viernes, 1 de julio de 2022

Cuenta la leyenda

 

Cuenta la leyenda, que un día la verdad y la mentira se cruzaron:

 

-“Buenos días”, dijo la mentira. 

La verdad comprobó en efecto era así, y contestó: “Buenos días”. 

-“Hermoso día”, añadió la mentira.

Y de nuevo la verdad comprobó que el día era hermoso, y no pudo más que replicar confirmándolo: “Hermoso día”.

-“Pues aún más hermoso está el lago…”, continuó la mentira.

 

Entonces la verdad miró hacia el lago y vio que la mentira decía la verdad y asintió. La mentira se acercó al agua y añadió: “Además, las aguas están cálidas, apetecibles para un baño. Nademos”. 

La verdad, con cierto resquemor, tocó el agua con sus dedos y comprobó que así era. Entonces la verdad y la mentira se desnudaron y se metieron en lago, y disfrutaron del baño. Un poco después, la mentira salió del agua, se vistió con las ropas de la verdad y se marchó. Así que cuando la verdad salió del lago, vio que no estaban sus ropas, pero al no atreverse a vestirse con las ropas de la mentira comenzó a caminar desnuda y todos con los que se cruzaba se horrorizaban al verla. Esto explica por qué aún hoy en día la gente prefiere aceptar la mentira disfrazada de verdad, antes que la verdad al desnudo. 

Pero no perdamos la esperanza; la verdad porta en su mano derecha un látigo, sin duda para fustigar a los mentirosos…

 

miércoles, 29 de junio de 2022

¿Devoran los pensionistas?

 


Por Economistas Frente a la Crisis | junio 22, 2022 |  

 

Juan Antonio Fernández Cordón y Antonio González González, economistas y miembros de Economistas Frente a la Crisis

Este artículo es una reacción -por la sorpresa e indignación de sus autores- ante un artículo publicado en El País por Estefanía Molina el pasado 2 de junio de 2022:

 

Oponer unos jóvenes que no pueden permitirse una vivienda, que deben retrasar el momento de tener hijos y conformarse con trabajos precarios y mal pagados, a unos ‘viejos’ que viven tan ricamente de generosas pensiones que pagan esos pobres jóvenes, es un recurso falso y ya clásico de los que llevan décadas intentando rebajar las pensiones a toda costa.

Los acuerdos del Pacto de Toledo y las medidas del actual gobierno progresista favorecen la continuidad de las pensiones públicas, al haber acabado con los recortes de la reforma del Partido Popular en 2013. Esto ha causado estupor y alarma entre los que confundían la unanimidad de los portavoces de los poderes financieros con un consenso general para rebajar las pensiones públicas. Hoy, a la hora de cumplir el compromiso legal de evitar la pérdida de poder adquisitivo de los pensionistas causada por el aumento de los precios, multiplican sus advertencias alarmistas: auguran un grave peligro para las cuentas públicas, mientras paradójicamente insisten en bajar los impuestos. Y se llega a escribir que, con la recuperación de la inflación, los pensionistas devoran a sus hijos.

Afirmar que las pensiones es un tema tabú, es ignorar calculadamente la tinta consumida desde hace décadas por los que se empeñan en reducir las pensiones a toda costa y la enorme cantidad de artículos, declaraciones y augurios funestos que se publican cada día en los numerosos medios afines a los recortadores de las pensiones. Sostener que, a pesar del supuesto tabú, los jóvenes, hartos de su situación, consideran que es un despropósito “la indexación de todas las pensiones a un IPC desbocado” es poner en su boca lo que dicen los “expertos” que defienden los intereses de los poderes financieros. ¿Se apoya todo esto en alguna encuesta? No, que sepamos. Así, se pretende que estos jóvenes, en realidad tan maltratados por los que siempre se han opuesto a cambiar las causas de su precariedad, se conviertan en activos defensores de sus maltratadores en su batalla contra las pensiones públicas. La mayoría de los jóvenes sabe que toda rebaja de las pensiones de sus padres y abuelos se consolidará y recortará las suyas futuras, que ya anticipan míseras por la precariedad: no van a ser cómplices. 

