Artículo de Juan Torres Lopez, en Público de fecha 12 julio 2015.
Cuando escribo estas líneas no se sabe qué ocurrirá finalmente con la nueva
propuesta griega al Eurogrupo pero sus consecuencias, sea lo que sea, me parece
que están bastante claras. El Gobierno griego prácticamente ha renunciado a sus
ideales y aspiraciones iniciales pero Europa le pide más, como seguiría
ocurriendo si Tsipras volviera a renunciar y presentase una nueva propuesta.
Cuanto mayores sean sus renuncias, más le van a exigir, tal y como decía en sus
memorias Rosa Parker que le ocurría a los negros en Estados Unidos: “Cuanto más
obedecimos, peor nos trataron”.
En primer lugar, quizá
no sea exagerado decir que el euro ya ha muerto, al menos tal y como lo hemos
conocido hasta ahora. No fracasará cuando salga un país sino que lo ha hecho
ya, desde el momento en que no ha sido capaz de evitar la quiebra y la
destrucción de economías que lo conforman (y mucho más cuando no se trata precisamente
de las más grandes y difíciles de controlar). Suceda lo que suceda en las
próximas semanas, será inevitable que se adopten medidas de reforma monetaria y
un replanteamiento profundo de las instituciones y las reglas de la unión. No
estoy seguro, sin embargo, de que sea para mejor.
Las potencias europeas
no van a dejar que Grecia salga del euro, por mucho que amenacen con ello.
Alemania, porque es la principal beneficiaria de que países como Grecia,
Portugal o España formemos parte de una unión monetaria conscientemente mal
diseñada para que actúe en su favor. Y también porque sabe que después de un
periodo de sufrimiento (incluso quizá no mayor del que ya ha pasado) Grecia
recobraría su economía y niveles de bienestar, mostrando así a otros países que,
más allá del euro alemanizado, hay otro mundo más satisfactorio
económicamente y con menos problemas para la gente –esto último se podría
lograr a muy corto plazo, por cierto, con una moneda complementaria al euro
dedicada a realizar pagos del circuito económico interno–. Pero, a pesar de
ello, tampoco se puede descartar que Alemania tense al máximo la situación para
reforzar su imagen de potencia europea todopoderosa e incluso para empujar a
Grecia hacia Rusia y obligar así a que Estados Unidos potencie el flanco
militar europeo en beneficio alemán. Por eso Francia y los demás países se
opondrían a que los alemanes acosen en exceso a Grecia, pues quieren evitar que
a su potencia económica e institucional se sume un papel aún mayor como
gendarme y potencia militar europea que ya sabemos cómo utilizó en otras
ocasiones.
Desgraciadamente para
todos, el único plan y la única alternativa con la que juega la mayoría del
Eurogrupo es imponer su solución al Gobierno griego aunque para ello tenga que
hacer saltar por los aires los resortes más básicos de la estabilidad
financiera, económica y social del país heleno. Los grandes grupos económicos
no quieren otra cosa y los dirigentes europeos y los políticos, los economistas
y los periodistas que conforman los valores y la opinión pública en Europa, no
saben pensar de otro modo. No entienden que haya otro camino y, aunque
quisieran y les agobie la situación, su ceguera les impedirá encontrarlo.
Syriza sabe que están
dispuestos a destruir a su país y que pueden hacerlo, así que lo más seguro es
que termine aceptando lo que le imponga el Eurogrupo. El cual, además, tratará
de hacerlo con la mayor humillación posible y con el máximo desgaste político
de Syriza, pues las políticas de austeridad no se aplican solamente para conseguir
distribuir la renta y la riqueza a favor de los más ricos sino también para
someter y disciplinar a la población.
Ganadores y perdedores
También me parece que
está claro quién pierde y quién gana en todo este proceso que estamos viviendo.
