Artículo de Antonio Antón, Profesor Honorario de Sociología
de la Universidad Autónoma de Madrid, publicado en Nueva tribuna con fecha 28 de Marzo de 2016.
El pacto del PSOE con Ciudadanos ratifica su renuncia a construir
un Gobierno de Progreso y cambio sustantivo en beneficio de la mayoría social.
Su apuesta principal es por el continuismo de las políticas socioeconómicas,
fiscales, institucionales, europeas y territoriales. Su estrategia la amparan
en el consenso europeo liberal-conservador-socio liberal; la justifican en la
llamada responsabilidad de Estado y la supuesta estabilidad económica. Solo hay
algunas leves medidas de mejora social y transparencia democrática, que pueden
ser compartidas por Podemos y sus aliados.
En la campaña electoral lo habían llamado cambio sensato o
seguro; ahora sus promotores dicen que es reformista y de progreso. La realidad
es que de llevarse a cabo ese programa con similar política socioeconómica y
gestión institucional, se consolidaría la dinámica regresiva en materia
socioeconómica y el bloqueo institucional autoritario ante las exigencias
democratizadoras impuesto por la derecha del PP. En definitiva, se bloquearía
la perspectiva de cambio sustantivo por la vía institucional, en perjuicio de
las mayorías sociales.
La operación Gran Centro bloquea un Gobierno de Progreso
Estamos, pues, ante una gran pugna cultural y política para
avalar una orientación política continuista y legitimar su nuevo equipo
gobernante, o bien persistir en la exigencia de un auténtico cambio y
garantizar un Gobierno de progreso, decidido, firme y compartido. Y en
último extremo, poder activar la oposición social y el movimiento
popular, frente a la involución institucional y económica, y mantener viva la
dinámica del cambio.
La opción del PSOE es clara y parece que no tiene marcha
atrás, al menos hasta después de las probables nuevas elecciones: fortalecer su
liderazgo y gestionar ese plan continuista, con nueva retórica, ambas cosas
exigidas y compartidas con Ciudadanos. Por una parte, relevar la posición
hegemónica del PP y abrir una negociación con ellos, en una posición de fuerza,
sobre la dirección y el alcance del proceso. Por otra parte, debilitar la
capacidad representativa de Podemos y sus aliados neutralizando las dinámicas
sociales e institucionales de cambio.
Pero dadas las amplias aspiraciones cívicas de avance social
y democrático, esa operación del Gran Centro, para tener una mínima
credibilidad social, debe acompañarse de un discurso asociado a lo nuevo, al
cambio y al progreso. Deben transformar su significado real, socio liberal y de
derecha moderada, para embellecerlo y desacreditar la opción de cambio
auténtico y su representación política.
Lo más llamativo, para obscurecer ante la gente ese sesgo y
la continuidad programática, es el énfasis en su apuesta por el ‘recambio’ de
élite gobernante, no de políticas. Como prioridad, imponen su condición
fundamental: el gran sillón de la Presidencia del Gobierno, con plenos poderes
para decidir sobre su composición y su contenido. Va acompañado de su negativa
a un Gobierno de coalición equilibrado con las fuerzas de progreso. Así, la
dirección socialista trata de desplazar a Rajoy (no al PP, según C’s) del
liderazgo gubernamental y busca recomponer un nuevo equilibrio entre los dos
grandes partidos, salvando el ‘turnismo’ de un bipartidismo renovado, con la
función mediadora de Ciudadanos y el liderazgo de Sánchez (que tampoco Rivera
lo da como pactado).
Pero, como se ha repetido y comprobado públicamente, ese plan
no es realista. Lo más relevante de ese proyecto es impedir un giro
institucional hacia un cambio sustantivo y la consolidación de un nuevo
equilibrio gubernamental con un papel significativo de las fuerzas
alternativas. Es decir, su objetivo, explícito en el caso de Ciudadanos y la
mayoría de líderes del PSOE, es impedir un Gobierno auténtico de progreso,
frenar la dinámica de cambio institucional y desgastar a Podemos y sus aliados.
No obstante, es difícil que puedan doblegar a Podemos (junto con sus
confluencias, Compromís e Izquierda Unidad-Unidad Popular) o retraer a una
parte significativa de sus bases sociales. Tampoco parece que puedan desempatar
la candidatura a Presidente de Gobierno, entre Rajoy y Sánchez, con una abstención
al uno o el otro.
Pacto C’s-PSOE: evitar el ‘riesgo’ del cambio real
Todos los grandes poderes fácticos, económicos y políticos,
con sus respectivos aparatos mediáticos, están en esa tarea: garantizar el
continuismo de fondo, evitar el ‘riesgo’ del cambio. Su incertidumbre principal
es el tiempo, la convocatoria de nuevas elecciones según qué condiciones. No
saben si Podemos y sus aliados pueden aguantar esta presión política y
mediática, afinar su discurso, mejorar sus alianzas y su cohesión interna y
consolidarse para las probables elecciones generales del 26 de junio. Su
apuesta es por lo contrario. No es posible ahora predecir si sus resultados les
van a ser más favorables o no. Ningún actor tiene claro si va a tener más
ventajas o desventajas. Hay mezcla de miedo y esperanza. La guerra de encuestas
e interpretaciones va a formar parte de la construcción de expectativas y
planes. La ciudadanía volverá a tener la palabra. Las tres opciones básicas se
volverán a confrontar: el continuismo regresivo y autoritario del PP; el
continuismo renovado con cambios parciales y contradictorios del PSOE-C’s; el
cambio y la perspectiva de progreso de Podemos y fuerzas afines.