Las pensiones tienen que recuperar la inflación porque, a diferencia de otras rentas, carecen de oportunidades presentes y futuras para defenderse de ella. La pensión no tiene absolutamente ninguna posibilidad de aumentar durante toda la vida del pensionista. Si pierde su poder adquisitivo, bajará su nivel de vida para siempre.

Se dice que eso se cargará sobre los hombros de los jóvenes a largo plazo. Pero, su contribución al pago de las pensiones no depende directamente de si el monto total de las pensiones es más alto o más bajo, sino que es proporcional a sus ingresos (como para los demás cotizantes), y estos son bajos por la precariedad de sus empleos. En caso de que las cotizaciones de un año no alcancen para pagar las pensiones, se debe recurrir a movilizar las reservas, si existen, o a los ingresos generales del Estado, es decir, los impuestos que, debido a la progresividad fiscal y a los menores salarios de los jóvenes, repercuten sobre sus hombros menos que sobre los restantes grupos de edad.

Los jóvenes tampoco compiten con los mayores por las transferencias sociales. Lo que necesitan es que mejoren sus condiciones laborales, más estabilidad y mejores salarios, y que el descontrol del mercado inmobiliario –y la falta de políticas públicas- no les impida acceder a la vivienda, condición indispensable para poder emanciparse y para fundar una familia y tener hijos. Cosas que en nada impiden las pensiones y que sus padres pensionistas son los primeros en defender.  El intento de manipular a los jóvenes, ya bastante vapuleados por el sistema, y de atribuirles un discurso de mezquindad y egoísmo que no practican, resulta intolerable.

La otra pata de esta tambaleante argumentación también es impugnable: ¿son tan generosas las pensiones? Primero, no se puede comparar el salario de los jóvenes con la cuantía de las nuevas pensiones, sino con la de todas las pensiones. Debido a la maduración del sistema, los nuevos jubilados tienen carreras de cotización más largas y por tanto les corresponde mayor pensión que a los más antiguos: tomar una parte por el todo es una falacia. No solo las pensiones mínimas son bajas: 6 de cada 10 son inferiores a 965 euros, casi seis millones no llegan al salario mínimo; el 50% no llega a 800 euros y el 40% es inferior a 700 euros. ¡Poco pueden devorar estos ancianos con pensiones tan exiguas! Si no recuperan el poder adquisitivo, se consuma su rebaja permanente. Subir solo las pensiones mínimas, una aparente concesión de los recortadores, dejaría a muchos millones de mayores en una precariedad insostenible. Aumentar las pensiones (que carecen de mecanismos para beneficiarse de los avances de la productividad y la economía) con el IPC, no las mejora, tan solo impide su caída. Lo que se consigue cuestionando la revalorización, por la que los pensionistas han tenido que luchar en la calle, es que la inflación sea soportada por los más débiles, los más necesitados de cuidados y de respeto. Mientras las eléctricas se embolsan beneficios escandalosos, los propietarios inmobiliarios suben alegremente sus alquileres y los bancos vuelven a los confortables beneficios.

La solidaridad intergeneracional no puede derrumbarse porque constituye la base de nuestra sociedad, sobre la que reposa la continuidad social y hasta de nuestra especie. Las generaciones en edad de producir cuidan de sus padres, porque estos han cuidado antes de ellos, y a la vez de sus hijos que en el futuro se harán cargo de sus necesidades, aunque las formas concretas han variado a lo largo de la historia. En todo caso, el pacto generacional no se arregla enfrentando unas generaciones con otras. Los pensionistas de hoy han facilitado –con sacrificios- a sus hijos el acceso a niveles de formación inéditos en nuestra historia. No son los responsables de su actual precariedad laboral y de vivienda, que les obliga en muchos casos a mantener su ayuda, otro sacrificio para la mayoría, cuando los hijos deberían poder contribuir a mejorar la vida de sus padres pensionistas. Es esa precariedad la que pone en peligro un sistema que se resiente de que los jóvenes sufran hoy una explotación más intensa que la que conocieron sus padres.

