Artículo publicado por Juan Torres López en su blog La tramoya el 17
septiembre 2015
El éxito y gran rendimiento de la economía alemana en los últimos años,
incluso en medio de una crisis global tan fuerte como la que hemos vivido, es
indiscutible. Y no cabe duda de que se debe a que ha conseguido consolidarse
como una gran potencia exportadora.
En estos momentos,
Alemania es el tercer exportador mundial (tras China y EEUU) y también el
tercer importador. En 2014 representó el 7,2% del comercio mundial (frente al
11,3% y 10,6% de China y EEUU, respectivamente). El porcentaje que representan
sus exportaciones sobre el PIB alcanzó el 45,7% en 2014 y las importaciones el
39,1% (frente al 32% y 29,6% de España, por ejemplo). Eso significa que su
grado de apertura (medido como el porcentaje del PIB que representa la suma de
sus exportaciones e importaciones) es del 84,8%, el más alto de todos los
países más ricos del mundo y 23 puntos porcentuales más que el de España.
Alemania tuvo un
superávit comercial equivalente al 8% de su PIB en 2014, a diferencia de lo que
ocurre en las demás grandes potencias económicas. China, muy por detrás, lo
tuvo del 3,5%, pero otras tuvieron déficit, como el Reino Unido (-6%), Estados
Unidos (-4,5% del PIB), Francia (-3,4%) o España (-2,4%). La magnitud de este
excedente se percibe teniendo en cuenta que desde 2000 hasta finales de 2015,
según las últimas previsiones, habrá sumado unos dos billones de euros.
La buena marcha de la
economía alemana en su conjunto se manifiesta también en la evolución de la
deuda pública que, al contrario de lo que está sucediendo en la casi totalidad
de las demás grandes economías, se va reduciendo, habiendo bajado en plena
crisis (de 2010 a 2014) cinco puntos y medio (del 80,5% al 74%).
En el imaginario
colectivo, los éxitos alemanes se suelen explicar recurriendo a la idea de que
su pueblo es especialmente laborioso y ahorrador a diferencia de lo que ocurre
con otros, y en especial con los del sur de Europa, de quienes siempre se dice
que trabajamos menos, que dependemos de las ayudas alemanas y que gastamos más,
viviendo por encima de nuestras posibilidades.
No se suele señalar,
sin embargo, que la economía alemana ha llegado a ser una gran potencia gracias
a las ayudas y generosidad de otros pueblos. Concretamente, gracias a las
deudas que nunca devolvió, es decir, a que cientos de miles de trabajadores de
otros países trabajaron gratis para levantar a una Alemania entonces destrozada
por su propia responsabilidad. Una generosidad que luego los poderosos alemanes
niegan a otros pueblos. Y, sobre todo, se oculta que el éxito de la economía
alemana se reparte muy desigualmente entre los propios alemanes, de modo que
una gran parte de ellos (y sobre todo de ellas, como mostraré enseguida)
soporta condiciones laborales y sociales cada vez peores y menos
satisfactorias.
La superioridad de la
industria alemana sobre sus competidores se suele explicar por dos tipos de
factores. Por un lado, por sus salarios reducidos, algo que se ha podido
conseguir gracias a las reformas orientadas a disminuir la capacidad
negociadora de los trabajadores que se vienen realizando desde la
reunificación; y gracias también a la llamada ley Hartz que consolidó los
trabajos basura o minijobs. Por otro, por la mejor relación
calidad/precio de las exportaciones alemanas que se deriva de su
especialización en productos de alta gama o “nobles”, que se pueden vender
incluso aunque su precio aumente. Y, finalmente, porque además de eso la
industria alemana externaliza (es decir, produce fuera de sus fronteras) un
buen porcentaje de los componentes de su producción (el 52% en 2012).
Un estudio reciente
muestra concretamente que los bajos salarios explicarían el 40% de la ventaja
de Alemania respecto a Francia y las demás razones el resto (France et
Allemagne : une histoire du désajustement europeen).
Gracias al
establecimiento de condiciones de negociación laboral cada vez más asimétricas,
los trabajadores alemanes siguen cobrando como media un 3% menos que en 2000 en
términos reales, es decir, teniendo en cuenta la subida de precios, y se ha
calculado que gracias a ello la masa salarial ha perdido alrededor de un billón
de euros en esos últimos euros, en beneficio lógicamente de las diversas rentas
del capital.
