus conclusiones una idea "más radical" que "ha ganado fuerza en Silicon Valley y en otras partes del mundo en los últimos años como una manera potencial de mantener los ingresos de aquellos que salen perdiendo en la automatización". La idea de crear con parte de los beneficios extra generados por la robotización "una renta básica universal". ¿Por generosidad, por altruismo, por justicia social? No solo. Porque -dice el informe- "el consumo es importante para mantener la economía en marcha". 


miércoles, 21 de marzo de 2018

El embrollo de las pensiones: cómo vender una falacia (y que la compren los que sufrirán sus consecuencias)



Artículo de Daniel Kaplún publicado en Nuevatribuna con fecha 15/3/2018.

Nos encontramos con un Gobierno que, contra toda lógica política, se limita a proponer retoques meramente cosméticos de la infausta reforma unilateralmente impuesta en 2013.
A nadie se le escapa el cabreo y la indignación con que ha sido recibida la ignominiosa carta con que la Ministra de (des)Empleo e (in)Seguridad Social, Fátima Báñez, anunció a bombo y platillo la “buena nueva” del pírrico incremento del 0,25%
En los últimos meses se está viviendo en España un tímido, pero creciente, resurgimiento de la movilización social, en buena parte protagonizado por la protesta de los pensionistas contra el pírrico incremento del 0,25% anual. Más allá de las movilizaciones (hasta ahora relativamente minoritarias, aunque cada vez más numerosas), a quien esto escribe, y a cualquier persona mínimamente abierta al diálogo con sus semejantes, no se le escapa el cabreo y la indignación con que ha sido recibida la ignominiosa carta con que la Ministra de (des)Empleo e (in)Seguridad Social, Fátima Báñez, anunciando a bombo y platillo la “buena nueva” de esta exorbitante subida, carta que constituye un auténtico insulto, además de un mayúsculo error político (como ha reconocido implícitamente el propio Presidente del Gobierno en la sesión parlamentaria del pasado miércoles 13 de marzo) y que bien se hubiera podido haber ahorrado, revirtiendo el gasto en algún centimillo más de aumento.
Pero lo que quizá resulte sorprendente es que el cabreo no se haya producido antes, siendo que tan generosa práctica se encuentra ya en su quinto año de aplicación: es de suponer que la casi total ausencia de inflación (e incluso deflación en algunos momentos) en el periodo 2014-2016 la había hecho imperceptible hasta ahora. Pero, para regocijo (para mí incomprensible) de los economistas ortodoxos, los tiempos de la deflación ya han pasado, y con la “recuperación” (para algunos pocos afortunados claro) hemos “vuelto a la normalidad”, con una subida del IPC del 1,6% en 2017, y expectativas del 2% para el año en curso. Y entonces sí se nota la pérdida de poder adquisitivo, la erosión lenta pero continuada que va horadando nuestras ya de por sí bastante menguadas economías domésticas. Y más cuando se compara esa insignificante subida con la (bastante más importante, aunque en absoluto suficiente) del Salario Mínimo Interprofesional, o la recientemente pactada para los funcionarios, o la que se ha conseguido en algunos convenios colectivos. En definitiva, que los pensionistas empiezan (empezamos) a preguntar, con toda razón, “¿qué hay de lo mío?”.
Y, ante la fatídica e inevitable pregunta, nos encontramos con un Gobierno (y el partido que lo sustenta) que, contra toda lógica política (puesto que los mayores de 65 años constituyen su mayor granero de votos), se limita a proponer retoques meramente cosméticos (amén de imprecisos y fuertemente condicionados), de la infausta reforma unilateralmente impuesta en 2013, gracias a la mayoría absoluta de la que entonces disfrutaba. Y nos lo explica con razones, supuestamente “científicas”, que para nuestras (también supuestamente) cortas entendederas parecen inexpugnables, pero que en realidad son puras falacias tecnocráticas, engañifas interesadas, cuyo principal (sino único) beneficiario es la Banca, aquella que hemos rescatado los españolitos de a pie con nuestra sangre, sudor y lágrimas y que, no satisfecha con haber estrujado nuestros depauperados bolsillos, pretende perpetuar dicha extorsión “per omnia sécula seculórum” metiendo sus garras no solo en nuestra subsistencia, sino en la de nuestros hijos, nietos, biznietos…, y así hasta el infinito.
Veamos entonces en qué consiste la falacia, en primer lugar, y tratemos de explicar de forma comprensible por qué osamos calificarla de tal modo. Pero antes será necesario que aclaremos someramente cómo funciona nuestro sistema de pensiones, al menos para consensuar los puntos de partida.
NUESTRO SISTEMA DE PENSIONES: PÚBLICO Y DE REPARTO
Como quizá no todos sepan, hay dos maneras posibles de asegurar la supervivencia de las personas una vez superado el periodo de actividad laboral: capitalización o reparto. En el primer caso, cada individuo ahorra durante su etapa productiva, y ese es el capital con que cuenta para sobrevivir cuando deja de producir. Normalmente, ese ahorro se va introduciendo mes a mes en una “hucha”, es decir en una cuenta abierta en una entidad financiera (ya sea un banco o una aseguradora), que la gestiona proporcionándole unos intereses, que se van acumulando al capital que se ha ido depositando. La suma de ese capital más los intereses acumulados constituyen, por lo tanto, el dinero con que se cuenta para subsistir cuando se deja de percibir ingresos por la actividad productiva.
El problema consiste, entonces, en cómo calcular de cuánto disponer cada mes, sin saber durante cuánto tiempo ha de estirarse el importe de que se dispone. Porque si uno se retira a los 67 años y vive (supongamos) hasta los 90, ese dinero ha de durarnos 23 años (esto es, unas 276 mensualidades), pero si fallece a los 75 solo ha de repartirse entre 8 años (o 96 mensualidades). En el primer caso tendríamos que ir soltándolo casi “por goteo”, mientras en el segundo podríamos “tirar la casa por la ventana”. Y el gran problema es que eso no hay manera de saberlo para cada persona, individualmente considerada, sino solo (y muy relativamente) para una media de los integrantes de una sociedad determinada (es lo que los demógrafos llaman “esperanza de vida”). Este sistema, por lo tanto, comporta unos riesgos considerables (a los que habría que añadir, además, los inherentes a la propia entidad financiera, que en todo ese tiempo puede quebrar, equivocar sus inversiones, etc., etc.).
El segundo sistema, el de reparto, implica que los que en cada momento están produciendo financian el sustento de quienes ya han dejado de trabajar que, a su vez, han estado financiando con sus cotizaciones a sus respectivos ancestros. Mediante esas cotizaciones, cada trabajador adquiere el derecho a ser sostenido por las generaciones siguientes. En principio, este sistema (que es el que disfrutamos en España y, en general, en la mayoría de países del mundo) es más solidario y comporta menores riesgos para los pensionistas: tendrán derecho a disfrutar de sus pensiones durante todo el resto de sus vidas. Y para garantizar plenamente el ejercicio de ese derecho, el sistema es de carácter público, es decir que el organismo recaudador de las cotizaciones (la Seguridad Social) pertenece al Estado, y está sometido a los controles inherentes a cualquier entidad estatal.
