Artículo de Juan Laborda, publicado con fecha 16/05/2015 en su blog, en vozpopuli.
Analizando los datos recientes de la economía global,
escudriñando la evolución de los últimos indicadores de la economía estadounidense,
y echando una ojeada a las previsiones del mercado, se pueden sacar varias
conclusiones. Estamos en una situación parecida a 2007, las burbujas
generadas por los Bancos Centrales –deuda soberana, deuda corporativa,
acciones…– son insostenibles, solo es cuestión de tiempo que acaben explotando.
La mayoría de los economistas siguen sin entender la naturaleza endógena del
dinero, el papel de la deuda privada, y el dominio aplastante del principio de
demanda efectiva. Por eso, no anticiparon el colapso de 2008; por eso, no
anticiparán el que está en curso.
La economía real, en definitiva, es tremendamente
frágil, y las auténticas reformas estructurales que deberían haberse
puesto en funcionamiento, no se implementaron
Pero existen diferencias respecto a 2007, mucho
más preocupantes. La deflación se reactiva; el endeudamiento global es
mayor; la inversión productiva privada en occidente está deprimida; la pobreza
y las desigualdades se expanden sin control; los países emergentes también se
desaceleran; y el volumen del comercio mundial se comprime. En este contexto,
la concentración bancaria se ha avivado y, por lo tanto, el riesgo sistémico
bancario es enorme. La economía real, en definitiva, es tremendamente
frágil, y las auténticas reformas estructurales que deberían
haberse puesto en funcionamiento, no se implementaron.
Las reformas pendientes
Con la crisis sistémica no se hizo aquello que era
óptimo y eficiente, económica y socialmente. Las razones son obvias, por
ineficiencia económica de las élites, por ideología, por defensa de los
intereses de clase. Como condición necesaria, aunque no suficiente, se
debería haber reducido el tamaño del sistema bancario occidental acorde a
la economía real, mediante una reestructuración del mismo a costa de gerencia,
propietarios y acreedores. Pero, adicionalmente, son necesarias otras reformas
en el sistema financiero.
Hay que poner bajo supervisión pública los principales
centros financieros internacionales. Se debe promover la separación plena entre
la banca comercial y banca de inversión, mediante el restablecimiento global de
la Ley Glass-Steagall. Es necesario también un control de la expansión
del crédito ex ante en lugar de castigar a los deudores a posteriori
–cualquiera que conozca la naturaleza endógena del dinero lo entiende–.
Aprovechándose del riesgo moral de que son “demasiado
grandes para quebrar”, los bancos sistémicos, cada día mayores y más
sistémicos, están siendo subsidiados por los contribuyentes de las distintas
naciones. Es necesario acabar con ello. Se debe estudiar la necesidad de
imponer límites a la concentración de depósitos, préstamos u otros
indicadores bancarios, en definitiva al tamaño de los bancos.
Teniendo en cuenta el impacto del ciclo de materias
primas en el crecimiento económico de productores y consumidores, es necesario
volver a prohibir la participación en el mercado de derivados
de la energía y de productos agrícolas a aquellos especuladores que
no tienen posiciones físicas alrededor de los mismos, especialmente las
mesas de trading de bancos que toman posiciones propias y que hacen que los
precios estén sujetos a la avaricia y miedo de los inversores. Con la energía y
los productos agrícolas no se juega a la ruleta.
Un sistema monetario internacional centrado en la
economía real requiere de una nueva moneda reserva global,
desconectada de naciones individuales concretas y que puede permanecer estable
en el largo plazo
Un sistema monetario internacional centrado en la
economía real requiere de una nueva moneda reserva global, desconectada
de naciones individuales concretas y que puede permanecer estable en el largo
plazo, eliminando así las deficiencias inherentes causadas por el uso de
monedas de naciones cuyo crecimiento se basa en el crédito. El método más
sencillo es el de transformar los derechos especiales de giro (DEG) en este
nuevo instrumento monetario global, con la participación de las monedas de las
principales economías en la cesta de definición de su valor –dólar
estadounidense, Euro, yen, yuan, rublo ruso, real brasileño, rand sudafricano,
y el oro–.
Finalmente es necesaria una reforma radical de las
composiciones del capital y de los órganos rectores de las principales
organizaciones mundiales (FMI, Banco Mundial, OMC, Consejo de Seguridad de las
Naciones Unidas, G-20), que debe incorporar a las nuevas potencias emergentes
(Brasil, Rusia, India, China, Sudáfrica, o Méjico).
¿Y España, qué?
Respecto a España, la situación es parecida a 2007. El
gobierno actual ha emprendido una huida hacia adelante sin importarle las consecuencias,
que arree el siguiente. En vez de aprovechar el descenso del precio del
petróleo, la depreciación del euro y unos costes financieros más bajos para
corregir desequilibrios e iniciar un cambio de modelo productivo, han actuado y
actúan por meros cálculos electorales.
Intentan reactivar la burbuja inmobiliaria, en colaboración con el sistema
bancario, que tiene que recuperar márgenes. Implementan una política de
gasto público pro-cíclica y cruel. A lo largo de 2012 y 2013 el
ejecutivo del PP hundió el gasto social, tan necesario para aliviar la
situación de familias, mientras destinaba ingentes cantidades de dinero de los
contribuyentes a financiar a terceros quebrados: el sector bancario patrio. Por
el contrario, a lo largo del año en curso no han dudado en dopar el gasto de
las distintas administraciones públicas, consumo público, para reactivar en el
corto plazo el ciclo económico hispano y así decir que se crece al 3%. Como
consecuencia, los desequilibrios alcanzan niveles históricos –máximos de deuda
pública y deuda externa neta–.
Debería haberse iniciado en nuestro país una fase de
incremento y modernización de nuestro aparato productivo. En este
sentido, sería fundamental introducir la política industrial
Debería haberse iniciado en nuestro país una fase de
incremento y modernización de nuestro aparato productivo. En este
sentido, sería fundamental introducir la política industrial con
la implementación de un programa nacional de inversión pública en sectores
futuros estratégicos y de impulso a la innovación que ejerza un efecto
“crowding in” o de arrastre a la inversión privada. Pero en vez de eso, se optó
por empobrecer a las rentas del trabajo en aras de una falsa competitividad, e
incrementar la deuda pública financiando a terceros insolventes y activando
consumo público en período preelectoral.
La realidad es que cuando se incremente la
aversión al riesgo y se reactive la desaceleración global, nuestro
querido país se hundirá irremediablemente. Se activará una crisis de deuda
soberana, continuará la recesión de balances privados, se avivará una crisis de
balanza de pagos, y todo terminará en una profunda crisis social.
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