lunes, 5 de diciembre de 2016

Europa empieza a dar asco

Artículo de Juan Torres López, publicado con fecha 4/12/2016 en ctxt del diario PUBLICO.


Los dirigentes europeos parecen empeñados en que no pase un día sin que las personas corrientes tengamos que sentir algo más que vergüenza de lo que hacen en materia económica (por no hablar de otras decisiones en temas incluso de mayor calado humano como el de los refugiados).
Se siente vergüenza cuando se empecinan en aplicar políticas que son un manifiesto fracaso pero se siente algo peor cuando se comprueba que no lo hacen por error sino como una farsa gigantesca para poder darles todavía más a los que ya lo tienen casi todo.
Se dijo por activa y pasiva que los recortes sociales y las ayudas multimillonarias a la banca eran la condición necesaria para recobrar la actividad y el empleo, para reducir la deuda y para asegurar definitivamente el sistema financiero. Pero lo cierto es que desde que empezaron a aplicarse en la Unión Europea al estallar la crisis hay unos siete millones menos de empleos a tiempo completo, seis millones más de parados, otros casi seis millones más de empleos no voluntarios a tiempo parcial (en la UE28), cinco millones más de personas en riesgo de pobreza y 35 puntos más sobre el PIB de deuda pública (en la Eurozona). Y los bancos se siguen encontrando en insolvencia y muchos de ellos a punto de estallar de nuevo en cualquier momento. Pero eso no es solo un fracaso o un error sino un engaño porque eran multitud los economistas que habían advertido que esto era justamente lo que iba a ocurrir cuando las autoridades decían a los ciudadanos que sus políticas frente a la crisis eran seguras, las adecuadas y plenamente infalibles.
Se siente algo mucho peor que vergüenza cuando se tiene noticia de propuestas como la que acaba de lanzar  la comisaria europea de Mercado Interior, Elzbieta Bienkowska, como siempre de modo sibilino y completamente al margen de las instituciones representativas y del debate democrático.
Según ha dejado caer la comisaria, la Comisión Europea pretende promover un amplio programa de gasto militar que quedaría exento a la hora de calcular el déficit público que, como se sabe, no debe superar el 3% del PIB de cada economía.
Como he explicado en el libro que acabo de publicar (Economía para no dejarse engañar por los economistas. Ediciones Deusto), este criterio del tres por cien no tiene  base científica ninguna. No hay nada, absolutamente nada que lo justifique. Se podría haber puesto el 1, el 5 o el 30 por ciento con el mismo fundamento económico, es decir, con ninguno. El criterio del 3% del PIB como límite del déficit público se lo inventó un funcionario francés, Guy Abeille, cuando su jefe le pidió alguna norma para que el recién elegido presidente Mitterrand pudiera frenar las demandas de más presupuesto que le hacían sus ministros. En unos minutos tuvo que inventarse algo siendo plenamente consciente de que no había ningún economista ni teoría económica alguna que proporcionaran algo así. Pero como tenía que ofrecer rápidamente una solución a sus superiores se decidió por el 3%.
Tal y como reconoció el propio Abeille años después, el 1% o el 2% le parecía demasiado poco mientras que “el tres es una figura sólida que tiene detrás de él precedentes ilustres [...], un amplio eco en la memoria común: las tres Gracias, la Trinidad, los tres días de la Resurrección, los tres órdenes de la alquimia, la triada hegeliana, las tres edades de Augusto Compte, los tres colores fundamentales, el acuerdo perfecto..., la lista es infinita…”.
Aunque pueda parecer mentira, esa y no otra es la teoría o la ciencia económica que hay detrás del criterio del 3% del PIB que se impone como límite del déficit público a las naciones europeas. Ninguna. Un engaño que hasta el que fue presidente del Instituto Monetario Europeo, Alexandre Lamfalussy, reconoció sin tapujos: “Los gobernadores son gente demasiado honesta y que saben que los criterios son arbitrarios. Yo jamás habría aceptado cifras de este género”.
El criterio del 3% es una arbitrariedad, una farsa, pero, además, algo completamente inútil para lo que aseguraban que iba a servir, es decir, para reducir la deuda: cuando comenzó a utilizarse como criterio de cumplimiento obligatorio para todos los países la deuda era aproximadamente de un 55% del PIB, como media de los países europeos, y ahora, como he señalado, supera el 90%. 
La prueba de que se trata de una cifra completamente arbitraria, que no se establece así porque sea mejor o peor para la economía o para reducir la deuda, sino como recurso de los dirigentes europeos para disciplinar y someter a los gobiernos y para anular su capacidad de maniobra, es que se puede incluir o dejar de incluir dentro de ese porcentaje lo que le venga en gana a quien lo impone. Si de verdad fuese imprescindible que el déficit público no sobrepase el 3% del PIB daría igual que fuese a causa del gasto militar o del gasto en educación porque no hay ninguna razón que pueda justificar que el gasto militar sea inocuo desde el punto de vista de la deuda que genere y cualquier otro no. Y si no hay ningún problema para dejar fuera del cómputo del déficit el gasto militar, con el exclusivo propósito de que los grandes grupos industriales hagan negocio con el dinero de la gente ¿por qué no se deja fuera el gasto social, que es imprescindible para evitar que millones de personas vivan en la indigencia, pierdan su vivienda, carezcan de recursos y formación o incluso mueran por falta de atención? ¿dónde está escrito que la economía no se resienta si (al margen de ese 3%) se incrementa el gasto militar y que, por el contrario, sí sufra si aumenta el gasto social que se necesita para que la inmensa mayoría de la población sobreviva y disponga de bienes y servicios esenciales para su sustento diario? ¿qué argumento económico justifica que se pueda “perdonar” el déficit que genere el gasto militar y no el gasto necesario para salvar vidas humanas o el empleo y los ingresos de millones de personas y empresas?
No se cansen: no hay respuesta para esas preguntas. O, al menos, no hay respuesta económica, científica o razonable. Se permite el gasto militar y no cualquier gasto social o humanitario, o incluso de apoyo a la vida empresarial que crea riqueza efectiva, porque el criterio del 3% solo busca amedrentar a los gobiernos y a la ciudadanía para conseguir lo que efectivamente se viene logrando con él: que los más ricos y poderosos lo sean cada vez más.
Decía hace unos días el presidente del Banco Central Europeo, Mario Draghi, que la integración europea se había debilitado en los últimos tiempos por los populismos. Una opinión que demuestra que las autoridades europeas han perdido completamente el norte y que no entienden el sentido de las cosas que están pasando y de las que se encuentran ya a la vuelta de la esquina en Europa. Eso que llaman los populismos no es lo que debilita la integración europea sino la consecuencia de haber querido integrar a Europa a base de mentiras y de políticas que constantemente han dado como resultado lo contrario de lo que se decía que traerían consigo.
Cuando se ha hecho sufrir a millones de personas y cuando han muerto miles a causa de los recortes, cuando se han deteriorado los servicios públicos y no se han atendido las necesidades básicas de la población porque, según se decía, había que cumplir a rajatabla la norma del déficit, y de pronto se dice que no hay límite para comprar armamento, carros de combate o minas, ¿tienen también culpa los populismos del asco o de los negros fantasmas que comienzan de nuevo a recorrer  Europa?