Pero que implique menos riesgos no quiere decir que esté totalmente exento de ellos. Al depender del montante de las cotizaciones generadas por las generaciones activas, se ve expuesto a variaciones difícilmente predecibles, derivadas de la proporción existente entre el número de cotizantes (sustentadores) y el de pensionistas (beneficiarios). Y este equilibrio es inestable por naturaleza, puesto que depende de la evolución demográfica que, en principio, resulta poco controlable (aunque algo se puede hacer al respecto). Y también de las cantidades cotizadas por los activos, es decir de la calidad, estabilidad y cuantía de sus ingresos, esto es, de las condiciones (también variables por naturaleza) del mercado de trabajo.
LA CRISIS DEL SISTEMA: REDUCCIÓN DE INGRESOS Y TENDENCIA CRECIENTE DEL GASTO
Hasta hace algunos años, esa proporción era más que suficiente para asegurar la sostenibilidad del sistema de pensiones, hasta el punto de que llegó a generarse un ahorro (la llamada “hucha” de las pensiones) que, en su momento máximo, alcanzó los 66.000 millones de euros. Pero, con la crisis, el montante total de las cotizaciones comenzó a disminuir, no por causas demográficas sino económicas: debido al vertiginoso incremento del desempleo, por una parte, y a la reducción de los salarios (“devaluación interna”, que dirían los economistas) por otro. Es decir, menos cotizantes aportando cotizaciones más bajas, mientras el gasto en pensiones no solo se mantenía estable, sino que tendía a incrementarse (esto sí por causas demográficas).
Este creciente desequilibrio fue lo que indujo al Gobierno de Rodríguez Zapatero a, en primer lugar, congelar las pensiones en 2010 (anulando la subida correspondiente al año siguiente) y, posteriormente, pactar con los Sindicatos la reforma de 2011. Dicha reforma, como es sabido, contenía tres modificaciones fundamentales (aunque no son las únicas):
a.      Elevación gradual de la edad legal de jubilación de 65 a los 67 años
b.      Incremento progresivo del tiempo de cotización exigible para tener derecho a la pensión máxima de 35 a 37 años
c.      Incremento, también gradual, del periodo de cotización a tener en cuenta para determinar la cuantía de la pensión inicial de los 15 a los 25 últimos años
Esto significa que, ante una crisis de carácter (aparentemente) coyuntural, se adoptaron medidas claramente estructurales, esto es, que rendirían sus (supuestos) frutos solo a largo plazo. Y entre tanto el sistema siguió en situación de déficit creciente, hasta el punto de que, a día de hoy, la famosa “hucha” ya está prácticamente agotada (y más que lo estaría si el Gobierno Rajoy no hubiera acudido en su auxilio mediante “préstamos” de la Hacienda Pública que, al igual que buena parte de los rescates bancarios, probablemente no se devolverán nunca).
Pero la cosa no terminó aquí, como es sobradamente sabido, sino que en 2013 el Gobierno del PP procedió a una nueva reforma, esta vez no pactada con nadie y sustentada únicamente en su mayoría absoluta parlamentaria. La reforma de 2013 introduce otros dos elementos, uno de aplicación inmediata (enero de 2014), y otro que entrará en vigor el año próximo (2019):
a.      El llamado “factor de revalorización”, que suprime la obligatoriedad del aumento en base al IPC garantizada por el Pacto de Toledo de 1995 y, en su lugar, establece una compleja fórmula que tiene en cuenta los ingresos y gastos del sistema y las variaciones anuales en el número de perceptores de pensiones contributivas. El nuevo método establece, además, unos topes máximo (el IPC más un 0,5%) y mínimo (0,25%), que impiden que, cualquiera sea el resultado de la fórmula antes mencionada, las pensiones puedan verse reducidas en términos absolutos o excesivamente incrementadas.
b.      El denominado “factor de sostenibilidad”, que se introducirá a partir del año próximo en el cálculo de la pensión inicial de los nuevos beneficiarios, y que se basa en la esperanza de vida en el momento de acceder a la jubilación. Esta es la verdadera espada de Damocles que se ha clavado al sistema, y que afectará a las pensiones futuras en una cifra difícilmente predecible pero que, según algunos expertos, puede derivar en una reducción de su poder adquisitivo de hasta un 40% a largo plazo.
Solo la primera medida de esta segunda reforma tiene (tuvo) efectos inmediatos sobre el gasto en pensiones, aunque hasta ahora muy limitados puesto que, como ya se explicó al comienzo de este artículo, durante los primeros tres años de su aplicación la inflación fue casi nula, o incluso negativa. La segunda medida es, nuevamente, de carácter estructural, y sus efectos serán bastante limitados al comienzo de su aplicación (se habla de menos del 0,5% de pérdida de poder adquisitivo para el primer año), pero muy importantes a largo plazo. Pero lo más grave es que la vinculación de la cuantía de la pensión inicial a la esperanza de vida introduce, de facto, un elemento propio del método de capitalización que, por lo tanto, distorsiona radicalmente el espíritu de nuestro actual sistema de pensiones, basado en el reparto.
LA SINIESTRA AMENAZA DE LA DEMOGRAFÍA
No se trataba (ni se trata) tanto, por ende, de poner un parche a la fuga de recursos causada circunstancialmente por la crisis, sino de atajar un (supuesto) torpedo que amenazaría de manera irreversible la línea de flotación del sistema: la irrefrenable tendencia al envejecimiento de la población española, debida a dos factores concomitantes: la disminución de la natalidad y el aumento de la longevidad. En simple: cada año habría menos activos para sostener a más pensionistas. Algo que un economista televisivo explicó de manera extremadamente simple (y consiguientemente falsa) con este “demoledor” esquema:
piramide
(Donde “P” son los perceptores de pensiones y “C” los cotizantes)
Pero las cosas distan mucho de ser tan simples como nos las quieren pintar estos autoinvestidos profetas del apocalipsis. Pese a su armadura de supuesta infalibilidad, la demografía y la economía no dejan de ser ciencias sociales, y por lo tanto sometidas a la impredictibilidad de las conductas humanas, mal que les pese a algunos de sus sacerdotes. A lo largo de los últimos 40 años se han elaborado por el INE, EUROSTAT y otros organismos igualmente dotados de inexpugnables halos de credibilidad, al menos una decena de proyecciones (casi siempre divergentes entre sí, por más inri) sobre la evolución de la población española a 25. 30 o 40 años vista: ninguna de las que han alcanzado ya su horizonte o se han aproximado a él lo suficiente se ha visto confirmada, sino todo lo contrario. No es, por lo tanto, ni mucho menos, la primera vez que nos vemos expuestos a predicciones catastrofistas que no se cumplen, por (entre otras) una sencilla razón: se contradicen con las proyecciones de evolución de la economía que estos mismos sacerdotes de las (supuestas) ciencias exactas predican.
