Artículo de Miguel Ángel
García Vega publicado en El País con fecha 8 sept. 2013.
Poco a poco, empieza a conocerse el precio del
desastre. Entre 2008 y 2010 se perdieron en Estados Unidos al menos 2,6
billones de dólares de la riqueza del país, desaparecieron 19,2 billones de los
ingresos de los hogares y se esfumaron cerca de 9 millones de empleos. En
Europa, las cifras andan parecidos caminos. ¿Podemos confiar en que el mismo
sistema financiero que generó el problema lo resuelva? ¿Utilizar idénticas
herramientas? ¿Creer en las mismas finanzas?
Parece difícil profesar tanta fe. “El sistema
capitalista actual es frágil y está financializado. Cada vez más y más
préstamos e inversiones se dirigen a activos no productivos. Son apuestas sobre
derivados, materias primas o divisas. Ninguno genera trabajo ni valor social”,
advierte Josh Ryan-Collins, investigador senior en New Economics Foundation
(NEF). Y puntualiza: “Solo crean incertidumbre”. Al igual que la genera saber
que únicamente el 3% de todas las divisas que circulan en el mundo “existe” en
la realidad.
Con este paisaje de fondo se entiende la urgencia del
cambio. “Necesitamos un sistema financiero más pequeño, con una banca más
sencilla y donde el mercado de derivados tenga un tamaño reducido. Porque si en
vez de menguar el sistema sigue creciendo tendremos más crisis”, señala Jesús
Palau, profesor de Finanzas de Esade. Da igual. Parece que hacia ella vamos.
Gar Alperovit, experto en Política Económica de la Universidad de Maryland,
advierte en su libro What Then Must We Do? (Chelsea Green, 2013) que desde el
crash los gigantes bancarios estadounidenses en vez de reducir su tamaño lo
están aumentando. “Antes de la crisis, los seis mayores bancos del país tenían
activos que representaban el 55% del PIB de EE UU. En junio de 2012 ya suponían
el 60,1%”, dice Alperovit.
Preocupada por el lugar hacia el que vamos, una parte
creciente de la sociedad reclama unas finanzas distintas. Porque hay otros
senderos. El banco sueco JAK lleva 40 años operando sin intereses y crece a un
12% anual. Otra entidad financiera diferente es BankSimple. Este banco
estadounidense, que no tiene oficinas físicas, acaba de cumplir un año y ya
maneja 1.000 millones de dólares en transacciones. Su modelo pivota sobre una
operativa fácil. El cliente recibe una tarjeta de débito Visa con la que puede
hacer operaciones online y a través de aplicaciones para los sistemas Android o
iOS. Además, no aplica comisiones por mantenimiento o por descubiertos. El
negocio de Simple procede de los intereses que recibe de los depósitos de los
clientes. “Estamos intentando construir algo nuevo e innovador dentro de una
industria fuertemente regulada y reticente al cambio”, reflexiona un portavoz
de BankSimple.
Sin embargo, el sector tiene que cambiar con celeridad
porque las predicciones apuntan hacia lo oscuro. “Habrá otra crisis financiera
a la vuelta de la esquina, ya que no se han resuelto ninguna de las cuestiones
que la originaron”, apunta Mark Mobius, presidente de la gestora de fondos
Templeton. Y Nouriel Roubini, el economista que predijo el crash, asevera:
“Nada ha cambiado, vamos a tener un par de crisis financieras en los próximos
diez años”.
Sobre estos augurios, las monedas complementarias (divisas
locales que conviven con la oficial) están expandiéndose con fuerza por todo el
mundo como respuesta a la incertidumbre. Ahí está el WIR (significa
“nosotros”), creada en Suiza en 1934, y que hoy utilizan más de 60.000 empresas
de este país. O el éxito del Brixton, una libra que solo se emplea en el barrio
homónimo londinense y que ha revitalizado el consumo y el pequeño comercio. Hay
más casos. La ciudad de Nantes acaba de crear el sonante y en Nápoles conviven
el euro y el napo.