Sabemos que Grecia
pierde porque las medidas económicas que se le imponen forman parte de un
protocolo de actuación que se ha aplicado docenas de veces en todo el mundo
desde hace años y cuyos efectos están perfectamente estudiados. Isabel Ortiz y
Matthew Cummins, por ejemplo, han estudiado lo que ha ocurrido en 181 países
después de aplicar medidas de austeridad como las que exige el Eurogrupo a
Grecia (The Age of Austerity:
A Review of Public Expenditures and Adjustment Measures in 181 Countries).
Gracias a su estudio sabemos que la disminución de salarios públicos se
ha llevado a cabo en 74 países de bajo ingreso y en 23 de alto; la reducción o
eliminación de subsidios, en 78 países de bajo ingreso y 22 de alto; el
incremento de impuestos al consumo, en 63 de bajo ingreso y 31 de alto; la
reforma de las pensiones y de los sistemas de salud, en 47 de bajo ingreso y 39
de alto; las reformas en los sistemas de protección social orientadas a limitar
su alcance, en 55 países de bajo ingreso y 25 de alto, y la flexibilización del
mercado de trabajo, en 32 países según el FMI o en 40 según la OIT…
Y de su estudio se
concluye que, en contra de lo que ahora dice el Eurogrupo que se va a conseguir
con ellas en Grecia, lo cierto es que esas medidas nunca han promovido el
empleo estable, ni el crecimiento, ni han mejorado el nivel de vida ni la
cohesión social sino que, por el contrario, están empeorándolos y que son las
que llevan a nuevas recesiones y al aumento de la desigualdad.
Y como no es posible
que en Grecia suceda ahora un milagro, después de aplicar las medidas que
impone el Eurogrupo, de privatizar sin medida, de recortar derechos, de reducir
salarios, de bajar impuestos a las rentas y patrimonios elevados y subirlos a
las bajas, y de destruir el sector público educativo, entre otras cosas, lo que
ocurrirá allí será exactamente lo mismo que en todos los casos anteriores: una
enorme destrucción de actividad económica y empleo, una gigantesca
transferencia de renta y riqueza hacia los grupos ya de por sí más poderosos y
ricos y mucha más fragilidad de la economía ante nuevos impactos de crisis que
además serán cada vez más recurrentes. Cuando salga adelante después de diez,
quince o veinte años lo hará con una gran dependencia y sin recursos endógenos
para generar ingreso, con un porcentaje elevadísimo de la población al margen
de la actividad y totalmente excluida, y con una sociedad dividida y
destrozada.
Europa tampoco gana
con el empeño de sus dirigentes en seguir aplicando políticas de austeridad que
han sido un completo fracaso, que destruyen millones de empleos y aumentan la
deuda, que sólo proporcionan satisfacción a los grandes grupos económicos y
financieros y que no hacen frente al auténtico barril de pólvora en el que está
asentada la Unión Europea: un sistema bancario podrido hasta los tuétanos y que
acumula un riesgo letal y una unión monetaria mal diseñada que reproduce los
desequilibrios previos y produce otros nuevos generando una tensión estructural
que hace inevitable que antes o después salte por los aires.
Europa en su conjunto
no gana nada hundiendo a Grecia y lo veremos en los próximos tiempos, más
pronto que tarde. En el proceso hay, sin embargo, un ganador, Alemania, pues es
quien impone las condiciones a los demás socios y ahora a Grecia.
Es una terrible
paradoja que el país europeo que más deudas ha dejado de pagar (incluido a
Grecia) reclame ahora que las pague todas un país asfixiado que sólo pide aire
para poder hacerles frente; que el país que sobrevivió a la ruina y se
convirtió en potencia gracias a la generosidad de los demás (incluida Grecia)
rechace ahora cualquier muestra de solidaridad; que el país en donde las
políticas de austeridad prendieron la mecha del mayor desastre de la historia
europea y que produjo millones de muertos (muchos de ellos griegos) se empeñe
ahora en imponerlas a pesar de que todas las evidencias demuestran su
inutilidad; que el país que se vio humillado y arruinado por la exigencia
absurda de quienes le imponían reparaciones impagables tras la Primera Guerra
Mundial, luche ahora para exigir condiciones imposibles de cumplir a los
griegos; que el país que dejó que sus bancos cometieran una de las mayores
irresponsabilidades financieras de la historia (dedicar el inmenso excedente
alemán a financiar burbujas) y que ampara en silencio a uno de los bancos con
mayor basura y riesgo financieros acumulados (el Deutsche Bank) reclame
responsabilidad a los demás.