Si no fuera así, ¿cómo podría explicarse que, al mismo tiempo, estemos proyectando un incesante decrecimiento de la población ocupada y un crecimiento igualmente constante y sostenido del PIB? ¿Qué trabajadores producirían ese incremento, si su número no parase de disminuir? No hay mejora de la productividad que haga posible semejante milagro, y menos en una economía dominada por los servicios y (solo cuando el viento sopla de cola) la construcción. Economistas y demógrafos neoliberales, hagan ustedes el favor de ponerse de acuerdo, o nos van a volver locos a todos (ustedes los primeros, si es que no lo están ya).
Según algunas proyecciones elaboradas en la década de 1980, el sistema debería haber quebrado ya hace algún tiempo, pero hete aquí que, entre tanto, nos entraron algo así como 5 millones de inmigrantes; que no solo equilibraron la balanza, sino que la inclinaron en dirección contraria, hasta el punto de dotarnos de un fondo de reserva (ya esfumado) de 66.000 millones de euros.
Pues las proyecciones demográficas no son otra cosa que estimaciones que parten del supuesto del mantenimiento invariado de las tendencias actuales, y da la infausta casualidad de que las tendencias cambian, como cambian todos los comportamientos humanos, para adaptarse a circunstancias igualmente cambiantes. En este momento, la natalidad está en caída libre por efecto de varios factores, tanto económicos como sociales: el acelerado incremento de la actividad femenina, el derrumbe del modelo de familia patriarcal, pero también la depauperación generada por la crisis económica y sus consecuencias en términos de desempleo, precarización y pérdidas salariales… Y la longevidad se ha incrementado muy considerablemente gracias a la exponencial mejora de la protección sanitaria experimentada en las últimas décadas del siglo pasado, conjugada con los avances de la ciencia médica.
Pero ambas tendencias pueden revertirse; y de hecho una de ellas se está revirtiendo ya, lamentablemente, por efecto de los recortes en las prestaciones sanitarias: tras décadas de crecimiento sostenido, la longevidad comienza a dar síntomas de estancamiento, e incluso empieza a retroceder. ¿Y quién puede garantizarnos que, ante los primeros síntomas de recuperación, las parejas comiencen a desbloquear su cerrada (y muy comprensible) negativa actual a engendrar? ¿O que no regresen (de hecho lo están haciendo) algunos de los jóvenes españoles que, durante los peores años de la crisis, se vieron forzados a optar por la emigración? ¿O que, una vez agotados los recursos humanos infrautilizados por la crisis, nos veamos nuevamente necesitados de importar trabajadores, como a finales del siglo pasado y principios del actual? Nada de esto es seguro, pero desde luego nadie podría negar que es, al menos, posible, sino probable. Y ello sin contar las intervenciones públicas que puedan efectuarse para estimular la natalidad, la inmigración o el retorno de la emigración, por ejemplo. Y si admitimos estas posibilidades, quizá nos encontremos con que la tan temida catástrofe se habrá perdido en las sombras del olvido y (otra vez) a vivir que son dos días.
SUPONGAMOS LO PEOR: ALTERNATIVAS AL RECORTE DE LAS PENSIONES
Pero la cabezonería de los intereses crematísticos que subyacen tras estas agoreras predicciones es ilimitada, porque incluso aceptando como válido el peor de los dantescos escenarios que nos puedan pintar, aún nos quedaría una extensa batería de recursos alternativos al puro y duro recorte de las pensiones.
Nuestra Constitución establece claramente que la jubilación es un derecho por cuya vigencia deben velar los poderes públicos, sosteniéndolo a través de las cotizaciones y de los Presupuestos Generales del Estado, pero no indica en qué proporción han de aportar unas y otro. Esto ya es así ahora, aunque en la actualidad la aportación del erario público es minoritaria. Una mayor contribución presupuestaria puede compensar, en todo o en parte, lo que el sistema deje de percibir por la reducción de las cotizaciones, ya sea ésta coyuntural (por las consecuencias de la crisis) o estructural (por la caída de la población en edad de trabajar).
Esta aportación, a su vez, podría canalizarse por dos vías, no necesariamente alternativas:
o   Inyecciones directas de fondos (más honestas y transparentes que los supuestos “créditos” que ha dispuesto recientemente el Gobierno, dejando claro su carácter no reintegrable)
o   O descargando al sistema de parte de sus obligaciones como, por ejemplo, las prestaciones no contributivas (cuya financiación interna al sistema parece cuando menos poco coherente). Quizá no necesariamente todas, pero sí al menos algunas de ellas.
Pero incluso al interior del sistema queda un amplio margen para mejorar su financiación, si existe voluntad política para ello. Bastaría con tocar algunas normas, que me atrevo a calificar de arbitrarias, injustas, y algunas de ellas absolutamente ineficientes:
a.      Las cotizaciones están “topeadas”, es decir que los salarios más altos no cotizan en proporción directa a su cuantía real, sino en relación a un supuesto salario máximo, fijado arbitrariamente. Esto lleva a que un directivo de una gran empresa cotice (en términos relativos) menos que su secretaria, que posiblemente perciba un salario tres o cuatro veces inferior, porque seguramente doblará o incluso triplicará el tope de cotización. Suprimir o, al menos, elevar estos topes permitiría incrementar de forma significativa los ingresos del sistema. Y este “destope” debería regir tanto para las aportaciones de los propios afectados como para las de sus empleadores (cotizaciones empresariales).
b.      Es imprescindible encontrar una solución más justa y objetiva a las cotizaciones de los trabajadores autónomos, que en la actualidad deciden por sí mismos cuánto quieren aportar (entre varias cantidades posibles, fijadas de manera igualmente arbitraria por la Seguridad Social), sin ninguna relación objetiva con sus ingresos reales. Habrá quienes decidan cotizar al máximo para asegurarse una pensión lo más digna posible tras su retiro, pero la mayoría (y más cuando se están sembrando tantas y tan fundamentadas dudas sobre el futuro de las pensiones) opta por la cotización mínima. En el otro extremo, muchos de ellos se ven obligados a cotizar muy por encima de lo que correspondería a sus ingresos reales (que además tienden a ser sumamente irregulares), y suelen optar por darse de baja del sistema cuando tienen poca o ninguna carga de trabajo, simplemente por no poder soportar esas obligaciones.