Este tipo de monedas son “una respuesta a la enorme
falta de liquidez que existe en el sistema”, narra Celia de Anca, profesora del
Instituto de Empresa (IE). Como afirma Leander Bindewald, experto en monedas
complementarias, estas nuevas divisas “pueden ayudar a crear una economía
real”. Al fin y al cabo, “la barra libre de la financiación se ha agotado y
cada vez resulta más importante evaluar sistemas alternativos”, observa Beltrán
Romero, director de Transaction Services de KPMG. Por su parte, el economista
José Carlos Díez asegura que en “el futuro, el dinero será con toda seguridad
virtual”.
Si todas estas propuestas tienen algo en común es la
vuelta a lo próximo. “El retorno a lo local es una reacción psicológica frente
a todo lo que vivimos. Es temporal. La clave radica en que esa localización no
encierre a unas comunidades frente a otras. No cree espacios de autarquía”,
avisa Celia de Anca.
Burnley Savings and Loans es una imagen reflejada en
el espejo de este pensamiento. Fundada en 2011 en Lancashire (Inglaterra) por
David Fischwick ofrece un 5% de interés en las cuentas corrientes y da
préstamos a los comerciantes locales sin recurrir al restrictivo credit
scoring. Todos los lunes por la mañana, el propio Fischwick se reúne con
quienes solicitan un préstamo y lo concede, o no, en función, dice, “del
sentido común”. Burnley sirve a su comunidad. Incluso los beneficios (tras
descontar los gastos generales) se destinan a la caridad.
Un modelo nuevo, ¿para un mundo financiero distinto?
Sí y no. “Hay que terminar con algunos mitos. En banca no resulta factible la
desintermediación total [relación sin peajes entre prestatario y tomador],
porque la regulación es muy estricta y las barreras de entrada continúan
existiendo”, describe Álvaro Martín, socio de Analistas Financieros
Internacionales (AFI). El problema es que muchas de estas experiencias
bancarias alternativas se basan en una tecnología puntera que, si se demuestra
eficaz, acaba integrándose en las entidades tradicionales, por “lo que será
difícil que haya una disrupción muy fuerte”, avisa Álvaro Martín. Dos ejemplos.
El mes pasado BBVA entraba en el capital de SumUp, una startup especializada en
pagos con tarjeta de crédito a través del teléfono móvil. Y el Santander ha
destinado cinco millones de euros a iZettle, que comercializa una tecnología
que permite utilizar las tabletas y los teléfonos inteligentes como si fueran
un terminal punto de venta (TPV).
Otras propuestas combinan microfinanciación de proyectos
(crowd finance), inversores particulares que financian a emprendedores
(business angeles) y también el recurso a movimientos como Slow Money (canaliza
pequeñas aportaciones de dinero a iniciativas de agricultura sostenible). Es
evidente que necesitamos unas finanzas nuevas, pero ¿serán estas? Joan Antoni
Melé, subdirector general de Triodos Bank, un banco que lleva el apellido de
ético, cree que sí. “Este movimiento es irreversible. Vamos a provocar un
cambio en el sistema financiero. Hay una demanda mayoritaria. Esta es mi
convicción; y no soy ingenuo, que soy banquero”, zanja.
La ley
islámica o Sharia prohíbe crear dinero sobre dinero. También la usura (Riba), o
el pago y cobro de intereses. Estos son los preceptos básicos de las finanzas
islámicas.
Una forma distinta de entender la economía y
de relacionarse con el mundo financiero. Sobre todo si desterramos
interpretaciones equivocadas. Las finanzas islámicas no es el sistema
financiero usado en los países árabes. Excepto en Irán, Pakistán y Sudán, la
mayoría del mundo musulmán emplea un método convencional. Sin embargo, en las
naciones del Golfo Pérsico y Malasia hay una creciente industria de este tipo
de finanzas que opera en paralelo al mercado clásico. Se estima que la banca
islámica representa un 2% (680.000 millones de euros) del total de los activos
mundiales, y entre 2006 y 2010 creció el 23,46%. Es más, “solo una fracción de
la liquidez potencial está invertida en productos islámicos, lo que ofrece
grandes perspectivas de crecimiento”, prevé Celia de Anca, profesora de
finanzas islámicas del Instituto de Empresa.
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