Artículo de Ignacio Escolar, publicado en el diario con fecha 4 octubre
2013.
Su crisis es evidente.
Ni siquiera los propios partidos la niegan: nunca antes los ciudadanos han
confiado menos en ellos y aparecen en las encuestas como uno de los mayores
problemas de la sociedad. Su imagen está bajo mínimos, tienen un enorme
problema de credibilidad y no son pocos los políticos que se enfrentan, a
diario, con abucheos en casi cualquier lugar al que acuden.
Es cierto que hay
partidos y partidos, y que aquellos que defienden que "todos los políticos
son iguales" suelen apoyar a los peores. Pero es un error pensar, como
algunos prefieren creer, que esta crisis de los partidos es solo un subproducto
de la crisis económica: que cuando el paro baje y suba el PIB, todo volverá a
la normalidad. No tiene pinta de que vaya a ser así.
El deterioro de las
instituciones es tan profundo que no solo la recuperación económica bastará
para recuperar la confianza de unos ciudadanos cuyas convicciones democráticas,
sin embargo, no están en duda: el apoyo a la democracia representativa alcanza
máximos históricos. Es el funcionamiento y la calidad de esa democracia lo que
está en cuestión, empezando por sus cimientos: por los partidos. Su crisis responde
a una larga lista de contradicciones, de problemas que hace años que están ahí,
pero que ahora ya no se pueden obviar.
1. La democracia se levanta sobre organizaciones muy poco democráticas.
Artículo número 6 de
ese famoso papel mojado al que llamamos Constitución: "Los partidos
políticos expresan el pluralismo político, concurren a la formación y
manifestación de la voluntad popular y son instrumento fundamental para la
participación política (...) Su estructura interna y funcionamiento deberán ser
democráticos". ¿Democráticos? ¿Cómo de democrática fue la elección de
Mariano Rajoy por José María Aznar, o de Aznar por Manuel Fraga, al frente del
Partido Popular? ¿Tiene sentido que la mayoría de los partidos representados en
el Parlamento elijan sus listas con procedimientos opacos, donde suele ser la dedocracia
quien decide los candidatos?
Los pocos partidos que
mantienen algo de democracia interna para escoger a sus dirigentes suelen
utilizar para ello métodos más propios del siglo XIX que del XXI. En tiempos
del tren a vapor o de la clandestinidad, tenía sentido que los congresos de los
partidos se decidiesen por medio del voto indirecto, nombrando delegados por
cada agrupación que después se reunían para, entre unos pocos, elegir al líder.
Pero, en los años de Internet, ¿qué sentido tiene que los máximos dirigentes de
los partidos no sean votados de forma directa por los militantes o incluso
simpatizantes? ¿Hay alguna ventaja objetiva de este método de elección
indirecta, aparte de la capacidad que otorga a los dirigentes de un partido
para mantener el control de la organización incluso contra el criterio de sus
bases?
Los argumentos de
aquellos que se oponen a las primarias no suelen ser muy distintos a los que,
en tiempos, otros presentaban contra la democracia: el riesgo del populismo, la
división interna, el exceso de personalismo... A algunos solo les falta decir
aquella frase tan rancia de "no confundir la libertad con el
libertinaje". Pero como bien explica el sociólogo Ignacio Urquizu en esta
misma revista, en el fondo de lo que hablamos es de algo tan sencillo como
creer o no creer en la democracia como método de trabajo, no solo como
herramienta para la alternancia en el poder. Es una cuestión de principios (o
de ausencia de ellos).
2. Los partidos gestionan la representación, pero lo hacen con un sistema
electoral no muy representativo.