Si bien reconozco la dificultad existente para conocer los ingresos reales de ciertos autónomos (no de todos), me permito sugerir que sus cotizaciones deberían, al menos, vincularse de alguna manera a sus declaraciones de IRPF, limitando, sino suprimiendo, su actual libertad de elección. A cambio, sí podrían flexibilizarse los periodos de cotización, ahora obligatoriamente mensuales, para que pudieran elegir si prefieren hacerlo de forma trimestral, semestral o incluso anual, a fin de que puedan adaptarlos mejor a la irregularidad de sus ingresos.
c.      Y, por último, es indispensable revisar a fondo la multitud de exenciones, bonificaciones y otras prebendas que se han ido otorgando a los empresarios para (supuestamente) estimular la contratación y la creación de empleo, cuya eficacia es más que cuestionable.
Y si todo esto (más lo que se me haya quedado en el tintero, que seguro que lo hay) no fuese suficiente, no perdamos de vista que el gasto en pensiones en relación al PIB es en España bastante inferior al de otros países de nuestro entorno más inmediato, como Italia o incluso Portugal, de modo que hay sobrado margen para incrementarlo.
Estas son tan solo algunas de las medidas que podrían adoptarse para mejorar los ingresos del sistema, haciéndolo a la vez más justo y transparente. Es claro que falta precisarlas y, sobre todo, cuantificarlas, pero lo que no es admisible es que ni siquiera se hayan planteado, y la única vía de reequilibrio que se presente sea el mero recorte de las prestaciones, en base a razonamientos tan simplistas como falsos, como los que se han descrito al comienzo de este artículo.
NO CABE LA PRESUNCIÓN DE INOCENCIA: LOS INTERESES SUBYACENTES
Esa aparente ceguera a siquiera abrir la mirada hacia otras vías de solución no es tal, sino que responde a la colocación previa de unas anteojeras que, como a los caballos, solo permiten ver en una sola dirección, la que interesa a los amos del cotarro. Y ambos términos de la ecuación (los amos y sus intereses) a mí al menos me parece que están muy claros: se trata de las entidades financieras, ávidas de captar recursos, que buscan tenazmente presionar al personal para que detraiga de lo que no tiene para suscribir planes de jubilación, fondos de pensiones y otros productos similares, convenciéndolos de que, de lo contrario, vivirán su vejez en la más absoluta miseria.
Y, ya en el colmo de la desfachatez, hace algunos días ha salido a la palestra el Gobernador del Banco de España a sugerirnos que, por si lo anterior no fuera suficiente o no nos hubiéramos percatado a tiempo, la mayoría de los pensionistas estaban posados sobre un inmenso capital que no debería permanecer ocioso: su vivienda en propiedad y totalmente pagada, que se podía perfecta y racionalmente rentabilizar mediante la suscripción de una hipoteca inversa. Es decir que, no contentos con tenerles atados a una hipoteca durante la mayor parte, sino la totalidad, de su vida activa, ahora pretenden también prolongar esa atadura hasta la muerte, dilapidando así la pírrica herencia que pretendían dejar a sus descendientes.
Desde luego, se trata de un recurso perfectamente legítimo para quien quiera utilizarlo, pero lo que no me parece tolerable es que se obligue a ello mediante la reducción por debajo de la línea de supervivencia de un derecho constitucional de primer nivel.
LA CONSECUENCIA INEVITABLE: PENSIONISTAS EN PIE DE GUERRA
No es de extrañar, entonces, que de repente, como un brote epidémico, los pensionistas nos hayamos puesto en pie de guerra y salido a la calle. Lo que duele (al menos a mí me duele en el alma) es que pareciera que no haya forma de lograr que esa movilización sea, por una vez, unitaria: desde el principio ha habido dobles convocatorias, las de los sindicatos de clase por un lado y la de la Coordinadora en Defensa de las Pensiones Públicas por otro, dualidad que no parece tener miras de solución. Obviamente, esto debilita las movilizaciones y dificulta las (imprescindibles e inevitables) negociaciones con las instituciones, partidos y otros interlocutores. Al igual que las debilitan las divergencias en cuanto a las reivindicaciones: unos exigen la derogación de la reforma de 2011 que otros reivindican por su carácter pactado  (y sobre la que, personalmente, tengo bastantes dudas y creo que necesitaría, al menos, algunos retoques). Personalmente, una larga historia de militancia política me impulsa a identificarme con los sindicatos de clase (y ojalá pudiera hablar en singular y no en plural, como en mi país de origen), sin cuya lucha seguramente no estaríamos donde estamos, ni será posible salir de este magma neoconservador que nos ahoga. Lo que no significa ser ciego a sus carencias, sino la férrea voluntad de superarlas desde dentro.
Y, ya en el colmo del delirio, otros aprovechan para hacer circular por las redes sociales, grupos de WhatsApp, etc., un mensaje tan maniqueo como absurdo, pero que se ha vuelto lamentablemente viral (en el más literal sentido de la palabra: virus que ataca nuestras neuronas hasta inutilizar nuestra capacidad de razonar), culpando a los políticos (así, en general, sin diferenciar partidos, ni ideologías, ni personalidades) de todos los males y proponiendo que “la reforma de las pensiones comenzará…” privándolos de sus privilegios (reales o supuestos), como si con eso solo fuese suficiente para curar todos nuestros males. En otras palabras, aplicando el lema goebbelsiano de “un solo enemigo”. Lo cual no implica que nuestro sistema representativo no adolezca de graves defectos y desequilibrios, que lo hacen merecedor de una revisión en profundidad.
Lo siento por los compañeros bien intencionados que se han prestado a ese juego (de algunos de ellos no me lo hubiera esperado nunca): la experiencia histórica demuestra sobradamente que de la anti-política, del anti-sindicalismo y de la “transversalidad” al populismo, y de allí al fascismo, hay un trecho muy corto, y por ahí sí que no paso.
EPÍLOGO: LA JUBILACIÓN DIGNA ES UN DERECHO CONSTITUCIONAL INALIENABLE
La Constitución Española de 1978 (tan denostada por algunos sin apenas conocerla) establece en su Título I (“De los derechos y deberes fundamentales”), artículo 50:
“Los poderes públicos garantizarán, mediante pensiones adecuadas y periódicamente actualizadas, la suficiencia económica a los ciudadanos durante la tercera edad. Asimismo, y con independencia de las obligaciones familiares, promoverán su bienestar mediante un sistema de servicios sociales que atenderán sus problemas específicos de salud, vivienda, cultura y ocio.”
Se puede decir más alto, pero no más claro. Y, para que no quepa ninguna duda, está puesto en el Título Primero, es decir como un derecho de primer nivel. Es obvio que falta mucho para su pleno cumplimiento (las pensiones mínimas y no contributivas distan mucho de asegurar esos derechos, y por ellas hay que empezar), pero lo que no podemos permitir es que se nos arrebate lo que con tanto esfuerzo, dolor y lucha hemos ido consiguiendo en el desarrollo de este artículo. Más bien lo contrario, ir aproximándonos cada vez más a la plenitud de su ejercicio.


