lunes, 8 de mayo de 2017

¿Atrapados en Europa? Renegociar los tratados o abandonar la UE.


Artículo de Nacho Alvarez de fecha 24/4/2017 en diario Público.



El debate político europeo está hoy marcado por dos preguntas ineludibles: ¿Qué significa terminar con el neoliberalismo en Europa? ¿Qué estrategia política permite caminar en esa dirección cuando uno forma parte de la Eurozona? 

Recordemos que Europa y los países occidentales ya terminaron una vez con el liberalismo. La primera globalización (1870s-1920s) entró en crisis con la I Guerra Mundial, y fue definitivamente desarmada con la Gran Depresión de 1929. Las políticas económicas keynesianas, vinculadas al ascenso de la socialdemocracia y a las conquistas del movimiento sindical, pusieron un punto y aparte en la tendencia a la mercantilización de las distintas esferas económicas y sociales. A partir del New Deal (1932) en EE.UU., y muy particularmente después de la II Guerra Mundial en Europa, “cuerpos extraños” a la lógica del mercado se institucionalizan, dando lugar a una importante desmercantilización de diversos ámbitos económicos (por ejemplo, los sistemas públicos de sanidad, educación o pensiones). 

Sin embargo, la segunda globalización (1970s-2010s), dirigida políticamente por los intereses del capital financiero y culturalmente por el pensamiento neoliberal, no ha experimentado aún una crisis política semejante a la que experimentó la primera globalización. O, mejor dicho, la crisis que atraviesa desde 2008 no ha generado aún una alternativa política e intelectual, cohesionada y con poder institucional, que permita dar respuesta a la pregunta de qué significa hoy terminar con el neoliberalismo. 

La crisis de la segunda globalización ha hecho emerger un “momento Polanyi”, una suerte de “insurrección electoral” de aquellas mayorías sociales que, a un lado y otro del Atlántico, intentan protegerse de las consecuencias desestabilizadoras asociadas a los mercados desregulados: pérdida de derechos laborales, retroceso salarial, recortes en el Estado de Bienestar, desestructuración de las comunidades, etc. Las mayorías sociales, en otro tiempo movilizadas por la socialdemocracia, intentan protegerse hoy con los instrumentos que tienen a su alcance: con un voto anti-establishment que en muchas ocasiones no es progresista. 

Ofrecer por tanto una salida política a la crisis de la segunda globalización exige clarificar qué vectores pueden servir para dar una orientación progresista al “momento Polanyi” actual, que profundice nuestras democracias y evite el reforzamiento de posiciones oligárquicas. 

No nos extendemos aquí, pues la hoja de ruta es relativamente compartida: 

1) Es necesario terminar con la austeridad fiscal y con la sacralización del equilibrio presupuestario, y resituar en el frontispicio de la política económica el pleno empleo como prioridad. 
2) Necesitamos profundizar la recuperación de los derechos colectivos que han sido erosionados (sanidad, educación, pensiones), el desarrollo de otros nuevos (dependencia, infancia, cuidados y atención personal) y la progresiva desmercantilización de esferas económicas esenciales. 
3) Debemos reforzar la capacidad redistributiva y, especialmente, predistributiva de nuestras economías para reducir drásticamente las desigualdades y dotar de recursos suficientes al Estado (reducción del tiempo de trabajo, nuevos marcos de negociación de los incrementos de la productividad, reforma tributaria). 
4) Volver a disfrutar de estabilidad económica y autonomía política exige debatir acerca de cuál debe ser el grado apropiado de movilidad de capitales, dado que la plena movilidad ha entrañado crisis financieras y bancarias recurrentes, y asfixia a la democracia. 
5) Una nueva Economía Política en favor de las mayorías sociales exige la quiebra de los oligopolios y de lo que en nuestro país se ha venido a llamar el “capitalismo de amiguetes”. 