Probablemente la
capacidad transformadora que algunos atribuyen a la reforma electoral es
exagerada. Un sistema estrictamente proporcional no vacuna contra el despotismo
y la corrupción. Como recuerda Carlos Elordi, Italia es un ejemplo de un modelo
electoral proporcional casi puro... que ha provocado más problemas que
bendiciones a los italianos. Sin embargo, es también cierto que el diseño de un
modelo creado desde el búnker franquista –lo explica en estas páginas Pere
Rusiñol– es hoy percibido como injusto por una gran parte de la sociedad. Y con
razón. El sistema prima a los dos grandes partidos, es relativamente positivo
para los nacionalistas periféricos y penaliza a las minorías dispersas. Provoca
el voto a la contra, en vez del voto a favor. De hecho, es probable que en las
próximas elecciones generales veamos un importante retroceso en las urnas de
los dos grandes partidos que, sin embargo, no será para tanto en su
representación en el Congreso, gracias a la ley electoral. Si esta ley es hoy
injusta, en una situación como la que ahora pronostican las encuestas lo sería
aún más.
3. Los partidos son los intermediarios de la soberanía popular en un
momento en el que la intermediación declina.
¿Cómo saber qué quiere
el pueblo? La actual democracia es la respuesta tecnológica de la era de la
imprenta a esa pregunta. Los ingredientes eran dos: un censo electoral –algo
complicado de conseguir en los tiempos pre informáticos– y una caja llamada
urna donde depositar el voto. Era un proceso caro y complejo: por eso no salía
a cuenta votar a todas horas. Pero hoy en día, en los años de Internet y las
redes sociales, la tecnología permite otras opciones para resolver esa misma
pregunta: encuestas en tiempo real, democracia más participativa, sistemas de
debate virtual... Pensar que la democracia representativa, tal y como hoy la
conocemos, no va a seguir evolucionando para dar aún más voz a los ciudadanos
es tan ingenuo como creer que hemos llegado al final de la historia.
"¿Habrá partidos? Es como preguntar si habrá universidades o periódicos en
el futuro", analiza el catedrático en ciencia política Joan Subirats.
"Lo que imaginamos es que habrá espacios educativos y espacios
informativos", y también organización e ideas en la política, que
probablemente se parezcan tan poco a los partidos como los políticos de hoy al
conde de Romanones.
4. El control sobre sus finanzas está en manos de los supuestamente
controlados.
¿Quién vigila a los
vigilantes? En el caso de España, nadie. Es la mano izquierda quien fiscaliza a
la derecha, bajo las órdenes de un mismo cerebro. Son los propios partidos
quienes nombran a los miembros del Tribunal de Cuentas que examinan su
contabilidad. ¿El resultado de esa dependencia casi jerárquica? A la vista
está. El Tribunal de Cuentas entrega sus informes con cinco años de retraso,
justo el plazo en el que prescribe el delito de financiación ilegal. Sus
investigaciones nunca han encontrado ni uno solo de los grandes escándalos de
corrupción. Ni los sobres de Bárcenas, ni la Gürtel, ni el Palau, ni Nöos ni
los Eres de Andalucía han sido descubiertos por este inútil órgano de control
que está capturado por sus supuestos vigilados. ¿La solución? Basta con mirar
al extranjero: consiste en crear organismos formados por personas realmente
independientes del poder político, nombrados por mayorías cualificadas, con
mandatos irrevocables y también no renovables. Es lo que hacen en Francia,
donde –por ejemplo– las cuentas de la campaña del expresidente Nicolás Sarkozy
han sido rechazadas; esto implica que su partido perderá gran parte de sus
subvenciones oficiales. Se trata de la contabilidad de 2012. En España, no
sabremos cómo fueron las cuentas de los partidos en ese año hasta 2017, con
suerte. Y si aparece alguna irregularidad, no habrá tampoco una durísima
sanción.
5. Nunca antes ha sido más necesaria la política, nunca antes ha sido más
débil.
