Artículo de Juan Laborda en su blog de Vozpopuli de fecha 9/7/2020.
Las
bases teóricas que han sustentando la política económica de las últimas cuatro
décadas son un cuento de fantasía
El problema de fondo no es subir o bajar impuestos, sino
acabar de una vez por todas con la austeridad fiscal. Europa, y quien fijó los
criterios de Maastricht, francés para más seña, no contempló, ni por asomo, la
posibilidad de una recesión de balances, o una financiarización destructiva,
cargada de caos y miseria. Lo más lamentable es que muchos responsables de la
cosa pública aún siguen sin enterarse de lo básico. Los gobiernos
no son ni familias ni empresas. Tienen el monopolio de crear dinero.
El entorno actual permite aplicar otras políticas alternativas que no se están
utilizando. Los países que disponen de soberanía monetaria, tipo de cambio
flotante, y emiten deuda soberana en su moneda pueden dedicar las políticas
fiscal y monetaria a garantizar que el gasto doméstico sea el suficiente para
mantener altos niveles de empleo. Los gobiernos que emiten sus
propias monedas ya no tienen que financiar su gasto, ya que los
gobiernos emisores de moneda nunca pueden quedarse sin dinero. Muchos ni se
enteran.
Nos llevan engañando demasiado tiempo, pero quienes así
actúan, y se jactan de ello, aún no se han enterado de que otros, desde el
Golfo de Malaca, les han robado la cartera, de manera que la
principal fuerza económica, tecnológica y financiera del mundo ya no es
occidental. Pronto no lo será ni tan siquiera militarmente. Todo un
ejemplo de reversión a la media histórica. Las bases teóricas que han
sustentando la política económica de las últimas cuatro décadas son un cuento
de fantasía, mejor dicho, seamos concisos, son un tocomocho, una auténtica 'fake
news'. En nuestra querida España el Totalitarismo Invertido en el que
vivimos intenta defenderse como gato panza arriba con tal de mantener el
statu-quo. Pero su tiempo también se ha agotado.
El
balance del Eurosistema
Si analizamos el balance del Eurosistema se observa cómo
ha aumentado su tamaño de 4,7 billones de euros a finales de 2019 a los 6,2
billones. Sin embargo, la sorpresa se detecta en su composición. La mayoría del
incremento de su activo, en más 900.000 millones de Euros, ha sido préstamos al
sistema bancario para evitar problemas de liquidez e insolvencia del
mismo. Arrastramos las malas decisiones económicas de la Gran
Recesión, donde no se limpió el balance del sistema bancario a costa de
acreedores, con las consiguientes quitas de deuda. Por el contrario,
la financiación en mercado secundario a los gobiernos se incrementó en una
cuantía que apenas llega a los 500.000 millones, insuficiente teniendo en
cuenta el destrozo económico que se ha producido. Detrás de ello los temores a
que Bruselas acabe exigiendo duros ajustes fiscales en los años venideros.
El problema de fondo es otro, se debe abandonar la
austeridad fiscal. El gobierno no es ni se comporta como una familia o como una
empresa
Europa sigue trabajando, erróneamente, en el marco de la
austeridad fiscal. Y esto empieza a ser un serio problema. La imaginación
política es muy escasa y asume el actual paradigma fracasado por encima de
todo. Mientras desde las formaciones conservadoras se intenta
persuadir al público de la necesidad de austeridad después de que
la crisis disminuya; desde las formaciones de izquierda se contrarresta estas
propuestas, pero dentro del marco ortodoxo, vía aumentos de impuestos. El
problema de fondo es otro, se debe abandonar la austeridad fiscal. El gobierno
no es ni se comporta como una familia o como una empresa.
