lunes, 18 de mayo de 2015

Estamos peor que en 2007, antes del colapso


Artículo de Juan Laborda, publicado con fecha 16/05/2015 en su blog, en vozpopuli.

Analizando los datos recientes de la economía global, escudriñando la evolución de los últimos indicadores de la economía estadounidense, y echando una ojeada a las previsiones del mercado, se pueden sacar varias conclusiones. Estamos en una situación parecida a 2007, las burbujas generadas por los Bancos Centrales –deuda soberana, deuda corporativa, acciones…– son insostenibles, solo es cuestión de tiempo que acaben explotando. La mayoría de los economistas siguen sin entender la naturaleza endógena del dinero, el papel de la deuda privada, y el dominio aplastante del principio de demanda efectiva. Por eso, no anticiparon el colapso de 2008; por eso, no anticiparán el que está en curso.

La economía real, en definitiva, es tremendamente frágil, y las auténticas reformas estructurales que deberían haberse puesto en funcionamiento, no se implementaron

Pero existen diferencias respecto a 2007, mucho más preocupantes. La deflación se reactiva; el endeudamiento global es mayor; la inversión productiva privada en occidente está deprimida; la pobreza y las desigualdades se expanden sin control; los países emergentes también se desaceleran; y el volumen del comercio mundial se comprime. En este contexto, la concentración bancaria se ha avivado y, por lo tanto, el riesgo sistémico bancario es enorme. La economía real, en definitiva, es tremendamente frágil, y las auténticas reformas estructurales que deberían haberse puesto en funcionamiento, no se implementaron.

Las reformas pendientes

Con la crisis sistémica no se hizo aquello que era óptimo y eficiente, económica y socialmente. Las razones son obvias, por ineficiencia económica de las élites, por ideología, por defensa de los intereses de clase. Como condición necesaria, aunque no suficiente, se debería haber reducido el tamaño del sistema bancario occidental acorde a la economía real, mediante una reestructuración del mismo a costa de gerencia, propietarios y acreedores. Pero, adicionalmente, son necesarias otras reformas en el sistema financiero.

Hay que poner bajo supervisión pública los principales centros financieros internacionales. Se debe promover la separación plena entre la banca comercial y banca de inversión, mediante el restablecimiento global de la Ley Glass-Steagall. Es necesario también un control de la expansión del crédito ex ante en lugar de castigar a los deudores a posteriori –cualquiera que conozca la naturaleza endógena del dinero lo entiende–.

Aprovechándose del riesgo moral de que son “demasiado grandes para quebrar”, los bancos sistémicos, cada día mayores y más sistémicos, están siendo subsidiados por los contribuyentes de las distintas naciones. Es necesario acabar con ello. Se debe estudiar la necesidad de imponer límites a la concentración de depósitos, préstamos u otros indicadores bancarios, en definitiva al tamaño de los bancos.

Teniendo en cuenta el impacto del ciclo de materias primas en el crecimiento económico de productores y consumidores, es necesario volver a prohibir la participación en el mercado de derivados de la energía y de productos agrícolas a aquellos especuladores que no tienen posiciones físicas alrededor de los mismos, especialmente las mesas de trading de bancos que toman posiciones propias y que hacen que los precios estén sujetos a la avaricia y miedo de los inversores. Con la energía y los productos agrícolas no se juega a la ruleta.

Un sistema monetario internacional centrado en la economía real requiere de una nueva moneda reserva global, desconectada de naciones individuales concretas y que puede permanecer estable en el largo plazo

Un sistema monetario internacional centrado en la economía real requiere de una nueva moneda reserva global, desconectada de naciones individuales concretas y que puede permanecer estable en el largo plazo, eliminando así las deficiencias inherentes causadas por el uso de monedas de naciones cuyo crecimiento se basa en el crédito. El método más sencillo es el de transformar los derechos especiales de giro (DEG) en este nuevo instrumento monetario global, con la participación de las monedas de las principales economías en la cesta de definición de su valor –dólar estadounidense, Euro, yen, yuan, rublo ruso, real brasileño, rand sudafricano, y el oro–.

Finalmente es necesaria una reforma radical de las composiciones del capital y de los órganos rectores de las principales organizaciones mundiales (FMI, Banco Mundial, OMC, Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas, G-20), que debe incorporar a las nuevas potencias emergentes (Brasil, Rusia, India, China, Sudáfrica, o Méjico).

¿Y España, qué?

Respecto a España, la situación es parecida a 2007. El gobierno actual ha emprendido una huida hacia adelante sin importarle las consecuencias, que arree el siguiente. En vez de aprovechar el descenso del precio del petróleo, la depreciación del euro y unos costes financieros más bajos para corregir desequilibrios e iniciar un cambio de modelo productivo, han actuado y actúan por meros cálculos electorales.

Intentan reactivar la burbuja inmobiliaria, en colaboración con el sistema bancario, que tiene que recuperar márgenes. Implementan una política de gasto público pro-cíclica y cruel. A lo largo de 2012 y 2013 el ejecutivo del PP hundió el gasto social, tan necesario para aliviar la situación de familias, mientras destinaba ingentes cantidades de dinero de los contribuyentes a financiar a terceros quebrados: el sector bancario patrio. Por el contrario, a lo largo del año en curso no han dudado en dopar el gasto de las distintas administraciones públicas, consumo público, para reactivar en el corto plazo el ciclo económico hispano y así decir que se crece al 3%. Como consecuencia, los desequilibrios alcanzan niveles históricos –máximos de deuda pública y deuda externa neta–.

Debería haberse iniciado en nuestro país una fase de incremento y modernización de nuestro aparato productivo. En este sentido, sería fundamental introducir la política industrial

Debería haberse iniciado en nuestro país una fase de incremento y modernización de nuestro aparato productivo. En este sentido, sería fundamental introducir la política industrial con la implementación de un programa nacional de inversión pública en sectores futuros estratégicos y de impulso a la innovación que ejerza un efecto “crowding in” o de arrastre a la inversión privada. Pero en vez de eso, se optó por empobrecer a las rentas del trabajo en aras de una falsa competitividad, e incrementar la deuda pública financiando a terceros insolventes y activando consumo público en período preelectoral.

La realidad es que cuando se incremente la aversión al riesgo y se reactive la desaceleración global, nuestro querido país se hundirá irremediablemente. Se activará una crisis de deuda soberana, continuará la recesión de balances privados, se avivará una crisis de balanza de pagos, y todo terminará en una profunda crisis social. 

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