La crisis de los
partidos y de la intermediación llega en mitad de la tormenta perfecta,
especialmente en la Europa intervenida: cuando fracasa el estado nación,
superado por la globalización de los mercados y por mantas, como el euro, que
solo abrigan la cabeza o los pies, pero no las dos cosas a la vez. El economista
Dani Rodrik lo plantea como un «trilema». Democracia, Estado nación y
globalización: elige dos de tres. Puedes ser un Estado nación globalizado, como
China. O un país formalmente democrático y globalizado, pero sin soberanía
económica, como es España hoy. Los ciudadanos exigen a los políticos soluciones
y quedan después frustrados al descubrir que dan igual las urnas porque las
decisiones transcendentales sobre sus vidas, que son siempre económicas, se
toman muy por encima de sus cabezas. La soberanía está hoy más allá del
Congreso: en organismos tecnócratas, como el Banco Central Europeo, o en
parlamentos donde los españoles no votan, como el alemán. ¿La solución? Sin
duda pasa por más política, una capaz de plantar cara a los mercados, y también
por elevar la soberanía a un mayor ámbito de decisión; tal vez a una Europa
verdaderamente unida y donde todos los ciudadanos, griegos o alemanes, cuenten
con los mismos derechos. Pero la política está atrapada en una espiral que la
debilita, precisamente por no poder resolver esta situación. Solo Angela Merkel
consigue sobrevivir a la crisis del euro, precisamente porque en el epicentro
de la tormenta es el único sitio donde el viento parece estar en calma.
6. La llave de la reforma la tienen los mismos que, si hay reforma, serían
desahuciados.
¿Quién tiene en España
el poder para refundar la política, los partidos, las instituciones?
Precisamente la generación de la Transición, la que aún ocupa el poder político
y económico, la que nos ha llevado hasta aquí. ¿El mayor símbolo? El rey, y su
tan real como metafórica enfermedad: una infección en la prótesis que le impide
caminar.
7. Pedimos mejores políticos, despreciamos a todo aquel que se involucra en
la política.
"No le digas a mi
madre que soy diputado, ella piensa que soy pianista en un burdel",
bromean algunos parlamentarios. Los hay honestos y se quejan, con razón, del
discurso anti político que les presenta a todos ellos como receptores de sobres
y privilegios, como aprovechados con pensión vitalicia que nunca se bajan del
coche oficial. Las falacias sobre ellos se extienden –como ese bulo de que
España es el país europeo con más políticos–, y se pueden convertir, poco a
poco, en profecías auto cumplidas: si todos los políticos aparecen ante la
sociedad como corruptos y mangantes, solo quienes sean así tendrán incentivos
para continuar.
8. Los políticos no vienen del extranjero.
Hay un académico
sueco, Bo Rothstein, que ha encontrado una relación bastante directa entre el
nivel de corrupción que hoy tienen los países y su nivel educativo de 1870. La
historia va muy deprisa, pero algunas de sus dinámicas son a cámara lenta. En
el caso de España, hablamos de un Estado que solo consiguió acabar con el
analfabetismo hace apenas 40 años, casi un siglo más tarde que los países del
norte de Europa con los que hoy nos queremos comparar. Nuestro porcentaje de
universitarios es hoy alto, pero el factor que más influye en la educación
sigue siendo el nivel educativo de las familias: cuántos libros había en la
estantería del salón de sus padres. La herencia de un siglo XIX para olvidar y
un siglo XX derrotados por una dictadura aún se nota, y mucho, en la España de
hoy. Fenómenos antropológicos como el de Carlos Fabra, en Castellón, demuestran
que el caciquismo jamás se marchó.
La responsabilidad es
compartida: es del partido, del político. Y también de la sociedad, que tolera
o incluso premia electoralmente la corrupción, que permite la mentira en el
Parlamento o que se acostumbra a esa trampa argumental que intenta igualar la
responsabilidad política con la responsabilidad penal; como si el único motivo
que justifica una dimisión en política fuese la entrada en prisión. ¿Mejores
partidos? Claro que sí. ¿Mejores políticos? Por supuesto. Pero para eso hacen
falta ciudadanos comprometidos, que hagan algo más que quejarse en Twitter o en
la barra del bar.
<<<<<<<<<<<<<<<<<<<<<<<<<<<<<<<<<<<<<<<<<<<<<<<<<<<<<<Inteligente análisis sobre todos estos disparates que estamos padeciendo. Pueblo dócil,analfabeto y sin capacidad de reflexión. Y seguiremos igual.
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