Las propuestas desde la derecha incluyen la
transferencia de los costes de la covid-19 a los pensionistas y a los
trabajadores, vía devaluación salarial, retraso de los aumentos del
salario mínimo, y recorte del gasto. Estos recortes colocarían gratuitamente la
carga financiera sobre los hombros más débiles y nos comprometerían a otro
ciclo de austeridad destructiva en el futuro. La izquierda contrarresta estas
propuestas, pero sólo dentro del marco ortodoxo. Se admite que es necesario
reembolsar el déficit, pero que su coste debe ser asumido por los más ricos,
como parte de una reducción general de la desigualdad. Esto sólo busca
reorientar la austeridad, en lugar de rechazarla por innecesaria. Al vincular
su demanda de mejores servicios públicos con su deseo de hacer frente a la
desigualdad, se corre el riesgo de no lograr ninguna de las dos cosas.
El
papel de los impuestos
Una descripción operativa del sistema monetario actual es
fundamental. Comprender que los préstamos crean depósitos (que a su vez crean
reservas, es decir, dinero endógenamente) es un punto de partida mucho más
realista que el punto de vista general de que los depósitos crean préstamos.
Por ejemplo, conocer que el gasto público crea reservas y reduce los tipos de
interés es vital para entender el mercado de bonos de Japón. Por lo
tanto, primero es el gasto y, después, el ahorro. En este
sentido los gobiernos deciden lo que gastan y seguidamente determinan qué parte
del flujo de renta y riqueza generada por los sectores privados se retira del
sistema vía impuestos. En definitiva, los contribuyentes no financian nada.
Tras decidir primero lo que gastan y, después, el nivel de impuestos, la
diferencia nos indicará el nivel de emisión de deuda.
La Teoría Monetaria Moderna (TMM) desde
su inicio ha reconocido que el dinero de hoy en día y lo que se llaman recursos
reales -bienes y servicios- son dos cosas diferentes, y que el dinero está
necesariamente disponible para el gobierno según su voluntad -sin coste o
límite- desde el momento que los bancos centrales crean depósitos
con pulsar teclas de ordenador. Además, los límites del gasto total
radican en la disponibilidad de recursos que se ofrecen a la venta, y el gasto
más allá de esos límites se pone de manifiesto en el aumento de los precios
(incluidos los salarios), lo que comúnmente se denomina inflación. La TMM
debería convertirse en el nuevo consenso.
Los bancos centrales son agentes del gobierno; pueden crear
saldos de cuentas -dinero- con sólo pulsar una tecla
Bajo este planteamiento conviene que queden bien claras
ciertas aseveraciones. Las obligaciones tributarias crean vendedores de bienes
y servicios que desean la moneda del gobierno a cambio. Esto permite que el
gobierno se provea a sí mismo mediante el gasto de su moneda, que de otro modo
no tendría valor. El gobierno y sus agentes son la única fuente de los fondos
necesarios para pagar los impuestos. Los bancos centrales son agentes del
gobierno; pueden crear saldos de cuentas -dinero- con sólo pulsar una
tecla. Las monedas de hoy en día son los créditos fiscales que
exigen los gobiernos para el pago de impuestos. La deuda pública ya es
"el dinero" -los saldos de cuenta en el Banco Central gastados por el
gobierno que aún no han sido utilizados para pagar impuestos-, y lo que se
llama "pago de la deuda pública" no es más que el desplazamiento de
esos saldos entre cuentas en el Banco Central. La capacidad de pago del
gobierno no es un problema. Es enteramente una cuestión de voluntad de
pagar.
Los impuestos sí que pueden tener dos funciones
usualmente olvidadas: limitar el poder económico de ciertos grupos de presión
(esto Frank Delano Rooslvelt lo entendió
perfectamente); y orientar el modelo productivo, donde, a diferencia de lo que
ocurre hoy en día, se debería castigar fiscalmente a los extractores de renta
mientras se favorece la actividad productiva. Las grandes corporaciones en las
cuatro últimas décadas han acumulado poder, además de extraernos rentas.
¡Blanco y en botella!
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