Las reformas del gobierno y sus socios están dando resultados
visibles: el déficit público se ha reducido por primera vez en años, la tasa de
desempleo se sitúa en el 10,5% y el crecimiento económico se ha hecho realidad,
a pesar de una deuda corrosiva.
No está haciendo mucho frío en este principio de febrero en
Lisboa. Una lluvia, suave e intermitente, me acompaña durante todos estos días.
A pesar de eso las calles, las plazas y las riberas marítimas están siempre
tomadas por paseantes turistas y por los numerosos viajeros de los
trasatlánticos y ferris ultrarrápidos que vuelcan a diario sobre la capital. Atraviesan
mares lejanos o recorren a diario, ida y vuelta, este gran mar interior, el Mar
da Palha (Mar de la Paja), que forman solidariamente el río Tajo (O Tejo) y el
océano Atlántico. En su regazo, río-mar, en su costado norte, se acoge Lisboa.
Ya lo dice mucho mejor Manuel Alegre: Este rio que sabe a mar profundo//e
dentro da cidade é rua e rio//e em cada rua dá volta ao mundo//e de Lisboa fez
nosso navío (Bairro Ocidental, 2015).
Es temporada baja para el turismo. Febrero, se ha dicho, es
poca cosa para el comercio y los viajes. Con todo, en Lisboa somos muchos,
foráneos y lugareños, a llenar las calles estrechas de, por ejemplo, el Bairro
Alto o Alfama, sus comercios, bares y locales más bien angostos, donde por las
noches se restauran fuerzas, se bebe y, a veces, se oye cantar fados a las
mismas personas que trabajan en la cocina o sirven las mesas.
Y siempre es posible deslizarse sin prisas por las calles y
callejas en cuesta, detenerse en tiendas y comercios pequeños o entrar en las
numerosas librerías. En este deambular moroso percibimos pronto que no faltan
en Lisboa los signos alarmantes que también se aprecian en otras capitales
europeas. Las grandes avenidas o vías peatonales nuevas están tomadas por las
mismas firmas y las mismas marcas en un espacio urbano que viene a ser siempre
el mismo. La desfiguración de lo que fue propio y único por la llegada de lo
que es de todas partes y de ninguna, el mismo lujo, el mismo ornato, luces y
coloridos idénticos, no deja de causar desazón al viajero nostálgico de tiempos
no tan lejanos. Junto a eso, será fácil descubrir espacios vacíos, edificios en
estado de abandono y obras en vías de remodelación. Ya terminadas, emergen
muchas nuevas construcciones, hoteles, bancos o bloques de apartamentos de
luces rutilantes día y noche. Lisboa también está afectada por un proceso de
gentrificación mundial, la toma por las élites económicas de los cascos
antiguos de las ciudades, degradados o no, para su transformación y
revalorización a costa de sus habitantes originarios, población generalmente
envejecida y sin recursos, que es desplazada u obligada a vivir en el nuevo
entorno hostil para su modo habitual de vida. Irremediablemente, el carácter
que tuvo su ciudad hasta no hace mucho,
se perderá para siempre.
He ahí una gran tarea para las nuevas autoridades municipales
que pronto serán elegidas. Podrán contar a su lado posiblemente con el Gobierno
de la República. Saber cómo funciona, conocer la política que se está
ejecutando en Portugal por un gobierno apoyado por todas las fuerzas de
izquierdas es lo que me ha traído a Lisboa. Cuento con las aportaciones de un
conjunto de políticos, analistas y expertos que generosamente han puesto a mi
disposición, en largas entrevistas, sus conocimientos y su tiempo. Espero haber
sido fiel a sus ideas y opiniones [1].