sábado, 17 de marzo de 2018

El recorte silencioso de las pensiones: Rajoy no ha entendido nada.



Artículo de Eduardo Garzón Espinosa y Calos Sánchez Mato en Publico de fecha 15/3/2018.
Con un discurso incomprensible para la mayoría de la gente, el presidente del Gobierno ha intentado capear el temporal generado por sus políticas en materia de pensiones. Y lo ha hecho con anuncios de limitadas y ridículas ayudas fiscales a quienes cobran pensiones más elevadas e inconcretas mejoras para las mínimas y de viudedad.
Es una nueva tomadura de pelo a quienes se han movilizado por el claro incumplimiento constitucional que está perpetrando el Partido Popular: al mismo tiempo que está pidiendo confianza y tranquilidad a las víctimas de sus reformas, sigue profundizando en las mismas con dos elementos profundamente lesivos para el sistema de pensiones.  
Rajoy sigue defendiendo la aplicación del factor de sostenibilidad, que se activará en 2019, y que recortará las nuevas pensiones, al menos un 0,5% justificándolo en el incremento de la esperanza de vida.  Cuantos más años prevea el PP que vaya a vivir una persona, menor será su pensión para limitar el incremento del gasto. Y luego nos anuncia que dará una “limosna” fiscal a partir de los 80 años…
Pero además, hay que llamar la atención sobre la congelación de la base máxima de cotización a la Seguridad Social en 2018. Este movimiento ha pasado muy desapercibido pero tiene una trascendencia importante: repercute negativamente sobre los ingresos de la Seguridad Social al mismo tiempo que sienta las bases para que las pensiones del futuro no crezcan. Este doble combo del gobierno del Partido Popular se suma a todas las maniobras que está llevando a cabo para dinamitar y sembrar dudas sobre el sistema público de pensiones, entre las que destaca vaciar el Fondo de Reserva (la hucha de las pensiones), aprobar bonificaciones a las cotizaciones de los empresarios y a quienes contraten planes privados de pensiones, y realizar declaraciones vertiendo dudas sobre la sostenibilidad del sistema público y animando a buscar alternativas de ahorro privado.
Para entender en qué consiste este nuevo movimiento es necesario comprender cómo funciona el mecanismo de cotizaciones sociales. La mayoría de las personas trabajadoras están obligadas a cotizar a la Seguridad Social, y lo hacen en función del salario que reciben: a mayor salario, mayor cotización. La cantidad cotizada se tiene en cuenta para calcular las prestaciones futuras que recibirá esa persona cuando deje de trabajar (en caso de desempleo, de incapacidad laboral, de jubilación, etc), de forma que cuanto más se cotice, más elevada será esa prestación futura. No obstante, hay límites a las cantidades que se pueden aportar como cotizaciones, tanto por arriba como por abajo. El límite por abajo lo determina la base mínima de cotización, que es la referencia para calcular la cantidad mínima que hay que aportar a la Seguridad Social; el límite por arriba lo determina la base máxima de cotización, que es la referencia para calcular la cantidad máxima que se puede aportar a la Seguridad Social.
La base mínima de cotización es coincidente con el salario mínimo, porque se supone que nadie puede cobrar menos (aunque ocurre, en parte porque hay muchos trabajos a tiempo parcial cuyo salario mensual es inferior al mínimo legal). Su evolución ha sido idéntica al del salario mínimo: prácticamente congelado desde 2011 hasta 2016, y elevado en 2017 y 2018 un 8% y un 4%, respectivamente. La base máxima de cotización es de 3.751,20 euros. Esto quiere decir que aunque haya una persona que cobre 5.000 euros por su trabajo, solo cotizará a la Seguridad Social por los 3.751,20 euros, quedando el resto exento de cotizaciones (en muchos países esta limitación no existe). Su evolución ha sido diferente: ha tenido una tendencia creciente –más acentuada en 2013 y 2014– salvo en 2018 que se ha detenido.
La congelación de la base máxima en 2018 no tiene ningún tipo de sentido económico. Lo habitual cuando se aprueba un incremento del salario mínimo y por lo tanto de la base mínima de cotización es elevar también la base máxima, tal y como ocurrió en 2017. Haciéndolo se consigue aumentar los ingresos de la Seguridad Social y también ampliar los derechos para recibir una pensión mayor en el futuro. De hecho, lo que proponen muchos colectivos, sindicatos y partidos políticos es emular a otros países vecinos y acabar con la base máxima de cotización, para que todo el mundo cotice a la Seguridad Social de forma proporcional a su salario. De esta forma se incrementaría la recaudación en unos 4.000 millones de euros según distintas estimaciones y se lograría reducir notablemente el déficit de la Seguridad Social.
Por eso, la congelación de la base máxima aprobada por el gobierno lastra la obtención de ingresos de la Seguridad Social y complica la resolución del déficit del sistema, al mismo tiempo que impide sentar las bases para que las futuras pensiones puedan ser superiores a las actuales. Estamos hablando de otro recorte silencioso a las pensiones que desgraciadamente está pasando desapercibido.
No quieren garantizar la suficiencia de las pensiones tal y como establece el artículo 50 de la Constitución Española porque tienen otros planes para el sistema público. Pretenden privatizarlo para dar otro regalo a quienes desde el ámbito privado, solo quieren lucrarse a costa de la mayoría social. Hay recursos de sobra para pagar pensiones dignas a toda la población. Está en manos de todos y todas, con movilización social en defensa del interés general, evitar que conviertan en negocio lo que es un derecho.