Ahora bien, desarrollar una estrategia política frente al neoliberalismo que tome estas ideas-fuerza como punto de partida, requiere también abordar la segunda de las preguntas anteriormente formuladas: ¿cómo caminar en esa dirección cuando uno forma parte de la Eurozona? 
Los países que forman parte de la Eurozona se encuentran sometidos a un marco institucional que ha petrificado buena parte de los principales dogmas neoliberales. ¿Cómo orientar el “momento Polanyi” actual teniendo en cuenta dicho marco? ¿Es posible poner en marcha una estrategia alternativa al neoliberalismo sin una salida inmediata del Euro? Esta es la pregunta que atenaza a las fuerzas progresistas europeas desde hace casi una década. 

Las fuerzas progresistas y populares europeas viven atrapadas, desde que se inició la crisis, en una suerte de polaridad poco fértil. De un lado, quienes plantean la necesidad de “más Europa” para solucionar los problemas de diseño de la Unión Económica y Monetaria. Así, para quienes así piensan, la clave pasaría por completar la unión monetaria con una unión fiscal que respalde la moneda única y permita superar la “anomalía histórica” de tener una moneda sin Estado alguno que la respalde. 
Del otro lado encontramos a quienes constatan que el diseño político e institucional de la zona euro supone un auténtico corsé para cualquier experiencia política que pretenda impulsar una propuesta alternativa al neoliberalismo, y desconfían de toda posibilidad de reforma. En este segundo caso la conclusión termina siendo la apuesta por salir del euro. 

El riesgo asociado a la primera de las propuestas es evidente. La pretensión de “completar” con una unión fiscal el diseño erróneo que, desde sus inicios, presenta la zona euro apunta en muchas de sus formulaciones hacia un federalismo de corte autoritario, que llega incluso a plantear la existencia de supercomisarios que controlen los presupuestos elaborados por los parlamentos nacionales. Esta propuesta, que parte de la socialdemocracia europea ha hecho suya, profundizaría los déficits democráticos de la UE y reforzaría la idea de que, en el marco de la UE, democracia y política económica se conjugan con tiempos verbales diferentes. 

La segunda propuesta, la ruptura con la UE y con el euro, tiende a no tomar en consideración las especificidades políticas y culturales de los distintos países, así como los aspectos relativos a la construcción de mayorías de cambio en los países periféricos. 
Es cierto que el actual diseño político e institucional de la zona euro supone un rígido corsé para una política económica alternativa. Sin embargo, a nadie se le escapa la enorme dificultad –particularmente en el caso de los países periféricos– de trasladar a la opinión pública cualquier debate sobre un posible abandono unilateral de la moneda común. Esto no hace sino constatar que, en buena medida, son las propias mayorías sociales de los países periféricos las que demandan terminar –de una u otra forma– con la austeridad y el neoliberalismo, sin cuestionar sin embargo las estructuras políticas supranacionales que lo imponen y lo perpetúan. A nadie que realmente pretenda levantar una alternativa a las políticas neoliberales, viable y con voluntad de convocar a las mayorías sociales, se le debería pasar por alto dicha contradicción, que habla más de la necesidad de acompañar procesos que de “adelantarlos”. 

Por otro lado, refugiarse en que una supuesta salida del euro solucionaría los principales problemas económicos, sin evaluar las dramáticas consecuencias económicas y sociales que tendría en un primer momento para la mayoría de la población (empobrecimiento, encarecimiento de la cesta alimentaria y de la energía, crisis cambiaria, default externo…), resta credibilidad a dicha propuesta. ¿Qué gobierno popular podría soportar un coste de esa dimensión sin ser derrotado en pocas semanas o meses, a no ser que una medida como esa fuese asumida como el último recurso posible, después de haber recorrido un largo camino previo? 

Se impone por tanto, desde nuestro punto de vista, la necesidad política de transitar un estrecho desfiladero: evidenciar que incluso en el contexto actual existen ciertos márgenes para la construcción de alternativas progresistas, aprovechar las líneas de fractura institucional para forzar y ampliar dichos márgenes, reclamar la refundación de los Tratados y exigir la democratización de las instituciones europeas y, finalmente, asumir que la disolución del euro puede resultar inevitable en futuras crisis, vista la escasa voluntad de reforma existente. 