Estamos ante una experiencia política de la que no se habla
suficientemente fuera de Portugal, al menos así lo perciben pública y
privadamente muchos portugueses. Sin embargo, Europa, la izquierda europea,
podría mirarse en ella y, quién sabe, plantearse explorar vías similares para
sus países. Excepcionalmente, en estos días, está visitando Portugal una
delegación del Partido Laborista holandés, interesada en estudiar “el modelo
del gobierno” que los socialdemócratas desearían aplicar en su país, a partir
de las próximas elecciones de marzo, en las que los pronósticos actuales, muy
desfavorables, les sitúan en el octavo puesto. (Público, 30 de enero de 2017)
¿Cómo se llegó a la fórmula de un gobierno de la izquierda,
de inmediato calificado por el historiador y entonces columnista del diario
Público Vasco Pulido Valente como “gobierno de la geringonça”, en el doble
sentido portugués de cosa mal construida, poco sólida y de jerga o lenguaje
poco comprensible? La expresión hizo fortuna pronto –ha sido la palabra del año
2016 en Portugal–, primero como expresión despectiva de lo que se reputaba
imposible y poco serio (así la utilizó la derecha) y más adelante, asumida
irónicamente por los mismos incursos en ella, como un hecho del que felicitarse
por la inesperada longevidad y su relativa buena salud.
El gobierno monocolor socialista que encabeza el secretario
general del partido, PS, António Costa, se apoya en sus 86 diputados, a los que
se suman los 19 del Bloco de Esquerda (BE), los 17 del Partido Comunista
Português (PCP), coaligado con el partido de los Verdes y el representante del
Partido Personas, Animales, Naturaleza (Partido Animalista en otros sistemas).
Los 123 diputados resultantes representan la mayoría absoluta de la Asamblea de
la República, formada por un total de 230. Fue suficiente para rechazar y
obligar a dimitir al primer intento de gobierno tras las elecciones de octubre
de 2015, el continuista presidido por Passos Coelho a propuesta del presidente
conservador de la República, Cavaco Silva, que se apoyaba en la minoritaria
suma de 107 diputados (los adscritos al Partido Social Demócrata, PSD, y al
Partido del Centro Democrático y Social, CDS).
El que fuerzas políticas tan dispares, tradicionalmente
enfrentadas, alcanzaran el acuerdo para un gobierno de y desde la izquierda,
aunque carece de explicación unánime, puede decirse que es producto de dos
fenómenos simultáneos, la decantación de una coalición incubada de lejos contra
los gobiernos de la derecha y la convicción de que el acuerdo para poner en
práctica políticas de mejora de las condiciones de vida de mucha gente
maltratada por las políticas de austeridad y de empobrecimiento del gobierno
anterior sería beneficioso, no solo para esos ciudadanos, sino también para
quienes suscribieran acuerdos de cooperación política de estas características.
Las izquierdas de Portugal comenzaron las conversaciones para
la creación de un gobierno a su medida incluso antes de las elecciones
legislativas. El PCP y el BE se mostraron proclives a favorecer un gobierno del
partido socialista en solitario. No formarían parte del mismo –renunciaban a
asumir esa responsabilidad, a participar en el posible desgaste consiguiente–,
pero, a cambio, se comprometían, mediante acuerdos bilaterales firmados con el
Partido Socialista y entre sí, en un programa de gobierno de objetivos mínimos
para toda la legislatura (2015-2019) que sería compatible con el mantenimiento
de los objetivos máximos específicos de cada una de ellos.
El PCP, partido de tradición leninista, sigue fiel a su
dogmática ideológica (lucha por el socialismo y el comunismo, contra el
imperialismo, se muestra contrario a la pertenencia de Portugal a la OTAN y a
lo que llama la sujeción al euro y se declara partidario de la nacionalización
de los recursos y sectores estratégicos), pero al tiempo se mantiene firme en
su pragmática política tradicional, la apuesta por políticas reformistas de
aplicación inmediata en conjunción con el resto de las izquierdas y en
continuidad de una consumada práctica sindical reformista y negociadora. El
Bloco, por su parte, formado por fuerzas heterogéneas, corrientes marxistas,
algunas de orientación trotskista, se puede considerar genéricamente como una
fuerza anticapitalista, de rechazo a la globalización vigente. Hace hincapié en
las políticas de género (de ahí la importancia de las mujeres en su dirección),
en las políticas a favor de los colectivos LGTB y en otras cuestiones de
impacto social, las llamadas “questões fraturantes” o post materiales.