jueves, 15 de marzo de 2018

Lo de las pensiones es un crimen y no un accidente.



Artículo de Juan Carlos Escudier en Publico de fecha 15/3/2018.
La pretendida quiebra de la Seguridad Social no es un imponderable ni un efecto inevitable de la crisis económica. Es, como se ha dicho aquí en alguna ocasión, un crimen que se ha hecho pasar por un accidente, un premeditado desvalijamiento que ha servido al Gobierno para cuadrar las cuentas del Estado y rebajar el déficit. En definitiva, un atraco a cara descubierta en el que los ladrones piden a las víctimas que se resignen, que no desesperen y, sobre todo, que no hagan ruido.
Ha sido el ruido, precisamente, el que obligó ayer a Rajoy a comparecer en el Congreso para explicarnos cómo estaba el enfermo después de sus sangrías, en un ejercicio de cinismo semejante al que busca un cortejo fúnebre cuando huele flores. En vez de una cura ofreció un chantaje: subir las pensiones más bajas con arreglo a la inflación a cambio de que se le dé luz verde a los Presupuestos, sin los que tendría que hacer la mudanza de Moncloa; elevar también las de viudedad, omitiendo que está obligado a hacerlo por una ley de 2011 que lleva siete años pasándose por el arco del triunfo; y distintas mejoras fiscales no concretadas pero ya anunciadas para los pobres jubilados. Todo ello, sin tocar una coma de su reforma de 2013, con su factor de sostenibilidad, su camisita del 0,25% y su canesú, porque derogarla, según dijo, sería un suicidio en vez de un asesinato.
Todo lo que se ha hecho en los últimos años parece responder a un plan minucioso que conduce a empobrecer a los pensionistas, ampliar aún más la edad de jubilación de quienes siguen en activo y promover el ahorro privado en beneficio de la banca, que siempre gana. Para conseguirlo, se ha usado la Seguridad Social como pagador de las distintas regalías, ya sean bonificaciones a la contratación como tarifas planas; se han provocado quebrantos para aliviar el balance de otros organismos públicos como el Servicio de Empleo, que ha dejado de cotizar por los parados mayores de 52 años para hacerlo sólo por los mayores de 55 años y con bases inferiores; se ha vaciado el fondo de reserva, lo que ha acabado con sus millonarios rendimientos; y, especialmente, se ha impulsado la devaluación salarial gracias a una reforma laboral que ha provocado que un aumento de cotizantes no implique necesariamente mayores ingresos.
En vez de taponar las heridas se ha hurgado en ellas. Nada se ha hecho para eliminar el fraude en la cotización en los contratos inferiores a cinco días para que incorporen festivos y vacaciones no trabajadas, ni el que sistemáticamente vienen denunciando los sindicatos con las horas extras. Nada se ha hecho tampoco para desincentivar los contratos temporales de duración muy reducida, para lo que hubiera bastado con elevar sus bases de cotización. Nada se ha hecho, en resumen, para que el barco flote, sino justamente lo contrario: abrir vías de agua a lo largo de todo su casco.
Todos estos brochazos negros han permitido dibujar un retrato tenebrista del sistema de pensiones con un agujero anual de 18.000 millones de euros, que intenta extender el pánico entre sus perceptores presentes y futuros, de manera que permanezcamos mudos ante el apocalipsis o, en su defecto, que recemos plegarias en voz baja. Ocupados muchos de ellos en sobrevivir o en mantener a sus hijos y nietos, los pensionistas fueron conscientes del escalo con una nueva carta de la ministra de Trabajo en la que se les anunciaba subidas de un euro al mes y la dignidad pudo más que el miedo. Este sábado vuelven a la calle.
Nadie niega que la mayor longevidad y que nuestra micológica demografía hagan necesarias reformas, pero no es lo mismo remodelar un edificio sólido y en pie que otro en ruina. Cualquier pacto debe incluir un aumento de los salarios, fomentar la inmigración y no disuadirla con concertinas e impulsar la natalidad con medidas que no pueden reducirse a deducciones irrisorias en el IRPF. Y si fuera necesario, complementar los ingresos con impuestos, que es por otra parte práctica habitual en países de nuestro entorno en los que el peso de las pensiones en el PIB es mucho mayor.
Las pensiones no son una limosna sino un derecho consagrado en la Constitución que obliga a los poderes públicos a actualizarlas para ofrecer a sus beneficiarios suficiencia económica. Condenar de manera premeditada a los pensionistas a perder anualmente poder adquisitivo, a una pobreza a plazo fijo, es, simplemente, una canallada.


miércoles, 14 de marzo de 2018

Quince propuestas para que Rajoy haga sostenibles y dignas las pensiones.