Es un dramático error crear un enfrentamiento entre jóvenes y mayores que ahora no existe, para conseguir a toda costa recortar las pensiones. El reparto de un PIB que crece de forma continuada (salvo en contadas ocasiones de crisis) no implica solo a las generaciones. Es necesario indagar en los mecanismos que han ido reduciendo la parte de nuestro producto nacional que va a las rentas del trabajo (y a los jóvenes), mientras otras reciben cada vez más. Nunca este país ha sido más rico y ha producido más que ahora. Empobrecer a los viejos no mejoraría la situación de los jóvenes: haría a todos más pobres. Pero, aunque fuera posible: ¿Cómo justificar que se quite el pan a los viejos para dárselo a los jóvenes, mientras otros se enriquecen como nunca?

 

Por un rearme de la economía: datos frente a manipulaciones

 


 

  1. Teoría para romper los maleficios

Bulos, mentiras, noticias falsas, tergiversaciones, relatos tóxicos: he aquí una descripción limitada de lo que se divulga, se comunica, se traslada, en distintos ámbitos del mundo de la política. Y también en el caso de la economía. En la situación actual, las noticias económicas que aparecen en los medios, y los comentarios emitidos por tertulianos y economistas pretendidamente académicos, dibujan panorámicas críticas e incluso apocalípticas. Esto se solía adscribir a plataformas mediáticas conservadoras; pero el discurso, la idea, se ha extendido –en demasiadas ocasiones– incluso a medios poco sospechosos de populismos informativos, con honrosas excepciones. Se habla de incremento desaforado de la deuda pública con consecuencias nocivas para las generaciones futuras, de aumentos disparados en la prima de riesgo, de dificultades en la ejecución de las inversiones, del problema casi insalvable de la inflación; hasta invocar, como traca final, la quiebra del Estado. Parece mentira, pero eso se ha dicho en horarios preferentes. La contaminación está servida: la toxicidad se expande, con escasos contrapuntos, y penetra –también como un virus– en hogares y empresas. El desánimo se instala. La pregunta es a quién le puede interesar todo esto. Es la mentira como divisa informativa.

En tales coordenadas, la economía del dato es un arma importante. Pero parece que es insuficiente: la víscera domina sobre el conocimiento, muy en la línea que Lakoff nos exponía, hace unos años. Aquel axioma, célebre a principios de los años noventa, de “¡es la economía, estúpido!” cede paso a su contrario: “¡no es la economía, estúpido”! Y esto por un motivo central: las cifras macroeconómicas, reconocidas por las principales instituciones económicas, no son tan negativas como se suelen presentar. En tal sentido, los medios resaltan sobre todo los indicadores problemáticos, que superan informativamente al conjunto de los que son positivos; éstos se suelen arrinconar o minimizar, aunque tengan mayor relevancia social y económica, frente a otras variables, que nadie niega por su significación y sus contenidos de inquietud y preocupación. Pero que se deben contextualizar de forma más rigurosa. Sin embargo, el frontispicio informativo es este: el país se halla inmerso en una crisis profunda, con tintes terminales.

Los economistas debemos recurrir a los números, trabajo de campo, y a los informes técnicos, estudio analítico, para auscultar los impactos económicos y sociales, con el contenido más realista posible. La economía es una ciencia social y, evidentemente, su interpretación está impregnada de principios ideológicos. Todo economista, decía Keynes, es tributario de otro economista ya fallecido: el pensamiento económico, entonces, puede estar al servicio de un cambio social que persiga el bienestar común; o más escorado hacia posiciones defensoras de sectores sociales y políticos privilegiados. Se trata de opciones que sin duda son legítimas, pero que se deberían difundir con la veracidad de los datos y la solidez de los argumentos. En ambos casos, la estadística, los modelos econométricos, las matemáticas en suma, son herramientas que ayudan, siempre que el economista no trate de encajar a machamartillo los números en su marco ideológico o no haga del instrumento la finalidad, torturando las ecuaciones para que digan lo que se pretende concluir.