Lo característico de la situación es que se ha constituido un
gobierno esencialmente parlamentario porque el gobierno minoritario socialista
necesita, para la puesta en práctica de los acuerdos programáticos y para las
nuevas políticas que sea necesario adoptar, del acuerdo y la negociación
constante en la Asamblea de la República. Si este hecho produce sensación de
inestabilidad por un lado, por otro pone a prueba la capacidad negociadora de
los partidos. Hasta ahora, un año y medio después, los tres han dado muestras
de una indiscutible lealtad institucional y de una voluntad de mantenimiento de
los acuerdos más allá de las discrepancias surgidas en el camino. Los acuerdos
que sustentan el gobierno de izquierdas hacen realidad, por primera vez, el
consenso constitucional fundacional de 1976 sobre derechos y libertades
individuales y sobre deberes económicos y sociales. Además, desde marzo de
2016, la acción de gobierno se está viendo favorecida por el apoyo moderador y
la capacidad de mediación institucional del presidente de la República, el
profesor Marcelo Rebelo da Sousa, en contra de lo que muchos temían en
principio por haber pertenecido al PDS y por su trayectoria política en
diferentes gobiernos de la derecha.
Son muchas y visibles las reformas del gobierno, empezando
por una medida social vital, la subida gradual del salario mínimo, fijado en
557 euros en 2017 con el horizonte de los 600 para el final de la legislatura.
La decisión no ha estado exenta de tensiones, porque el gobierno pretendió, al
mismo tiempo, aplicar un descuento en las cotizaciones de la patronal a la
seguridad social en contra del programa de los dos partidos coaligados. Otras
medidas sociales muy deseadas y bien acogidas han sido la subida de las
pensiones y el aumento de los salarios de los empleados públicos, beneficiados
además con la aplicación de una jornada laboral semanal de 35 horas que no
todos consideran por igual beneficiosa. Decisiones importantes también han sido
la recuperación de la inversión pública, muy retraída en la pasada legislatura,
especialmente en Sanidad, lo que se ha traducido en una significativa mejora de
Portugal en el ranking europeo de los sistemas sanitarios de 35 países, pues
avanza, según criterios de los consumidores, del puesto 20 de 2015 al puesto 14
de 2016, y en educación, con la gratuidad de los libros de texto en educación
primaria, la decisión de no sufragar la enseñanza privada allí donde existan
centros públicos y una política de incremento de becas y disminución de tasas
universitarias, aspectos todavía no resueltos satisfactoriamente. El gobierno
también ha acordado reducir el IVA al 13% en la restauración (si bien mantiene
porcentajes muy altos para determinadas bebidas). Por último, ha sido
considerada muy importante la decisión del gobierno de paralizar las medidas
privatizadoras puestas en marcha por el anterior gobierno de la derecha, las de
los transportes públicos urbanos, autobuses y metro (gratuitos desde estos días
para los menores de 12 años), las redes periféricas y la compañía nacional de
aviación, TAP, en la que el Estado vuelve a ser el accionista mayoritario.
La puesta en práctica de las reformas del gobierno y sus
socios está dando resultados visibles: el déficit público se ha reducido por
primera vez en años, la tasa de desempleados se sitúa en un 10,5% y el
crecimiento económico se ha hecho realidad, a pesar de una deuda pública
corrosiva, superior a los 8.500 millones de euros, obstáculo para el desarrollo
futuro y punto de fricción entre las fuerzas de la izquierda, en lo que hace a
su reducción y en lo que implica a la relación con las instituciones europeas.