Artículo de Eduardo Bayona en Público de fecha 13/3/2018.

El debate monográfico sobre el futuro de las pensiones de jubilación que este miércoles se celebra en el Congreso tiene, como la algarabía política y mediática que le ha antecedido y seguramente la que le seguirá, un punto de falacia (“engaño, fraude o mentira con que se intenta dañar a alguien”) y otro de embuste (“mentira disfrazada con artificio”) cuando se pone en entredicho el futuro del sistema que las garantiza.

En realidad, tanto la Constitución como la Ley General de la Seguridad Social establecen con claridad unas reglas de juego que garantizan tanto la sostenibilidad del sistema de pensiones como un parámetro de calidad mínimode los subsidios, y que no dejan margen de maniobra político en lo sustantivo: el Estado está obligado a garantizar su capacidad financiera, lo que reduce el marco del debate a las fórmulas para cumplir ese mandato y paliar el déficit actual, que alcanzó los 16.800 millones el año pasado.

Estas son quince medidas que garantizan la sostenibilidad del sistema y para los mayores que dependen de él perciban jubilaciones dignas.
1. Cumplir las reglas del juego 
La carta magna establece en su artículo 50, uno de los que regulan los “principios rectores de la política social y económica”, que “los poderes públicos garantizarán, mediante pensiones adecuadas y periódicamente actualizadas, la suficiencia económica a los ciudadanos durante la tercera edad”; es decir, que lo público debe asegurar que los ciudadanos que alcancen la edad de retiro dispongan de recursos suficientes para vivir sin que pueda afectarles la evolución del coste de la vida.
2. Cumplir la ley y poner lo que falte
¿Y esto cómo se garantiza? Lo explica el artículo 109 de la Ley General de la Seguridad Social, que señala como fuentes de ingresos del sistema las cotizaciones, las sanciones, los rendimientos del patrimonio y “las aportaciones progresivas del Estado”, que dispone de dos vías para realizarlas: una concreta y ordinaria, a través de los Presupuestos Generales, y otra más genérica mediante las remesas extraordinarias “que se acuerden para atenciones especiales o resulten precisas por exigencia de la coyuntura”. Este mismo precepto señala que “las prestaciones contributivas, los gastos derivados de su gestión y los de funcionamiento de los servicios (…) serán financiadas básicamente con los recursos” anteriores, “así como, en su caso, por las aportaciones del Estado que se acuerden para atenciones específicas”, lo que deja poco margen para decidir cómo ha de garantizar el Estado la cobertura de esa “suficiencia económica” de los mayores: aportando fondos cuando no llegue el sistema.
3. Nuevos impuestos por 2.500 millones y socorro presupuestario
La clave del debate se encuentra, en realidad, en cómo aumentar los ingresos ordinarios y determinar una fuente específica para los extraordinarios, capítulo este último en el que va tomando peso el establecimiento de nuevos impuestos: el PSOE propone recaudar 2.500 millones mediante dos impuestos a la actividad bancaria, uno de ellos sobre las transacciones, mientras el PP apuesta por una medida contable como sacar del sistema de la Seguridad Social para cargar a los Presupuestos el coste de las pensiones de viudedad, orfandad, maternidad y paternidad y Podemos aboga por que el Gobierno vaya asumiendo el déficit de la Seguridad Social vía Presupuestos Generales del Estado.
4. La hucha de las pensiones: 6.000 millones anuales
El fondo de reserva de la Seguridad Social, conocido como ‘la hucha de las pensiones’, creado en 2.000 a propuesta de los sindicatos, fue concebido como un fondo soberano de inversión cuyos beneficios deberían aportar al sistema unos 6.000 millones anuales a partir de finales de esta década, cuando comience la jubilación de los nacidos en el ‘baby boom’. Sin embargo, la extracción de una media de casi 10.000 millones por año desde que el equipo de Mariano Rajoy llegó al poder ha desactivado esta reserva, además de haber fundido el patrimonio del sistema. Mantener a flote esa ‘hucha’ es, también, un mandato legal. Lo recoge el artículo 110.2 de la Ley General de la Seguridad Social, que establece que en su Tesorería “se constituirá un fondo de estabilización único para todo el sistema” que “tendrá por finalidad atender las necesidades originadas por desviaciones entre ingresos y gastos”.
5. Mejorar el mercado laboral para aumentar las cotizaciones
La diferencia entre los ingresos por cotizaciones, que siguen siendo el principal recurso del sistema, y el gasto en pensiones y subsidios supuso el año pasado una brecha de más de 25.000 millones de euros que lleva camino de seguir creciendo por dos motivos fundamentales: el aumento de la demanda con la jubilación de los ‘babyboomers’, que elevará de 150.000 a 250.000 el incremento anual de retirados durante tres décadas y reducirá la actual relación de 2,33 cotizantes por jubilado, y la precarización del empleo, que en cinco años ha recortado la cotización media de 6.146 a 5.902 euros. Hay varias propuestas en este ámbito, en el que los cuatro principales partidos coinciden en algo que llevan años sin lograr: la necesidad de mejorar la cantidad y la calidad del empleo e un país en el que se trabajan 108 millones de horas semanales menos que antes de la crisis.
6. Cotizar sin tope: 6.800 millones
CCOO y UGT llevan años reclamando, en una medida que también defiende el PSOE, la eliminación del tope de cotización de las pensiones, que hace que los sueldos superiores a 3.751 euros brutos mensuales de media (45.052 anuales con pagas extraordinarias) coticen los mismos 1.084 euros para cobrar un máximo de 2.625 cuando se retiren. Solo se beneficia del tope el 7,5% de trabajadores que quintuplican el SMI (Salario Mínimo Interprofesional), cuyo peso en la masa salarial del país duplica ese porcentaje. Eliminar el tope aportaría al sistema 6.800 millones al año solo con la cotización de los casi 700.000 empleados que cobran más de 60.000 euros al año.
7. Bonificaciones de alto coste: 4.000 millones
Podemos centra uno de los ejes de su propuesta en eliminar las bonificaciones y reducciones de la cotización, entre ellas la tarifa plana de los autónomos, cuya ineficacia como palanca para el emprendimiento ya casi nadie cuestiona. La cuantía conjunta de esas rebajas ronda los 4.000 millones de euros al año.