Claro y alto: nuestra visión de la economía bebe de los clásicos –Adam Smith, David Ricardo, Friedrich List, John Stuart Mill, Carl Marx–, una base esencial. Valoramos aportaciones concretas de los neoclásicos –Jevons, Marshall, especialmente–. Nos nutrimos de los economistas que trabajaron intensamente en el marco de la crisis del patrón-oro y de la Gran Depresión –Pigou, Keynes, Kalecki, Sraffa, Robinson, Minsk–, aportando soluciones plausibles. Continuamos nuestro bagaje con economistas holísticos, abiertos a las ciencias experimentales –los primeros economistas ecológicos, hasta llegar a las aportaciones seminales de Georgescu Roegen–. Podríamos seguir con otros nombres; pero estos ya son suficientes. No negamos estas premisas de partida. Es más, seguimos estudiando lo que escribieron, porque esto nos ayuda a entender mejor lo que analizamos en el presente. Somos, pues –recordando de nuevo a Keynes– tributarios de sus enseñanzas.

En todos ellos, dos características son esenciales: en primer lugar, la noción de que la economía debe velar por el bienestar común –por el conjunto de la población– y eludir esa visión de “ciencia lúgubre” –como dijo el poeta Carlyle–, de manera que el sentido de la justicia se sitúe al lado de la investigación económica (esto nos lo ha enseñado Smith en su Teoría de los sentimientos morales); en segundo término, la utilización de los datos concretos, del análisis económico profundo, para superar perspectivas abstractas o teoréticas (lo hemos aprendido de Kalecky, Keynes, Robinson, Georgescu-Roegen, Minsky). Otros colegas remitirán a otros nombres, y a ellos tributarán. Pero estos que hemos dicho son los nuestros. De aquí a los datos.

  1. De la teoría a los datos para atender la realidad

Las instituciones económicas manejan datos que permiten construir indicadores informativos y proyecciones, tanto para el cierre de 2022 como hacia el próximo bienio. Algunas de estas variables se recogen en las tablas 1 y 2. En el primer estadillo, se ordenan doce indicadores cruciales, macroeconómicos, sobre la economía española, procedentes del Banco de España, del Instituto Nacional de Estadística y del Banco Central Europeo, presentados en informes recientes del propio Banco de España (véase: https://www.bde.es/f/webbde/SES/Secciones/Publicaciones/InformesBoletinesRevistas/BoletinEconomico/22/T2/Fich/be2202-it-Rec1.pdf). Teniendo en cuenta el enorme grado de incertidumbre de la economía –coletazos de la pandemia, guerra en Europa–, se recalculan las revisiones realizadas, con suma cautela, para junio desde las anteriormente proyectadas para abril.

 

Tabla 1. España. Comparativa de proyecciones macroeconómicas, tasas de variación % (abril, junio 2022)

IndicadoresProyecciones abril 2022Proyecciones junio 2022Diferencia
PIB4,54,1-0,4
Inversión4,56,52
Exportaciones1212,50,5
Importaciones97-2
Horas de empleo total1,94,62,7
Tasa de paro13,513-0,5
Deuda s/PIB112,6114,92,3
Inflación7,2
Inflación subyacente3,2
Mercados de exportación de España4,6
Tipos interés a corto plazo0
Tipos interés a largo plazo1,8

FUENTE: Banco de España, INE, Banco Central Europeo.

 

Una lectura de la tabla 1 ofrece algunas conclusiones:

  • Una corrección a la baja del crecimiento económico (–0,4 puntos en junio, en relación a abril), aunque manteniéndose un robusto avance de la economía;
  • Un sustancial incremento (+2 puntos) de la formación bruta de capital, es decir, de la inversión, con un papel central del Next Generation EU;
  • El incremento de las exportaciones de bienes y servicios (+0,5 puntos) y la reducción de las importaciones (–2 puntos), con un previsible superávit en la balanza de pagos;
  • La reducción del paro (–0,5 puntos) y el importante incremento de las horas de empleo (+2,7 puntos), lo que denota el dinamismo del mercado de trabajo;
  • El retroceso de la inflación en relación a las estimaciones más recientes (desde poco más del 8% al 7,2%; la subyacente, al 3,2%, todavía alejada de los parámetros del BCE);
  • El aumento de la deuda pública sobre PIB, con un guarismo razonable teniendo en cuenta las variables precedentes: no se asiste a un disparo de la deuda.

