Artículo de Pablo Iglesias, publicado en El Periodico de fecha 19 de mayo del 2015
En la guerra de trincheras de la
política española no ganaremos pareciéndonos al adversario
Siempre digo que para entender la política es mucho
más útil el baloncesto que el fútbol. Es lógico que el fútbol genere más
pasiones: allí es más frecuente ver a un equipo débil derrotar a uno fuerte o
asistir a la genialidad de un jugador que resulta decisiva en un encuentro. En
el fútbol la sorpresa aparece con cierta frecuencia. Por el contrario, en
el baloncesto, como en la política, los márgenes son mucho más estrechos.
Por eso es tan importante tener tomada con precisión la medida de tus fuerzas y
de las del adversario a la hora de diseñar las estrategias para ganar.
Si midiéramos el desarrollo de Podemos con los tiempos
de un partido de baloncesto podríamos decir que, en el primer cuarto,
sorprendimos con un juego irreverente a un adversario que nos ignoraba.
Nuestro discurso era como aquellos triples imposibles de Navarro y
acabamos la campaña de las europeas con 5 eurodiputados y 1,2 millones de
votos que nadie se esperaba. Durante el segundo cuarto nuestros adversarios
cometieron el error de subestimarnos -¿recuerdan al gurú Arriola llamándonos
frikis?- y seguimos anotando con comodidad. Sin embargo, en el tercer cuarto,
las élites dieron la voz de alarma -¿recuerdan al presidente del Banco
Sabadell diciendo que hacía falta un Podemos de derechas?- y las
cosas cambiaron. Salió el quinteto titular del adversario y empezamos a sentir
cómo se trata a los novatos en la NBA: codazos, empujones, juego sucio,
insultos al oído –la portada de ayer en El Mundo es un buen ejemplo de ese tipo
de juego- y los árbitros sin querer ver nada, al tiempo que se nos empezaban a
notar el cansancio y los nervios.
Sin embargo, hemos empezado el cuarto definitivo
recuperando nuestro juego. Los medios reconocen que “hemos vuelto” (aunque solo
ellos pensasen que nos habíamos ido) y según avanza esta campaña se nos ve más
cómodos y seguros. No sólo llenamos los mítines, además situamos bien los
mensajes y estamos colocando a los adversarios en el lugar que nos conviene. De
hecho, es muy posible que esta campaña se nos quede corta y sea sólo el
preámbulo de la decisiva en las generales.
Izquierda y derecha
Se nota, en definitiva, que hemos recuperado uno de
los elementos que nos hacen diferentes: nuestra capacidad de análisis
estratégico. El acierto histórico de Podemos es conocido: supimos leer que el 15-M
fue la expresión social de una crisis de régimen que podía tener una
traducción política. Aquella traducción se sustentó en dos elementos: un liderazgo
plebeyo formado en los medios de comunicación y un discurso que apelaba a
unas clases populares indignadas (el pueblo) que identificaban a las
elites políticas y económicas como corruptas y responsables de la situación.
Sin renunciar a ningún elemento programático, fuimos más allá de la
geografía izquierda-derecha, redefiniendo el escenario político español con
nuevas claves. La palabra “casta” se normalizó en el lenguaje político y
todos los actores se fueron adaptando a un nuevo escenario en el que
aparecíamos como protagonistas. Al tiempo que la jefatura del Estado aceleraba
la jubilación de Juan Carlos, el PSOE cambiaba de líder, copiaba
muchos elementos de nuestro leguaje e incluso rectificaba la estética de sus
dirigentes limitando corbatas y remangando camisas. Por su parte, el PP
reconoció el fin de régimen y se asumió a sí mismo polarizando con
nosotros, mientras que Ciudadanos comprendió con lucidez que “novedad”,
“regeneración”, “juventud” y “cambio” podrían ser los ejes para que una nueva
derecha se abriera camino electoral en España. IU y UPD sencillamente
quedaron comprimidos en el ataúd de Procusto, en el segundo caso de forma
definitiva y en el primero teniendo que refugiarse en unas esencias
identitarias de incierto futuro electoral.
Si nosotros cometimos un error fue el de pensar que
redefinir el escenario te convierte en su dueño, y algunos entre nuestras filas
sintieron la frustración de ver a otros actores -Ciudadanos y en menor
medida el PSOE- crecer a costa de nuestras innovaciones. Y entonces hubo que
pedir tiempo muerto y explicar qué
significa aquello de la centralidad del tablero y señalar que en en la guerra de
trincheras no ganaríamos pareciéndonos al adversario.
El último barómetro del CIS revela bien que nuestro diseño
estratégico para el último cuarto es el correcto. Podemos es el primer
partido de los estudiantes y los jóvenes y compite con el PSOE para ser el
primer partido de todos los estratos de la clase trabajadora así como de
los sectores medios empobrecidos y frustrados por la destrucción de sus
expectativas. Si Podemos es la formación mejor situada para representar a las
clases populares es precisamente como consecuencia de una crisis política derivada
de una crisis económica que ha hecho recuperar el carácter popular a sectores
que se autopercibían como clases medias beneficiarias de una modernidad
neoliberal que demostró ser una ilusión.
Por eso nuestro juego, basado en señalar al PP como el
partido de las élites y la corrupción, al PSOE como la fuerza que renunció al
campo político de la socialdemocracia entregándose al suicidio de la Tercera
vía y a Ciudadanos como plan 'renove' de las élites, vuelve a
funcionar.
No debemos olvidar que somos una fuerza política
surgida de una crisis que tuvo dos consecuencias fundamentales en nuestro país:
destruir el espacio de gobernabilidad del social-liberalismo de la tercera vía
y revelar la corrupción como forma de gobierno del modelo especulativo de la
burbuja que tuvo en el PP su máxima expresión. Aunque se asociaran durante
mucho tiempo con nosotros nociones como regeneración, novedad y juventud,
nuestro terreno de victoria es el que nos coloca como la fuerza política de
referencia de unas clases populares en expansión como resultado del
empobrecimiento de buena parte de los sectores medios (trabajadores públicos,
autónomos, pequeños empresarios y profesionales), del precariado juvenil y de
la clase obrera. Por eso debemos ser una fuerza con un discurso áspero y de
clase y con un estilo plebeyo (que se aprecia incluso en el hecho de que no
vestimos como los políticos tradicionales) capaz de dicotomizar el escenario
político.
La dicotomía que está en juego no es tanto esa que
distingue lo nuevo de lo viejo, como aquella que separa la política de
compromiso con las élites de la que defiende a los sectores populares.
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