El nuevo presidente no puede defraudar, ni las voces partidarias dentro de
su propia formación exigirle mano dura con aquellos que les han apoyado ahora a
desbancar al dirigente de un partido manchado por la corrupción.
Artículo de Baltasar Garzón publicado en el diario.es con fecha 4/6/2018.
Vivimos unos momentos vertiginosos. Nuestra vida política y social ha dado
un vuelco que hace dos semanas no estábamos en disposición de sospechar. La
moción de censura presentada por el PSOE como indignada reacción a la
corrupción que afecta y protagoniza, desde hace tiempo, al menos desde 2009, el
Partido Popular y muchos de sus más connotados dirigentes de la época de Aznar
y de la posterior de Mariano Rajoy, ha llevado a que el sábado día 2 de junio,
(curiosamente el mismo que hace 4 años (2014) el rey Juan Carlos I anunció su
abdicación), el líder socialista Pedro Sánchez haya prometido su cargo sin
biblia ni crucifijo. Solo la Constitución como único libro fundamental al que
guardar lealtad. Por fin, el compromiso de un presidente del Gobierno con otro
precepto básico de la Carta Magna: el de mantenerse en el ámbito de un estado
laico y no confesional. La inquisición, monseñores como Rouco y Munilla, las
medallas de honor de la policía a las vírgenes, el canto del novio de la
muerte, la imagen de Cristo en alza por varios ministros y tantos otros remakes
de épocas oscuras, los ha dejado Sánchez en su justo lugar: en el pasado.
Con ello se ha ganado enemigos nuevos, o mejor dicho los enemigos que
siempre han estado ahí, dispuestos a abalanzarse contra él para evitar que
alcanzara la posición que hoy detenta. Tan de nuevas es esta situación, tan
poco preparados nos ha pillado que este mismo sábado los ciudadanos caíamos en
la cuenta de que míticos nombres de nuestras pesadillas diarias (Montoro,
Cospedal, Zoido, Catalá…) ya no estaban vigentes. Se acabó. ¡Caput!
No es baladí esta sensación de asombro. El viernes, en sede parlamentaria,
asistimos al bochornoso espectáculo del portavoz popular señor Hernando que
además de arremeter contra el PSOE, contra Ciudadanos, contra todos los grupos
que no son de su cuerda, se permitió la insolencia, cuando no excrecencia, de
insultar lisa y llanamente a uno de los magistrados que había firmado la
sentencia que condenaba por delitos relacionados con corrupción a varios
dirigentes en su día (no tan lejano) del Partido Popular; señalaba la
existencia de un sistema institucionalizado de corrupción; una caja B desde los
orígenes del mismo; el aprovechamiento de fondos ilícitos y la falta de
credibilidad del testimonio, ni más ni menos, que del presidente del Gobierno
señor Rajoy en su comparecencia judicial en el juicio en julio pasado. Por
siempre quedará estigmatizado este responsable político con la tacha peor que
puede haber contra un testigo judicial: que el tribunal diga que no te ha
creído.
Las palabras de Hernando fueron hirientes y reiteraban las de otros
responsables del mismo grupo político en lo que parece va a ser una línea de
acción en lo sucesivo. Mostraban además una desvergüenza, una falta de respeto
y una soberbia propias de quienes se han creído durante años dueños de la
impunidad, señores de la manipulación, señoritos de un cortijo llamado España
que han manejado a su antojo.
Hernando, sus coetáneos populares y muchos de los que les antecedieron,
consideran que se encuentran en su derecho de quitar y poner cargos como peones
en el tablero de sus intereses, incluidos los jueces y los fiscales. Tan
acostumbrados están a hacer lo que les parece mejor saltando sobre la legalidad
y el bienestar general que el “popular” ofendió al citado juez desde su
posición superior de diputado, amparado por una inmunidad parlamentaria que,
desde luego, no debe ser utilizada para injuriar o ultrajar a un miembro de un
poder independiente del Estado, como lo es el Poder Judicial, respecto de su
actuación concreta en una sentencia. El desprecio a la división de poderes ha
sido palmario.
¿Qué hubiera pasado de haberse tratado de un representante de Podemos o de
los propios socialistas quienes se hubieran manifestado en tales términos
contra un juez conservador en una situación similar? No quiero ni pensar en la
retahíla de barbaridades que hubiéramos tenido que escuchar y en la difusión
amplificada por sus voceros de la caverna que, por cierto, están también con el
paso cambiado a la espera de saber si van a perder los privilegios, la
publicidad institucional para sus medios o los ingresos añadidos por aparecer
en tales o cuales tertulias aplaudiendo a sus áulicos “empleadores”.
