Artículo de Juan Torres Lopez publicado en su blog La
Tramoya con fecha 18/6/2020.
La covid-19 tendrá muchas secuelas en nuestras vidas y en
la economía, pero posiblemente sea una de ellas la que va a marcar
especialmente nuestro futuro: el crecimiento de la deuda.
Si de 2008 a 2019 la deuda global aumentó en 87 billones de
dólares, de 168 billones a 226 billones, es fácil intuir la aceleración que va
a tener como consecuencia de una pandemia que obliga a realizar muchos más
gastos extraordinarios. Tantos, que incluso los más férreos partidarios de
recortarlos reclaman que se realicen cuantos sean necesarios y asumen que hay
que olvidarse de la estabilidad presupuestaria.
Ante el endeudamiento extraordinario se puede caer en
diferentes tentaciones que darían lugar a problemas mucho peores de los que
estamos viviendo.
La primera es creer que las economías pueden seguir
teniendo a la deuda como motor de la actividad económica por tiempo indefinido.
Es un error fatal: si el crecimiento de la economía depende del crecimiento de
la deuda se deduce fácilmente que para que crezca la economía debe crecer ...
¡el crecimiento de la deuda! Es decir, que para que no se detenga el
crecimiento de la economía debe producirse una aceleración constante de la
deuda, algo materialmente imposible.
La segunda tentación es pensar que el crecimiento
cuantitativo de la deuda no es lo que realmente importa, sino que hay que
prestar atención a la proporción que la deuda representa sobre el PIB. De ahí
se deduciría que mientras que se logre que crezca suficientemente el PIB se
podrá gobernar la deuda sin problemas. Se trata de otro error importante por
varias razones. En primer lugar, porque eso puede ser cierto en valores agregados,
pero no cuando se baja a la concreción del endeudamiento. La deuda total no se
distribuye homogéneamente entre todos los sujetos económicos, de modo que un
determinado porcentaje de deuda sobre el PIB que puede parecernos soportable es
en realidad letal para muchas empresas y hogares. En segundo lugar, porque el
crecimiento continuado del PIB para sostener la deuda ni es posible
permanentemente, como dije antes, ni deseable. En las condiciones en que hoy
día se produce y consume, más actividad económica es una amenaza para el medio
ambiente que a la postre bloquea no sólo a la propia actividad económica sino a
la vida en el planeta. Y, finalmente, porque el porcentaje de deuda sobre el
PIB no es por sí mismo indicador de la sostenibilidad de la deuda. Algunas
economías, como la japonesa, pueden salir adelante con porcentajes de deuda muy
elevados y otras, como la propia española, pueden tener muchas más dificultades
a pesar de tenerlo bastante más bajo: el mayor o menor daño de la deuda depende
de que haya más o menos pública o privada, de quiénes sean los acreedores o de
la estructura de generación de ingresos de cada economía, entre otras razones.
La tercera tentación es creer que la única deuda que genera
problemas y a la que hay que hacer frente es la pública. Es otro error grave
porque la deuda de los gobiernos incluso puede ser la solución cuando la
economía se paraliza, mientras que la deuda privada y especialmente la de las
empresas termina frenando la inversión y la creación de actividad económica. De
hecho, mientras que en estos momentos la primera es de obligada generación para
sacar adelante a las economías, la que están acumulando las empresas en todo el
mundo se va a convertir en la principal causa de problemas en los próximos
tiempos.
La cuarta tentación consiste en creer que, para frenar el
crecimiento de la deuda, y especialmente de la pública, lo que hay que hacer es
recortar gastos. Al pensar esto se olvida que el gasto es el motor de la
economía y que, cuando se reduce, lo que ocurre es que las economías se frenan,
de modo que resulta más difícil disponer de ingresos para pagar la deuda, lo
que obliga a endeudarse más todavía, lo que hace que aumente sin cesar. Es la
paradoja que encierran las erróneas políticas de austeridad que se aplicaron en
Europa para hacer frente a la crisis de 2008 y la que ha dado lugar a que haya
millones de empresas zombis (sin beneficios suficientes para pagar su deuda) en
la economía mundial.
La quinta tentación es creer, aunque sea sin decirlo, que
lo mejor o lo único que se puede hacer frente a la deuda es permitir que la
inflación, la subida de precios, "se la coma". Es un error porque así
es cierto que se reduce la deuda, pero a costa de otros problemas colaterales,
de eficiencia y de equidad, posiblemente peores.
La última tentación es considerar
que la deuda es el resultado de que los sujetos económicos viven por encima de
sus posibilidades cuando la realidad es otra: la deuda es el negocio de la
banca, un negocio que pueden hacer crecer ad infinitum porque
el dinero que prestan lo sacan de la nada. El modo de vida que lleva a recurrir
constantemente al crédito es el impuesto por la publicidad, la cultura y las
políticas de escasez artificial que promueven la banca y los grandes poderes
financieros para ampliar su negocio.