8. La deducción fiscal en el IRPF
El Ministro de Hacienda, Cristóbal Montoro, anunció hace unos días una medida de apoyo a los pensionistas mediante deducciones fiscales en el IRPF por los “costes inherentes” de la vejez, en una especie de impuesto inverso que devolviera dinero a los jubilados. Aunque olvidó matizar que solo podrían beneficiarse de la medida quienes ingresan más de 12.000 euros al año, ya sea cobrando 14 pagas de 858 euros o más o por tener otras rentas como, por ejemplo, alquileres o planes de pensiones. Por debajo de esa cifra no se hace declaración de IRPF.
9. Clases pasivas: varios miles de millones
El Pacto de Toledo tiene sobre la mesa desde finales de 2010 otra de las ‘patatas calientes’ de la previsión social: eliminar el sistema de clases pasivas para los funcionarios estatales y los transferidos a las comunidades autónomas, algo que el último Gobierno de José Luis Rodríguez Zapatero implementó a partir de 2010, cuando los nuevos empleados públicos comenzaron a pasar al régimen general, y que Rajoy no aborda ante su evidente coste político y electoral. Este sistema, del que se benefician más de 1,5 millones de trabajadores cuyo paso al régimen general dispararía en varios miles de millones los ingresos anuales del sistema a cambio de lastrar las cuentas de Gobierno y comunidades, genera pensiones de hasta el 100% del salario a los 35 años de servicio con aportaciones inferiores a las de los autónomos y, por supuesto, a las de los asalariados de empresas y del resto de administraciones. 
10. Los autónomos piden tramos: mil millones
En el sector de los autónomos, la principal reivindicación, liderada por UPTA (Unión de Profesionales y Trabajadores Autónomos), consiste en adecuar la cotización a los ingresos reales: tarifa plana de 50 euros para quienes no lleguen a facturar el Salario Mínimo Interprofesional, situado hoy en 735,90 euros mensuales (10.302 anuales, con catorce pagas prorrateadas); mantener el sistema actual de cuota libre en función de las prestaciones para quienes ganan entre esa cifra y 40.000 euros anuales y, por último duplicar la base mínima para quienes la sobrepasan. La mayor aportación de los 400.000 últimos y la posibilidad de aflorar casi dos millones de los primeros inyectaría mil millones cada año al sistema. El PSOE es también partidario de la cotización por tramos de ingresos para los trabajadores por cuenta propia.
11. Recuperar la cotización de los parados: 4.000 millones
Una de las primeras medidas que el Gobierno de Mariano Rajoy tomó en 2012 fue recortar la base de cotización de los desempleados del 125% al 100% de su subsidio, algo que, unido al desplome de las ayudas derivado de la precariedad laboral, ha reducido en casi 4.000 millones de euros los ingresos de la Seguridad Social por este concepto en menos de seis años, de más de 10.000 a apenas 6.000.
12. Modificar el periodo de cómputo
Para calcular una pensión se tienen en cuenta varios factores como la superación de un periodo mínimo, que en el Régimen General es de 15 años y en el de los autónomos alcanza los veinte; las cuotas pagadas a lo largo de los últimos 21 años (25 en 2022) y el tiempo que falta o ha pasado de la edad de jubilación (65 años y medio hoy) y del periodo que da derecho al máximo subsidio, que hoy es de 36 años y medio. El Gobierno propuso hace unas semanas que el cálculo de la pensión se basara en el conjunto de la vida laboral, algo que UGT y CCOO rechazan por considerarlo un parche.
13. Revalorizar el subsidio con el IPC
En la práctica, y salvo que cambien las reglas, no van a subir más de un 0,25% en muchos años como consecuencia del nivel de endeudamiento y déficit del sistema. Incluso comenzarán a bajar una media del 0,5% a partir del año que viene al empezar a aplicarse el “factor de sostenibilidad”, que las recorta en función de cómo evoluciona la esperanza de vida y de las previsiones demográficas; es decir en previsión de que más gente (por el retiro de los babyboomers) vaya a cobrar más tiempo (al envejecer cada vez más). Tanto Unidos Podemos como el PSOE piden derogar ese factor. Ambos coinciden con Ciudadanos en reclamar que se revaloricen con el IPC, algo a lo que se opone el PP.
14. Consejo Económico: mínimo vital con complementos
Este es uno de los debates que no se llegan abordar en los foros políticos, pese a los intentos por abrirlo de organismos como el Consejo Económico y Social (CES), cuyo informe “Políticas públicas para combatir la pobreza en España” cuestiona el propio sistema de pensiones, cuyo planteamiento considera “propio del contrato de seguro”, y pone sobre la mesa “la inexistencia en nuestro país de un sistema propiamente dicho de garantía de rentas mínimas en situaciones de carencia o insuficiencia de recursos”. El CES propone, con la vista puesta en las carreras de cotización de mujeres y autónomos y con un horizonte que engloba a las personas en riesgo de pobreza en general, fijar una pensión retributiva mínima con complementos para “garantizar un nivel de subsistencia” a sus perceptores. Y, en este sentido, recuerda cómo las instituciones europeas llevan tiempo debatiendo sobre la necesidad de determinar los “bienes y servicios que una familia de un tamaño y composición determinados necesita para vivir con un nivel determinado de bienestar” para “garantizar un nivel de suficiencia” mediante las transferencias económicas.
15. Explorar el salario indirecto
Economistas como Eduardo Garzón se pronuncian en una línea similar cuando llaman la atención sobre las posibilidades de trabajar con el “salario indirecto”, facilitando a la tercera edad servicios y suministros que reduzcan sus necesidades monetarias, determinar qué porcentaje del PIB requiere su atención y comenzar a estudiar cómo trasvasar al ámbito de la atención de los mayores recursos de servicios públicos cuya demanda va a descender en los próximos años, como la educación. “No solo hay que hablar de dinero sino también de cómo se garantiza desde lo público la atención de las necesidades de los mayores –explica-. Lo importante es la renta que se genera en el país, cómo se distribuye y cómo se organizan los servicios”.