Aunque sólo el marco del Estado-nación constituye hoy una base sólida para las instituciones democráticas, son mayoría las personas que en nuestro país constatan que el marco del debate político no es sólo nacional, sino también supranacional. Por eso es necesario ofrecer un programa progresista para Europa, aun a riesgo de bordear un ejercicio de pensamiento ilusorio. 
Ser capaz de convocar a mayorías sociales a una agenda de cambio exige conectar con un sentido común de época, aunque no para reproducirlo sino para redefinirlo. Exige tener un pie donde lo tienen esas mayorías sociales para poder impulsar con el otro pie un movimiento en la dirección deseada. Por ello es necesario recordar, una y otra vez, que hoy podrían adoptase medidas en el marco de la UE –algunas de ellas sin necesidad de hacer siquiera profundas modificaciones de los Tratados– que supondrían mejoras inmediatas en las condiciones de vida de millones de personas y superarían graves déficit democráticos. 

A modo de ejemplo, cabe recordar algunas de ellas: se debe eliminar el objetivo de “equilibrio presupuestario estructural” de la norma fiscal europea, para poner punto y final a la austeridad; el Banco Europeo de Inversiones (BEI) perfectamente podría impulsar un amplio plan paneuropeo de inversiones financiado con cargo a la emisión de bonos de deuda del propio BEI, respaldado en los mercados secundarios por el BCE; el Seguro Europeo de Desempleo (ya propuesto por László Andor) constituiría sin duda un avance para los países del sur, con millones de parados; convertir al BCE en prestamista de última instancia de los Estados miembro evitaría la posibilidad de nuevos chantajes políticos como los vividos en el pasado; que dicho banco reestructure la deuda pública que excede el 60% del PIB de los Estados miembro, con cargo a su señoreaje, evitaría nuevos episodios de inestabilidad financiera en el próximo futuro; la formación de una cámara parlamentaria de la eurozona (la conocida propuesta de Piketty), integrada por representantes de los distintos parlamentos nacionales y con verdadera capacidad legislativa (no como el actual Parlamento Europeo), trasladaría a Europa mecanismos democráticos similares a los que operan a escala nacional en los Estados miembros. 

Seguramente haya quien vea estas medidas como “la carta a los reyes magos”; una propuesta naif. Ciertamente, dada la actual correlación de fuerzas existente en la UE, son políticas que hoy difícilmente podrían llevarse a cabo. Pero lo mismo sucede al interior de muchos Estados de la UE y eso no nos exime en el marco de los debates nacionales de plantear alternativas viables y posibles. Porque la política consiste precisamente en visibilizar una y otra vez las alternativas que se descartan cuando se opta por una determinada orientación política. 

Las fuerzas populares y progresistas en España –y conviene ser aquí cauto con lo que sucede en otros países europeos, pues los tiempos políticos nunca con exactamente iguales– deben ser capaces de articular un discurso que impugne el marco político e institucional actual de la UE y que, al mismo tiempo, presente políticas concretas frente al marco burocrático de Bruselas. El debate político también se juega en el plano supranacional, y renunciar a tener alternativas viables en ese ámbito dificulta acompañar el proceso de las mayorías sociales en la construcción de una alternativa al neoliberalismo. Es cierto, en el marco de la zona euro, hoy por hoy, una alternativa al neoliberalismo solo cabría parcialmente. Pero la otra parte de la alternativa, la que hoy no cabe, debe construirse forzando las propias fracturas que presenta la Unión Económica y Monetaria; y para eso siempre hace falta articular propuestas políticas que evoquen legitimidad, dibujen horizontes de progreso y convoquen apoyo social. 

Puede que el debate sobre la permanencia o la salida del euro, o su disolución coordinada entre todos los países, nos sorprenda nuevamente la próxima vez que se presente una crisis asimétrica entre los Estados de la eurozona (¡y todas lo son!). Conviene que cuando ese momento llegue la legitimidad política y social esté del lado de quienes vienen reclamando y planteando alternativas viables, y opuestas a las del establishment. 

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