Si de verdad se desea acabar con la losa y la esclavitud
que genera la deuda hay que entender que ésta se incrementa sin cesar en
nuestro tiempo por cuatro razones principales.
La primera causa de crecimiento constante de la deuda es la
desigualdad. Mientras que la renta se viene concentrando cada día más en un
grupo social muy reducido de población y de empresas, la mayoría de la gente y
de las pequeñas y medianas empresas o de los trabajadores autónomos viven en
condiciones cada vez más precarias, con ingresos que apenas si llegan a cubrir
sus gastos o necesidades, y mucho más cuando la economía se deteriora por
cualquier circunstancia, como ahora con la pandemia. No hay manera de disminuir
la deuda que no pase por frenar la concentración de la renta y reducir la
desigualdad.
La segunda causa que hace que la deuda y los problemas que
plantea aumenten sin cesar es la caída en la tasa de rentabilidad del capital
productivo que es paralelo al aumento en de la que corresponde al capital
financiero. No se puede reducir la deuda sin desincentivar y penalizar la
ganancia que produce la especulación financiera e incentivar y proteger a la
que genera la actividad económica productiva y ambientalmente sostenible.
La tercera causa que está haciendo que la deuda aumente son
los intereses y, en general, los gastos asociados al crédito. Si sólo se
considera el tipo de interés oficial o de referencia que fijan los bancos
centrales podría creerse que esta factura es muy baja para los hogares y las
empresas, pero basta con comprobar el tipo efectivo que se aplica a los
préstamos que reciben para comprobar lo que realmente representan los intereses
(las operaciones de crédito habituales de la banca española se realizan con
tipos efectivos de alrededor del 5% a poco que pasen de un año y las operación
aplazadas con tarjeta de crédito puede tener un TAE superior al 50% a pesar de
que todas ellas se financian con un dinero que los bancos crean sin coste
alguno). Y un coste financiero singular que supone una carga a veces
insoportable (especialmente para los Estados) es el que impone la especulación
financiera aumentando, muchas veces alentando riesgos que ellos mismos crean,
las primas de riesgo o la volatilidad de los productos financieros con que se
renegocian sin parar los títulos de la deuda. No se podrá reducir la deuda
mientras se mantenga el poder de mercado de los bancos que les permite imponer
costes financieros desorbitados y se frene la especulación.
La cuarta razón que explica que la deuda crezca sin parar
ya lo he mencionado: es el negocio de los grupos más poderosos del planeta, no
sólo económica sino políticamente. Dicho de otro modo, no será posible
reducirla sin limitar el poder político de estos grupos. Y como éste proviene
del privilegio que les supone poder crear dinero de la nada, sólo se podrá
evitar que sigan dominando el mundo a través de la deuda si se acaba con el
sistema de reserva fraccionaria que es como se llama técnicamente ese modo de
actuar de la banca.
Todo lo que acabo de señalar creo que lleva a una
conclusión elemental: puesto que la deuda ha crecido tanto porque se ha
convertido en el motor principal de nuestras economías y es el negocio más
rentable de quienes tienen la capacidad de tomar las decisiones que guían las
políticas económicas, no hay posibilidad real de reducirla sin paralizar la
vida económica y provocando, por tanto, un colapso de las economías. Es la
paradoja de nuestro tiempo. No se puede arreglar un problema en el motor de un
vehículo sin detenerlo. Así que, o dejamos que nuestras economías de deuda
sigan avanzando a toda velocidad hacia el precipicio o se toman decisiones de
otro tipo, políticas, que son las que siempre se han utilizado para resolver
las crisis de deuda cuando éstas han alcanzado puntos de no retorno, como nos
ocurre ahora.
No cabe otra posibilidad que poner los relojes a cero o, al
menos, en una hora que permita que las economías respiren. No hay otra forma de
enfrentarse a la situación a la que hemos llegado que no sea la de diseñar una
amortización estratégica de la deuda global mediante reestructuraciones y
quitas bien organizadas. Reestructurar las deudas no es algo nuevo en la
historia económica. Países que ahora son tan reacios a ellos, como Alemania, no
podría haber llegado a donde han llegado en su historia reciente sin
condonaciones, modificaciones y quitas diversas de su deuda. Los bancos
centrales no pueden seguir poniendo dinero sin límite para salvar a los bancos
de los impagos de deuda que su propia codicia y privilegios producen cuando podrían
permitir fácilmente que las economías abordaran en óptimas condiciones su
reconstrucción y desarrollo para hacer frente a los grandes problemas que
tenemos por delante.
Ahora mismo, la negociación a escala internacional de un
plan para la eliminación de la deuda como principal problema de las economías
puede parecer una utopía. En poco tiempo, será una necesidad acuciante y los
banqueros y grandes financieros tendrán que pasar por el aro. Ya han ganado lo
suficiente y las economías, las empresas que crean riqueza y empleo y las
personas, ya han sufrido bastante e innecesariamente.
No hay comentarios:
Publicar un comentario