Pero por mucha que sea
la paradoja, Alemania es efectivamente quien vence porque es quien obliga y
quien manda en Europa. Aunque, eso sí, es una vencedora sólo aparente, porque
la política de imposiciones de Merkel y de su Gobierno no beneficia a toda
Alemania. Es verdad que el poder imperial que Alemania ejerce sobre el resto de
Europa y las políticas que impone Merkel le vienen permitiendo obtener grandes
excedentes comerciales y beneficios, pero éstos no se distribuyen
equitativamente entre su población. Lo mismo que empobrecen a otros países,
empobrecen también a sus compatriotas. Desde hace años, la tasa de pobreza no
deja de aumentar por sus políticas y Alemania es el país de Europa donde la
riqueza se distribuye más desigualmente.
También hay otro
vencedor en Europa, el fanatismo. Hasta un gran maestro y persona de
inteligencia tan preclara y de inmensa y brillante cultura como el filósofo
Fernando Savater escribía ayer sobre Grecia (Respuesta)
como si fuera un simple hooligan, concluyendo que lo que está en juego
es el resultado del enfrentamiento entre la verdad (la suya) frente a la
mentira (la de quienes no piensan como piensa él).
No son así de simples
las cosas ni es verdad la verdad que están defendiendo sin pruebas ahora
contra Grecia y desde hace mucho tiempo contra los pueblos.
–No es verdad que
Syriza, que lleva unos meses gobernando, sea la responsable de los males de
Grecia. Lo son los gobiernos conservadores, socios del Eurogrupo a la hora de
reclamar nuevas medidas de austeridad, los que permitieron a los bancos
endeudarse irresponsablemente y los que cargaron al Estado con deudas
ilegítimas, por no llamarlas criminales por la forma en que fueron gestadas.
–No es verdad que la
Unión Europea haya sido un sujeto pasivo de los males de Grecia y actúe ahora
como su benefactora. Fue cómplice de los desmanes de aquellos gobiernos y
guardó silencio cuando los cometieron.
–No es verdad que los
problemas de Grecia provengan de su deuda pública por muy elevada que ésta
fuera (que lo fue, por las razones que acabo de señalar) sino de la conversión
en pública de la deuda privada y de la manera en que se financió.
–No es verdad que
Grecia no haya aplicado las medidas impuestas por la Troika, pues ha sido el
país, después de Noruega, en donde más se redujo la deuda de 2011 a 2014 y el
que ha realizado el recorte de gasto y de instituciones públicas de todo tipo
quizá más amplio y más rápido de los últimos tiempos.
–No es verdad que las
medidas de austeridad que impuso la Troika hayan sido positivas, sino que
provocaron un mayor desastre en la economía griega. Fue la reestructuración y
quita de la deuda lo que permitió reactivar algo la economía y generar ingresos
adicionales.
–Es verdad que la
actividad del sector público griego ha sido casi siempre muy ineficaz y
corrupta, como consecuencia de su clientelismo hacia los grandes oligarcas, la
Iglesia o las grandes empresas, pero no es cierto, sin embargo, que eso hubiera
redundado en los derechos sociales desorbitados que se critican (como, por
ejemplo, que tiene las pensiones más altas de Europa, lo que simplemente es
mentira).
Hace bien Savater recordando a Erasmo cuando habla de Grecia y de Europa
(“El espíritu del hombre está de tal modo constituido que la mentira tiene en
él 100 veces más influencia que la verdad”). Pero Europa necesita más rigor,
equidistancia y prudencia, y menos fanatismo a la hora de reconocer las
mentiras y de enfrentarlas a las verdades.
No hay comentarios:
Publicar un comentario