jueves, 1 de diciembre de 2016

El sistema más cruel

Artículo de Pedro Luis Angosto en Nueva Tribuna de fecha 30/11/2016.

 
En el capítulo II del Manifiesto Comunista, Marx y Engels exponían la necesidad de que los partidos obreros luchasen para imponer, entre otras cosas, impuestos fuertemente progresivos y la creación de un banco estatal que centralizase el crédito. Cuando estalló la gran estafa capitalista que ha dado lugar a esta crisis, muchos creyeron llegada, por fin, la hora de enterrar para siempre las políticas económicas neoconservadoras y retomar otras que apartasen al hombre del camino de la jungla y lo recondujeran al de la justicia social, un camino dónde nadie necesitase ni fuese capaz de pisar a nadie para ser alguien, para sobrevivir con dignidad. El sueño del eterno retorno a la senda del progreso, entendido tal como se hacía hace un siglo, habitó de nuevo entre nosotros por unos meses cuando todo parecía irse al carajo y los Estados enterraban billones de euros en las criptas de los bancos de todo el mundo para evitar el colapso total y conseguir que todo siguiese el rumbo que Dios, que es todopoderoso y el más listo de la clase, tiene señalado en ese cuaderno de bitácora que algunos dicen inescrutable y escrito sobre renglones torcidos, pero que es el más diáfano y comprensible de cuantos ser humano o divino haya escrito: El rumbo de la explotación creciente.

