El estancamiento suele ser la antesala de la descomposición. Una
sociedad en la que los órganos a los que se confía la dirección política del
país no ejercen las funciones que tienen encomendadas, está condenada al
desorden. Más bien pronto que tarde.
Artículo de Javier Perez Royo publicado con fecha 29/4/2018 en eldiario.es.
Hace ya bastantes años Karl Loewenstein clasificó las Constituciones en la
tríada de constituciones “normativas”, “nominales” y “semánticas".
Normativas son aquellas constituciones en las que se da una notable
coincidencia, identidad es imposible, entre lo que ocurre en la realidad y lo
que la Constitución dispone. Son las constituciones propias de las democracias
que operan como tales. Nominales son aquellas en las que existe una desviación
notable entre lo que la Constitución prevé y la realidad. Semánticas son
aquellas en las que el parecido entre lo que la Constitución establece y la
realidad es pura coincidencia.
La Constitución española de 1978 ha sido una Constitución normativa desde
su entrada en vigor hasta finales de 2015. Desde entonces no ha hecho otra cosa
que deslizarse por la pendiente que conduce a la Constitución nominal. En las
dos últimas legislaturas, la prácticamente non nata como consecuencia de la
imposibilidad de investir a un candidato como presidente del Gobierno y la
actual, resultado de la disolución anticipada de la anterior, tienen de
legislatura de un Estado democrático el nombre, pero poco más.
España ha sido el primer país europeo occidental después de la Segunda
Guerra Mundial en el que se han tenido que repetir unas elecciones generales
por la imposibilidad de investir a un presidente del Gobierno. Y en la
siguiente legislatura se ha conseguido investir un presidente de Gobierno, pero
la “mayoría de investidura” no ha conseguido ser al mismo tiempo “mayoría de
gobierno” y, en consecuencia, el Gobierno de la Nación no está siendo capaz de
ejercer la tarea de dirección política del país, que es la que tiene
constitucionalmente encomendada (art. 97.1 CE). El Gobierno administra, pero no
gobierna.
Como consecuencia de ello, las Cortes Generales tampoco están cumpliendo
con ninguna de las tres tareas que la Constitución expresamente les atribuye en
el artículo 66. 2: la función legislativa, la función presupuestaria y la
función de control gubernamental. No ha habido disolución del Parlamento como
en la legislatura anterior, pero el Gobierno no gobierna y el Parlamento no
legisla, no aprueba presupuestos y no controla la acción de gobierno porque no
hay acción de gobierno que controlar. La avería de la democracia parlamentaria
no puede ser más expresiva.
Formalmente la Constitución está vigente, pero materialmente está
suspendida. El Estado social y democrático de Derecho funciona por inercia,
pero sin que haya ningún proyecto de dirección política no ya que consiga
abrirse camino, sino que se avance como propuesta. La única estrategia que se
está haciendo visible es la estrategia defensiva del Gobierno de evitar que se
produzca una revisión de lo que fue su programa de la legislatura 2011-2015, en
la que el PP dispuso de mayoría absoluta.
Mariano Rajoy anticipó a finales de 2015 que el PP no dispondría de mayoría
en la siguiente legislatura para continuar dirigiendo el país de la forma en
que lo había hecho entre 2011 y 2015. Pero también anticipó, con buen olfato,
que podría disponer de una minoría lo suficientemente consistente como para
torpedear cualquier acción de gobierno que pretendiera revisar la que él había
puesto en práctica.
El PP encaró la legislatura posterior a la suya con mayoría absoluta con
una estrategia defensiva que en la práctica conducía a la parálisis del sistema
político. Ya que no voy a poder seguir gobernando como lo he venido haciendo
estos años, que no pueda gobernar nadie y que, en consecuencia, no se pueda
revisar mi programa de gobierno. El final de la legislatura 2011-2015
presagiaba la parálisis de la siguiente o de las siguientes.
En esas estamos. El tiempo se ha detenido. El Gobierno no envía Proyectos de
Ley al Parlamento y veta las Proposiciones de iniciativa parlamentaria. Se
alcanzan acuerdos casi por unanimidad en el Congreso de los Diputados y a
continuación el Gobierno maniobra para hacer imposible la ejecución de los
mismos. El ejemplo de RTVE es el más expresivo, pero no el único.
El estancamiento suele ser la antesala de la descomposición. Una sociedad
en la que los órganos a los que se confía la dirección política del país no
ejercen las funciones que tienen encomendadas, está condenada al desorden. Más
bien pronto que tarde. Porque sin funcionamiento regular de los órganos
constitucionales de naturaleza política y sin perspectiva de futuro la
corrupción institucional se hace general. Deja de ser excepción para
convertirse en norma, independientemente de las voluntades individuales de las
personas que ocupen las instituciones.
Nominalmente la Constitución sigue siendo la misma. Normativamente ha
dejado de serlo. En el momento en que se van a cumplir cuarenta años de la
entrada en vigor de la Constitución, parece bastante obvio que el pacto
constituyente de 1977-78 ya no es el marco político-jurídico que permite que la
sociedad española pueda gobernarse democráticamente. Con este marco
político-jurídico la sociedad española no es capaz de hacer una síntesis
política de sí misma que permita la formación de Gobierno, por un lado, y el
ejercicio de las funciones parlamentarias por otro. La Constitución de 1978 ha
llegado al final de su recorrido. El edificio está en pie, pero la vida está
desapareciendo de su interior.
Y la reforma ni está ni se la espera.
No hay comentarios:
Publicar un comentario