Esto son previsiones, que parten de un cúmulo ingente de datos sobre los que trabajan las instituciones indicadas, de toda solvencia. No obstante, deben tomarse con prudencia. Pero lo que manifiestan es una idea esencial: no constatan cataclismos inminentes, ni inciden en versiones apocalípticas, ni sugieren hundimientos cercanos a una quiebra. Los defensores de esas posiciones alarmistas deberían ofrecer datos contrastados para afianzar sus tesis. El agit prop no sirve más que para inyectar miedo.

Si el ejercicio de prospectiva se amplía a 2023 y 2024, algunos de los resultados obtenidos –listados en la tabla 2– ofrecen, a su vez, lecturas complementarias.

 

Tabla 2España. Proyecciones 2022-2024, tasas de variación %

(menos en el caso del petróleo)

Indicadores202220232024
PIB4,52,82,6
Inflación7,22,61,8
Inflación subyacente3,22,22
Tasa de paro1312,812,7
Deuda s/PIB114,9113,2112,5
Precio petróleo (*)105,893,484,3
Tipos interés a corto plazo01,31,5
Tipos interés a largo plazo1,82,42,6

(*) Dólares por barril Brent.

FUENTE: Banco de España, INE, Banco Central Europeo.

 

  • El mantenimiento del crecimiento económico por encima del 2,5%;
  • El retorno a niveles de inflación más estables, ajustados –ahora sí– a los márgenes indicados por el BCE;
  • La previsible reducción de la tasa de paro;
  • La contracción de la deuda pública, motivada por el aumento de los ingresos por el crecimiento de la economía;
  • El repunte de los tipos de interés, yendo hacia una normalización monetaria.

Dos conjuntos más de datos se suman a los precedentes. En primer lugar, indicadores más definitivos –no son previsiones– sobre 2021 y los últimos disponibles en junio de 2022 (véase tabla 3).

 

Tabla 3. España. Datos recientes, cerrados

Indicadores20212022, junio
Salario Mínimo965 €1.000 €
Balanza de Pagos por cuenta corriente8.400 M€sin datos
Personas ocupadas20,2 millones20,4 millones
Tasa de paro juvenil39%30,20%

FUENTE: elaboración personal, Banco de España (https://www.bde.es/f/webbde/GAP/Secciones/SalaPrensa/NotasInformativas/22/presbe2022_15.pdf) y Alternativas Económicas, núm. 103, junio de 2022, p. 29.

 

Los cuatro descriptores presentados remachan la situación económica española real: cifras relevantes positivas, pocas veces vistas, en relación al número de ocupados, la tasa de paro juvenil o la fijación del salario mínimo. En paralelo, la prima de riesgo de España cerró, el 17 de junio, a 108,7 (todo alejado de las cifras que manejaban algunos dirigentes políticos conservadores y sus correas de transmisión, que la situaban por encima de 250, otra falsedad) mientras la de Italia –con la que siempre se compara el caso español– lo hacía a 201,4 (https://www.infobolsa.es/primas-riesgo). Imposible describir esto en términos apocalípticos, a no ser que se esté actuando con mala fe o que se opine desde la ignorancia, lo cual recomendaría más bien el silencio.

En segundo término, presentamos en el gráfico que sigue las previsiones económicas para 2022 y 2023 relativas a diferentes países, incluyendo España. Se han comunicado en junio por la Comisión Europea, y se sustentan en cálculos del FMI.

 

FUENTE: Comisión Europea, FMI, actualización a abril de 2022.