Con la voluntad de no llegar a un enfrentamiento “a la griega” que nadie desea,
los políticos portugueses desearían una negociación con el Banco Central Europeo
y el Eurogrupo en la que se afrontaran y resolvieran conjuntamente los
problemas de las deudas, la italiana muy elevada o la portuguesa de menor
cuantía.
Las “cuestiones fracturantes” se han resuelto con relativa
facilidad en este primer año de gobierno de la izquierda. Así, se ha admitido
el derecho a la adopción por parte de las parejas homosexuales, han
desaparecido los obstáculos que puso el gobierno de la derecha a la práctica
del aborto –el pago de una cuota y la obligación de recurrir a un psicólogo
previamente–. Desde hace unos días ha entrado en trámite parlamentario la
propuesta para despenalizar la muerte asistida, o ley para la eutanasia. En
todas estas cuestiones, los partidos conceden libertad de voto a sus miembros
por lo que los porcentajes de aprobación o rechazo van más allá de la
aritmética parlamentaria. La aprobación de estas medidas, hay que reconocerlo,
ha contado con amplia aceptación social o, en el mejor de los casos, no ha
suscitado reacciones de rechazo estridentes. Era sorprendente oír al taxista,
hablando sobre los distintos barrios que atravesábamos en nuestro recorrido
matinal, hasta aquí, desde donde usted tomó el taxi, estábamos en la zona de la
música de rock, aquí empieza la zona gay… Como yo, de conocimientos elementales
del portugués, dudara si estaba entendiendo bien, pedí al amable taxista me
ampliara sus comentarios sobre el paisanaje urbano lisboeta. No dejó de
subrayar la normalidad con que la sociedad portuguesa ha recibido el
descubrimiento de una nueva orientación sexual de muchos conciudadanos
próximos, inédita e insospechada hasta ahora. A ello ha contribuido, al
parecer, una no alta beligerancia pública por parte de la Iglesia católica.
La frágil estabilidad de los acuerdos de gobierno de la
izquierda portuguesa sigue siendo una realidad positiva, cada vez más celebrada
por la mayoría de la sociedad y por los implicados. Es el triunfo de un
pragmatismo que, por el momento, a todos favorece, como muy bien lo expresó el
secretario general del PCE, Jerónimo de Sousa, me recuerda Manuel Alegre. Se
trata de mejorar la vida de los portugueses, “Cuanto mejor, mejor”, a
diferencia de tácticas oportunistas que explotan el malestar y el descontento
para su crecimiento. En el equilibro de fuerzas que hace que ninguna predomine,
el interés por la durabilidad del acuerdo se acrecienta. Algunos han observado
que se trata de un acuerdo conservador, incluso reaccionario, porque aspira más
a conservar o recuperar pasados derechos y posiciones perdidas que a afrontar
los nuevos retos de las sociedades contemporáneas. Es un debate abierto. En el
futuro inmediato se ha de plantear con toda su extensión. Quedan muchos otros
frentes ante los que los partidos de la izquierda presentan estrategias
diferentes: la cuestión del saneamiento de la banca con fondos públicos; los
diferentes puntos de vista sobre la red energética pública; la potenciación de
las fuentes de energía alternativas; la relación con la
Unión Europea, bien para seguir dentro o bien para liberarse
de la disciplina del euro; el nuevo mercado de trabajo y una posible mayor
flexibilidad laboral; la lucha contra el desempleo, hoy aún muy elevado, y la
lucha contra la dañina y creciente precariedad laboral…
Todo ello, ¿es conveniente afrontarlo por medio de un
gobierno minoritario como el actual o con uno más fuerte y amplio, integrado
solo por dos fuerzas de izquierda, un fortalecido PS y el Bloco, por ejemplo?
Nadie se atreve a dar una respuesta categórica a preguntas como esta, que no
son meramente retóricas. Lo único cierto es el convencimiento de que en la
situación actual los tres partidos de izquierdas ganan ante su electorado –más,
quizás, el PS– y por ello todos están interesados en prolongar la situación
actual hasta 2019. ¡Nadie lo hubiera dicho tan solo hace un año!