Como he dicho, la ley Hartz abrió paso a la generalización de los minijobs,
auténtico trabajo basura que disimula la realidad del empleo alemán. Hoy día
hay unos 7 millones de este tipo de empleos y unos 4,5 millones trabajadores
ganando menos de 450 euros mensuales por 24 horas de trabajo a la semana, con
un salario/hora de unos 5,6 euros de media. El 90% de quienes ocupan estos
empleos trabajan menos de 20 horas semana y en el 75% de los casos tienen un
salario menor a 8,5 euros por hora.
Estos minijobs
se caracterizan porque en ellos el salario bruto es igual a salario neto, es
decir, que no comportan ningún tipo de cotización y, por tanto, prácticamente
ninguna cobertura de derechos sociales. No hay bajas remuneradas por enfermedad
ni por cualquier otro tipo de situación. Y los derechos pasivos que generan son
ridículos: la pensión a que daría derecho el haber trabajado 45 años en uno de
estos minijobs
sería de 150 euros mensuales.
Las mujeres soportan de modo especial este trabajo precario.
Ocupan las dos terceras partes de todos los minijobs
y para tres de cuatro mujeres empleadas en ellos ese empleo es la única fuente
de ingreso.
La intensidad del empleo femenino en los minijobs significa que las
mujeres son totalmente dependientes de los hombres a la hora de recibir
prestaciones sociales. Eso explica que el 84% de las mujeres que sólo tienen
estos empleos basura estén casadas (frente al 60% de todas las mujeres
alemanas). Y es de destacar también que este tipo de empleo basura tiende a ser
permanente, es decir, que frena casi completamente la movilidad social
ascendente: un tercio de las personas empleadas en minijobs siguen
estándolo después de 10 años y el 50% después de seis años.
Aunque es verdad que los minijobs han hecho que aumente la tasa de
empleo de los mujeres (del 62% en 2002 al 71,5% en 2012) lo cierto es que se
reparten el mismo volumen de trabajo porque una gran parte están empleadas a
tiempo parcial, con una media de 19 horas semanales y con un salario de 5,6
euros de media.
La consecuencia de todo ello es que Alemania se ha convertido en uno de los
países europeos con mayor desigualdad y que se alcancen niveles récord de
pobreza. Actualmente hay unos 12,5 millones de pobres (que ganan menos de unos
900 euros mensuales), y un millón más de alemanes pobres en 2013 que ocho años
antes. Y también destaca en este ámbito el mayor sufrimiento de las mujeres,
destacando la situación de las madres no casadas, pues el 40% de ellas son
pobres. En una gran potencia económica como Alemania, el 20% del total de sus
ciudadanos y los dos tercios de los desempleados no tienen ningún patrimonio.
Pero para garantizar el éxito exportador alemán no sólo ha hecho falta
disminuir los salarios de sus trabajadores sino también imponer una regla de
moderación salarial a los países de su entorno, bien porque compite con ellos o
porque en ellos externaliza parte de su producción, como señalé. Y de esa
manera resulta que el “éxito” de la economía alemana se convierte en el
principal factor de inestabilidad de la economía europea: al ser una economía
excedentaria debería subir salarios y al no hacerlo lo que hace es obligar a
que los tengan que bajar los países deficitarios, que necesitarían subirlos
para mejorar el rendimiento de su economía.
Para terminar, resulta que Alemania tampoco coloca el excedente que genera
en su propia economía y eso no sólo impide limitar la desigualdad y la pobreza,
sino que también provoca otras grandes deficiencias en materia de
infraestructuras y de capital social. El excedente lo dedica a financiar a los
demás países para que puedan comprar sus productos (190.000 millones de euros
en 2014) o, como antes de la crisis, a que sus bancos hagan negocio alimentando
burbujas especulativas.
En definitiva, el
éxito de la economía alemana tiene unos claros paganos: los asalariados
alemanes y especialmente las mujeres, sus grupos sociales de rentas más bajas,
las economías y países que la rodean y que han sido tan torpes de aceptar el
predominio político e institucional de sus grandes grupos económicos y
financieros. Y no sólo eso: el modelo que Alemania impone al resto de Europa
acabará con el proyecto europeo en su conjunto porque éste no puede sino
naufragar cuando se basa en la asimetría y en la divergencia, como viene
ocurriendo. Y, sobre todo, porque para favorecer constantemente a los grandes
grupos económicos y financieros hace falta desmantelar la democracia.
El éxito económico alemán es la ruina para millones de alemanes y para el
resto de Europa y el principio del fin de la democracia en Europa. Y lo
lamentable es que esto no es la primera vez que ocurre.
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