La política fiscal constituye el tuétano
de la política económica. Los Presupuestos Generales del Estado (PGE)
sintetizan, mejor que ninguna otra herramienta, las prioridades políticas de un
Gobierno.
Estos Presupuestos, presentados con
medio año de retraso y todavía sin los apoyos suficientes para su aprobación,
evidencian la debilidad del Ejecutivo de Rajoy. Pero lo que es aún más
preocupante, desvelan la ausencia de proyecto que certifica una legislatura
perdida en esta materia, incapaz de aprovechar el crecimiento a favor de los
cambios que nuestra economía necesita. Esto es así por dos motivos.
En primer lugar, estos Presupuestos
siguen sin revertir los recortes en los servicios públicos y la inversión que
el Gobierno aplicó en los años de plomo de la austeridad, con
costes económicos y sociales muy elevados.
El techo de gasto no financiero
contemplado en la propuesta del PP y Ciudadanos para 2018 está 60.000 millones
de euros por debajo del que nuestra economía tenía en 2010. Y la inversión
pública se encuentra ya en su nivel más bajo desde hace 50 años en proporción
al PIB (1,9%), 30.000 millones de euros inferior al que tenía cuando empezó la
crisis. Recuperar esta inversión pública y dirigirla a promover un nuevo tipo de
crecimiento debiera concretarse en un plan a corto y medio plazo del que no hay
señal alguna.
Así, mientras el Producto Interior Bruto
se incrementa en este momento en unos 48.000 millones de euros al año, el
Gobierno mantiene prácticamente congelado el techo de gasto del Estado,
alejándonos de Europa. En la eurozona, la ratio gasto público/PIB
se sitúa en el 47%, y en España la política fiscal gubernamental la ha reducido
hasta alcanzar, con este proyecto presupuestario, el 40%. En definitiva, la
propuesta que PP y Ciudadanos trasladan a la ciudadanía es la de tener un
Estado de Bienestar ‘asistencialista’, una Administración incapaz de
promover eficazmente la innovación y una inversión pública muy insuficiente
para acometer los desafíos que tenemos.
En segundo lugar, los PGE tampoco
contemplan medidas que permitan aprovechar el crecimiento actual para afrontar
los cambios estructurales a los que el país debe hacer frente.
No se incluyen, por ejemplo, medidas de
fondo para trasladar el crecimiento a los hogares, reduciendo la desigualdad y
la pobreza monetaria. Tampoco se aborda, más allá de medidas puntuales, el
riesgo de erosión que tienen las pensiones en el futuro próximo fruto de su
desindexación, tampoco se atajan las preocupantes carencias en Investigación y
Desarrollo (I + D), no hay un horizonte claro de recuperación de los niveles de
gasto educativo y sanitario en relación al PIB ni se adoptan medidas que
sienten las bases de un cambio en nuestro modelo productivo; por ejemplo, en
una cuestión tan crucial como la transición energética.
Y todo esto es así porque la prioridad
se sigue fijando en un lugar erróneo: continuar con una rápida reducción del
déficit público, al tiempo que se siguen aprobando rebajas en diversas figuras
tributarias que contribuyen a mantener nuestra capacidad de recaudación muy por
debajo de los países de nuestro entorno (hoy en el 38% del PIB, ocho puntos por
debajo de la eurozona).
¿Cabe plantear una nueva política
fiscal, alternativa a la que han acordado Ciudadanos y el Partido Popular?
Pensamos que sí. Por ello, el grupo parlamentario de Unidos Podemos ha
trasladado una propuesta diferente en sus Presupuestos Generales
Alternativos, basada en las siguientes cinco prioridades.
1.- Los beneficios del crecimiento económico
deben trasladarse al conjunto de los hogares del país. Se deben poner en marcha
las primeras fases de un programa de Renta Garantizada similar
al que en este momento existe en País Vasco y Navarra, se debe restablecer
la indexación de las pensiones de acuerdo al IPC, y es
necesario profundizar notablemente las ayudas para un Plan de Alquiler que
les facilite a los jóvenes el acceso a la vivienda.
2.- Una nueva política fiscal debe
ponerse al servicio de la igualdad entre mujeres y hombres,
impulsando tres medidas prácticamente ausentes en los PGE actuales: la
progresiva gratuidad de las escuelas infantiles de 0 a 3 años; una financiación
correcta para la ley de dependencia, que garantice que las 300.000 personas que
tienen reconocido dicho derecho y hoy no reciben ayudas, puedan hacerlo; y la
urgente igualación de los permisos (no transferibles) de paternidad y
maternidad.
3.- La necesaria reactivación de la
inversión pública debe servir para desarrollar un ambicioso plan de
transición energética, basado en el desarrollo de las energías renovables,
en la mejora de la eficiencia (con la rehabilitación de viviendas e
instalaciones) y en la movilidad eléctrica. La transición energética,
imprescindible para luchar contra el cambio climático, difícilmente tendrá
lugar si la política fiscal no la sitúa en el centro de sus prioridades.
4.- La recuperación de la inversión
pública también debería enfocarse al impulso (y gobierno) del proceso de digitalización de
nuestro tejido productivo, así como hacia un plan de rescate de la ciencia y la
I+D verdaderamente creíble.
5.- Ninguna de estas medidas podrá
llevarse a cabo si no se replantean dos ideas preconcebidas sobre la política
fiscal que han resultado muy dañinas durante estos años. La primera tiene que
ver con el fetichismo del déficit: una vez alcanzados los niveles
actuales, seguir reduciéndolo a toda costa carece de sentido, cuando hay
prioridades económicas y sociales mucho más importantes en nuestro país que
requieren, por ejemplo, recuperar la inversión pública. Pero, además, los PGE
deben empezar a construir un suelo de ingresos que nos haga
dejar de ser ese país que tiene una brecha de recaudación con
respecto a la eurozona de ocho puntos de PIB.
En la dirección de construir este suelo
que nos equipare con las economías de nuestro entorno, se pueden adoptar ya
medidas con carácter inmediato. La recaudación del Impuesto de
Sociedades en proporción al PIB está hoy muy por debajo de su nivel
pre-crisis. Las rebajas tributarias de 2015 y 2016 han restado capacidad de
recaudación a este tributo, y deben revisarse. Además, deben eliminarse
aquellos beneficios y exenciones fiscales que son más ineficientes y regresivos
(alcanzan ya los 35.000 millones de euros en el proyecto presupuestario, e
incluso crecen este año en 1.300 millones en el Impuesto de Sociedades).
Asimismo, nuestro sistema tiene margen para ampliar la tributación de la
riqueza (con un verdadero impuesto sobre las grandes fortunas),
aproximar el gravamen de las rentas del capital al que hoy tienen las rentas
del trabajo y reforzar la progresividad en los últimos tramos del IRPF.
Autor.- Nacho Alvarez Peralta.
Secretario Economía Podemos.
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