 

La impresión es clara: según esas instituciones, España lidera sin discusión el crecimiento económico de la Eurozona, tanto en 2022 –columnas más oscuras– como en los pronósticos para 2023 –columnas con trama–. No hay debacle; tampoco se la espera.

Vayamos ahora a unas anotaciones finales.

  1. Conclusión

Reiteramos que urge ser precavido con todas estas variables, toda vez que, como se decía, el nivel de incertidumbre es elevado en la economía, agravado por la incógnita del desarrollo de la guerra –y su tremendo impacto sobre los precios de la energía– en los próximos meses y, tal vez, en nuevos brotes pandémicos u otros cisnes negros que pudieran aparecer. Es evidente que, a partir de tales advertencias, estos números van a cambiar en una u otra dirección. Pero lo que nos interesa remarcar es que las perspectivas que arrojan ahora mismo, tanto los guarismos ordenados en la tabla 1 como los de las tablas 2 y 3 y el gráfico, no inciden en un catastrofismo gratuito ni alimentan las ópticas más pesimistas, tesis que se explicitan y difunden –tal y como indicábamos más arriba– en ciertos medios de comunicación y en los comentarios –que no análisis– de algunos economistas y tertulianos.

Según la teoría económica y el pensamiento económico que apliquemos a nuestros estudios, las orientaciones de las conclusiones serán sin duda distintas. Se puede persistir en controlar a rajatabla los equilibrios presupuestarios, al margen de la coyuntura en la que se encuentre el proceso económico. Se puede, también, rechazar el incremento de la inversión pública porque puede inferir aumentos posibles en el déficit público y en la deuda pública. Se puede abogar por bajar los impuestos, como varita mágica que resuelva todos los problemas. Se puede hacer todo esto, y más, en una trayectoria de política económica regresiva. Pero lo que no se puede exponer, desde el rigor de la hacienda pública, del presupuesto –que es la política hecha carne–, es que todos esos movimientos van a suponer mejoras inmediatas para la población porque, simplemente, los ingresos obtenidos se reducirán y, por consiguiente, se deberán recortar las asignaciones públicas. Esto no son ideas abstractas: son corolarios que hemos conocido en el pasado inmediato, con resultados dramáticos tanto en el mercado laboral como en el incremento de la desigualdad y la reducción drástica de los servicios públicos. Lo estamos viendo ahora en algunas comunidades autónomas.

Tras tales postulados hay también economistas difuntos –Hayek, Misses, Friedman, entre otros; pero, ojo, no Schumpeter– que influyen a los presentes que, a su vez, adoptan sus premisas. Ahora bien, las perspectivas macroeconómicas expuestas en las tablas –recuérdese una vez más: seamos cautelosos con ellas– resumen, de facto, actuaciones en política económica que son distintas, muy diferentes diríamos sin temor a equivocarnos, a las que invocan aquellos economistas de la austeridad. Y con desenlaces igualmente dispares, tal y como rezan los números presentados. Subrayamos: se trata de cifras que no responden a desplomes generalizados de la economía, ni a amenazas que no van más allá de la incertidumbre existente. Que delatan algo elemental: se ha aprendido de los diagnósticos fracasados durante la Gran Recesión. Tanto en política fiscal como en política monetaria. Persistir, por tanto, en el mensaje torticero de la hecatombe, a la vista de esos datos, constituye un absoluto ejercicio de irresponsabilidad.

Los economistas rigurosos deben seguir trabajando para desenmascarar tanto descaro, tanta pirotecnia vacía de contenido, tanta falta de profesionalidad, tanta epidermis aparentemente técnica –en medios de comunicación y en analistas–, tanta tendencia que persigue la inquietud, el desasosiego, el desánimo, y que entronca con esas grandes leyes de la estupidez humana que nos legó el profesor Carlo Maria Cipolla. Y como él decía: dejemos para los estúpidos, con su sonrisa estúpida, la estupidez. Y abonemos el estudio, el análisis serio y el rigor. Para generar un pensamiento económico con un objetivo seminal: el bien de la ciudadanía.

 

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