Estas notas no pueden acabar sino con optimismo, como el que
me transmitió el último de mis entrevistados, el escritor, el poeta ante todo,
Manuel Alegre, a sus 80 años no solo patriarca de las letras portuguesas sino
también ejemplo vivo y respetado del luchador desde los tiempos de la dictadura
salazarista, lo que le ocasionó cárcel, persecución y un exilio de 10 años. No
dejó de sentirse libre, como afirmaba en Praça da Cançao, su primer libro,
prohibido y de circulación clandestina: …mas eu sou livre//que não pode morrer
não pode ser cativo// quem pela Pátria morre e só por ela vive. Desde la
Revolución de 1974, empeñado en la causa de la democracia desde las filas del
socialismo, en el ala izquierda del PS, Alegre concluía ante mí, reflexionando
sobre los acuerdos de gobierno vigentes, que “han sido y son buenos para la
democracia… porque todas las fuerzas implicadas pueden intervenir, pueden hacer
política para el bienestar de los ciudadanos…”.
CODA: Parecía inevitable. No ha faltado a la cita ni una sola
vez. Será la cercanía con que se viven los asuntos de España en Portugal (¡tan
poco recíproca!), será la preocupación por el hondo desacuerdo que viven
fuerzas políticas similares a las suyas, lo cierto es que todas las
entrevistas, todas sin excepción, han acabado con la misma pregunta, esta vez
del entrevistado al entrevistador:
– Y en España ¿qué? ¿Qué sucede en España, no se ponen de
acuerdo los políticos para acabar con el gobierno de la derecha?
Mientras improvisaba respuestas para salir de una situación
que no puede sino inquietarme, tanto o más que a quienes formulaban la pregunta
recurrente, recordé una situación similar de tiempos ya lejanos. Poco después
de la Revolución de los Claveles, los
estudiantes de los cursos de doctorado preguntábamos ansiosos al profesor Jover
Zamora si él consideraba que la situación revolucionaria de Portugal tendría
alguna influencia inmediata en la España de la dictadura franquista. Nuestro
respetado profesor esbozó una mueca sonriente, irónica como en él era frecuente,
elevó la vista de las notas que tenía ante sí sobre la mesa, como si mirara
hacia lo lejos, hacia un pasado de varios siglos atrás, y nos confesó:
– Miren ustedes, yo creo que la historia de España y Portugal
ha seguido siempre un curso muy parecido, con cuatro o cinco años de
diferencia.
El apotegma del historiador Jover Zamora acabaría
cumpliéndose.
¿Y ahora?
1. José Lamego profesor de la Facultad de Derecho de Lisboa y
abogado, ha sido diputado y secretario de Estado de Asuntos Exteriores; Francisco
Faraldo, profesor de Lengua Española en el Instituto Español Giner de los Ríos
de Lisboa; coronel Aprigio Ramalho, vicepresidente de la Asociación 25 de abril
de las Fuerzas Armadas Portuguesas; Carlos Gaspar, profesor, Universidade Nova
de Lisboa e Instituto Portuguès de Relações Internacionais; Manuel Loff,
historiador, profesor de Historia y de Estudios Políticos Internacionales de la
Universidad de Oporto; Ángela Carcedo, arquitecta, residente en Lisboa; Pedro
Adão e Silva, politólogo, profesor en el Instituto Universitario de Lisboa y
columnista de prensa; Luciano Alvarez, diario Público, periodista, adjunto a la
dirección; Bruno Góis, doctorando, Instituto de Ciencias Sociales de Lisboa,
del equipo directivo del Bloco de Esquerda; Ângelo Alves, de la Comissao
Política del Comité Central do PCP; Manuel Alegre, poeta y novelista, político
del PS, candidato a la Presidencia de la República en 2011.
No hay comentarios:
Publicar un comentario