Cuando se llevan años andando por el desierto, los espejismos se hacen cada vez más evidentes, más claros, más reales, y aquellos deseos, aquella furia por volver a leer a Marx y Engels, a Bakunin y Kropotkin, incluso a Piketty o Bauman, han quedado en eso solamente, en un deseo evanescido al contacto con la realidad que imponen los incontestados dueños del mundo. Era un sueño, un anhelo, una necesidad que latía en el pensamiento de cuantos ansiamos ver desaparecer un sistema esencialmente injusto, cruel y despótico, un sistema  basado, sin eufemismos de ningún tipo, en la explotación de la inmensa mayoría de los hombres por una minoría de desalmados. Hoy, cuando algunos hablan de recuperación económica, de salida del túnel, de brotes verdes, son de nuevo legión los políticos, periodistas y teóricos de la economía que vuelven a hablar de las recetas antiguas, de aquellas recetas que inventó el hombre de Atapuerca y que cobran de nuevo vigor al calor de la indiferencia de los trabajadores, divididos en castas irreconciliables según el nivel de sus ingresos o su posición social, y de la credibilidad que le otorgan los grandes medios de comunicación. Después de lo ocurrido, escuchar a determinados doctores de la iglesia neoconservadora asegurar que la política del actual gobierno es maravillosa porque predica la desregularización total del mercado laboral, la reducción del papel del Estado a la mínima expresión, es decir a la del Estado policía al servicio de los más pudientes, o la bajada de impuestos que inevitablemente conlleva privatizaciones y drásticos recortes en las prestaciones sociales básicas, es para liarse a montar barricadas en Cibeles, en Canaletas o en la calle Mayor de mi pueblo, que se llama Caravaca y tiene por patrona a la Santísima Cruz del Castillo. Yo estaría dispuesto a ir con mis maderos, mis sacos terreros y mis adoquines, pero mucho me temo que nos veríamos unos cuantos, como siempre ocurre, contra las fuerzas del orden y la ley vieja, deseosas de acabar con su trabajo cuanto antes para hacer lo que hace la buena gente: Ver el furbó nuestro de cada día, que es una de las pocas cosas que une a los trabajadores de todas las clases y territorios. De modo que mientras unos cuantos estaríamos a merced de las porras y las armas reglamentarias de la pasma por aquello de la revolución social, los otros, que son los más y, como decía Cervantes, saben que Dios ayuda a los malos cuando son más que los buenos, acallarían nuestros gritos indignados con la euforia inconteniblemente exteriorizada que provocan los goles de Messi, Ronaldo, Griezmann  o Vitolo, verdaderas nuevas divinidades de un mundo ateo-confesional que confía la educación de sus hijos a un clero cada día más reaccionario y lerdo.

Y no es que uno sea pesimista respecto al proceso histórico, quiá, ni mucho menos, todo lo contrario. Lo mismo que las especies evolucionan contrariando a Ratzinger, Trump, Rajoy, Lara, Hernando o Kiko Argüello, también lo hacen las sociedades y aunque se pasen periodos abúlicos como el actual, es indudable que dentro de unos años todo esto parecerá un mal sueño y esta etapa todavía primitiva y salvaje de la historia del hombre se verá superada por otra mucho más justa, libre y generosa. No quita esta reflexión para que uno se niegue a ver la realidad en la que vive y afirme, sin ningún género de dudas, que no estamos, ni mucho menos, en vísperas revolucionarias sino todo lo contrario: Pasados ocho años del huracán que barrió el mundo esparciendo los depósitos de las letrinas del capital entre todos nosotros, después de haber leído a tanto cándido, bienintencionados unos y malintencionados otros, anunciando el comienzo de una nueva era, de un modelo de sociedad más justa, las cosas han vuelto a su cauce, pero a un cauce diseñado de nuevo por los neoconservadores con los márgenes mucho más estrechos y limitados, un cauce que pretende que cada país tome las medidas que le vengan en gana y saque delantera a los demás aplicando recetas que supongan el traspaso masivo de rentas del trabajo a las del capital, es decir que permitan un aumento exponencial de la explotación de los trabajadores. Así las cosas, y sin dejar de escribir, mientras tenga un sitio dónde hacerlo, ni de luchar por conseguir un mundo más justo, pienso que es preciso poner los pies en la tierra y como decía en otro artículo, centrar los objetivos de quienes defendemos un cambio radical de sistema político, económico, social y cultural en unos cuantos puntos. El primero de ellos, qué duda cabe, es el de la educación: No hay cambio si el pueblo no lo quiere y un pueblo analfabeto, como en buena parte lo es el europeo de hoy por muchos títulos universitarios que posea, no quiere cambios de ningún tipo ni saber nada de sus semejantes; el segundo sería, pelear por conseguir un sistema impositivo verdaderamente proporcional y progresivo que acabe con los paraísos fiscales, con las SICAV, con el inmenso fraude provocado por profesionales, empresarios y autónomos, colectivos que declaran unos ingresos medios ridículos que nada tienen que ver con la realidad, y que transforme el IVA en un impuesto también progresivo sobre el valor añadido, es decir sobre el precio que se va añadiendo a las cosas en los diferentes tramos de las cadenas de producción y distribución, consiguiendo de ese modo que deje de ser una alcabala, una sisa, un impuesto regresivo y se transforme en un instrumento útil para la redistribución de la riqueza. Sinceramente les digo que con el cumplimiento de esos tres objetivos en los próximos quince años, uno se daría con un canto en los dientes. Sería una verdadera revolución. Luchemos por ello y no nos dejemos llevar nunca por el desistimiento ni los castillos en el aire que permiten que señores como Ignacio Sánchez Galán, presidente de Iberdrola, se lleve, con la ayuda de dios y de los hombres sumisos, más de cuarenta mil euros diarios mientras una anciana muere quemada por las velas que le daban luz al haberle cortado una multinacional el suministro eléctrico por ser pobre de solemnidad.