Mientras tanto ¿dónde está la indignada respuesta del órgano de gobierno de
los jueces? El consejo General del Poder Judicial no ha hecho público de
inmediato acuerdo alguno exigiendo al diputado que se retracte. No se ha
reunido de urgencia, ni en Pleno ni en Comisión Permanente. Tal retraso
contrasta con la velocidad con la que el presidente Carlos Lesmes convocó
aquella para evitar que el mismo juez acudiera a la vistilla que debía decidir
sobre la situación de prisión o libertad de los sentenciados y sobre otros
asuntos relacionados con la resolución que es habitual adopten los jueces que
llevaron a término el proceso. Sin olvidar que hubo un empate entre los cuatro
vocales y que finalmente se optó por impedir la presencia del magistrado
gracias al voto de calidad del muy conservador Lesmes.
Ojalá que en el terreno de la justicia ese cambio de gobierno sirva también
para dejar que los tribunales trabajen sin interferencias ni presiones. Esa es
una encomienda primordial. Y que la Fiscalía no acuda a traducir en querellas –
como en los últimos años ha ocurrido- los peores delirios de los gobernantes
populares. Es decir, que una pelea de bar no se convierta en una resurrección
impostada de ETA (así lo ha establecido una sentencia); que insultos y
zafiedades no se traduzcan en intención de enaltecer el terrorismo. Y, ya
puestos, es misión fundamental liberar a banderas e himnos del secuestro a que
los tienen sometidos unos y otros, del mismo modo que es preciso rescatar el
concepto de Patria de la apropiación indebida a que la someten el Partido
Popular y su aprendiz Ciudadanos.
Son tareas más complejas sin duda que las meramente materiales. Resulta
evidente, en este sentido, que la principal obligación que tiene ahora el
presidente Sánchez es la de gobernar, pero sobre todo, debe ser consciente de
todo lo que se le ha cedido para que ocupe la presidencia. Seamos objetivos:
muchos, al votar a favor de la moción, han retirado o consentido planteamientos
hasta ese momento irrenunciables, cosas tales como el apoyo del PSOE al 155, un
artículo pactado en su día con Ciudadanos, partido que, por cierto, en base a
sus intereses electorales ha preferido esconderse en un momento histórico
quedando de parte de la corrupción, cuando estaba en juego la dignidad política
y la credibilidad de un sistema democrático altamente cuestionado por tal
lacra. Otros han renunciado a polémicas y posiciones de ataque e incluso han
ofrecido apoyo. Sin olvidar también a los que se han arriesgado a perder los
presupuestos.
El nuevo presidente no puede defraudar, ni las voces partidarias dentro de
su propia formación exigirle mano dura con aquellos que les han apoyado ahora a
desbancar al dirigente de un partido manchado por la corrupción. Sánchez no ha
traicionado a nadie en el PSOE. Ha tenido por el contrario la valentía de beber
el cáliz amargo de una situación política endiablada para sacar adelante el
país, librarle del bucle de la podredumbre e intentar resolver la fractura de
la convivencia que el Partido Popular ha llevado al límite en casos como el de
Cataluña.
Lo visto en estos días es reflejo de los tiempos que estamos viviendo y que
suele ser muy común en nuestro país. El nuevo presidente no ha comenzado su
andadura y ya le estamos despedazando y exigiendo lo que en casi siete años se
ha consentido al saliente. Sin embargo, echo en falta la prudencia y la mesura
que se debería reclamar a quienes no son más que servidores públicos y cuya
misión y obligación, mientras estén en el cargo, es tomar las decisiones políticas
necesarias para que la concordia esté a salvo, la economía sea social y
equitativa, la seguridad lo sea jurídica, la pluralidad y la libertad queden
garantizadas entre quienes integramos un país diverso. Esto sí que habrá que
exigírselo al presidente y a sus ministros y ministras desde el minuto uno de
su mandato.
Sánchez ha prometido sobre la Constitución velar por los españoles. Hay que
ayudarle. Frente a las injurias de Hernando que es el arquetipo de la mala
intención, el rencor y la desesperación que viven hoy los populares, hay que
contraponer la buena voluntad para el entendimiento. Son horas de dialogo,
momentos claves para la democracia, tiempos de cambio, de coaliciones y de
espacios amplios progresistas que otorguen esperanza a la ciudadanía y en los
que la transversalidad es cada vez un elemento más presente. Ese es el deber de
Sánchez y es el deber de todos.
No hay comentarios:
Publicar un comentario