Hoy hay mimbres para un Gobierno de progreso y de cambio, al
que renuncia el PSOE. Los desplazamientos de voto pueden ser pequeños. Pueden
afectar en torno a un millón de personas, unos cinco puntos porcentuales y unos
quince escaños, arriba o debajo, de las fuerzas principales. Pero van a ser muy
significativos según su orientación. Aparte del deseable y probable descenso
del PP, pueden implicar efectos en los dos sentidos contrarios en el equilibrio
entre PSOE y Podemos y sus alianzas, dando por supuesto un relativo empate y
que por separado no van a obtener la representatividad necesaria para gobernar.
La dirección de Podemos ya ha hecho un ejercicio de realismo
al admitir la posibilidad de un Gobierno de coalición con el Partido
Socialista, con un programa compartido y una gestión institucional proporcional
y equilibrada. La dirección socialista se resiste a ello y pretende reforzar su
autonomía y su hegemonía. Probablemente, los resultados tampoco serán
definitivos como para que cada fuerza política realice cambios estratégicos. Su
orientación, su representatividad y sus dependencias políticas están muy
definidas.
Las variables principales que considera la dirección
socialista son dos: por una parte, el grado de desgaste (o consolidación) de
Podemos, que le permitiría mejorar (o no) su margen de maniobra en el tipo de
continuismo renovado a desarrollar bajo su hegemonía; por otra parte, por quién
se inclina Ciudadanos, según sus escaños y ante un posible cambio de liderazgo
tanto en el PP cuanto en el PSOE.
Probablemente, los resultados tampoco serán definitivos para
forzar cambios estratégicos de cada fuerza política. Habrá discrecionalidad u
oportunidad política para las dos opciones básicas: continuidad (renovada) y
cambio (real). La decisión para inclinar la balanza hacia una u otra,
corresponderá, probablemente, al PSOE. La cuestión central para el cambio es
que para abrir una etapa de progreso y de firmeza ante los planes de austeridad
europeos, un elemento clave es la consolidación y la ampliación del campo de
fuerzas en torno a Podemos, superar la representatividad
del PSOE e influirle mejor en esa dirección. En ese caso, una parte de su
electorado cuestionaría su actitud de renuncia al cambio real. Es su temor
latente a la pasokización griega. Sería una advertencia y un incentivo para
rectificar su estrategia. Y aun así, tampoco es seguro que la dirección
socialista lo admita, es decir, podría seguir apostando por un acuerdo de
gobernabilidad con el PP y Ciudadanos.
Las diferencias con la situación actual, aparte de que ya no
habría la opción de unas terceras elecciones generales, son dos. Por una parte,
disminuiría la credibilidad de la dirección socialista y acentuaría el fracaso
y el descrédito del continuismo transformista. Por otra parte, en el caso de
Podemos y las fuerzas alternativas, aun con la frustración colectiva por el
bloqueo del cambio institucional, estarían en mejor posición para hacer frente
a una prolongada y dura fase de oposición institucional y social.
Los demás partidos tampoco tienen claro sus posibles ventajas
y desventajas ante los nuevos comicios, y todo depende de la capacidad
argumentativa o los errores propios y ajenos de los distintos actores durante
las próximas semanas. Es evidente el sentido de la campaña de los poderosos
para desacreditar a Podemos y debilitar su papel en la negociación posterior. Y
están claros los objetivos de restaurar el orden económico e institucional por
parte del poder establecido, intentando cerrar este periodo de demandas
sociales, deslegitimación del poder y cambio sociopolítico, institucional y de
representación política.
Una pugna político-cultural por el sentido y la
representación del cambio
Ante este panorama de reequilibrios políticos, para conseguir
cierta credibilidad ciudadana, particularmente, el PSOE necesita apropiarse de
la representación exclusiva del cambio y marginar al resto de fuerzas
transformadoras, las más genuinas partidarias y promotoras del cambio real. Las
presentan como las responsables que lo impiden. Así, apuestan por colocar a
Podemos en el mismo campo que el PP, con su continuismo regresivo y autoritario,
y frente al supuesto ‘cambio’ que sería el pacto PSOE-C’s. Operación
completada: cambiar algo (Sánchez por Rajoy) para no cambiar apenas nada (la
estructura de poder y las políticas principales), neutralizando las dinámicas
cívicas, políticas e institucionales del cambio. Estrategia ambiciosa, revisada
y actualizada respecto de la anterior y la anterior, que no dieron sus frutos,
pero otra vez con el aparato propagandístico a toda máquina.
El chantaje hacia Podemos y su líder, Pablo Iglesias, es
claro: o acata la simple subordinación y apoya su plan continuista y de
recambio, de forma sumisa y voluntaria o, bien, se les trata de imponer bajo la
coacción del acoso político y mediático. La opción básica exigida a las fuerzas
más comprometidas con el cambio es la misma: abandonar su firmeza y
determinación. Pero ello sería incumplir el compromiso adquirido con su
electorado, construido en estos años de indignación y protesta sociopolítica
frente a la injusticia, y correr el riesgo de división y deslegitimación política
ante sus bases sociales y electorales, dando al traste con la dinámica y las
expectativas de cambio en España y su influjo en el conjunto europeo. Nada más
y nada menos se ventila en esta encrucijada. Y el poder establecido es
consciente de ello.
Pero esa gran manipulación discursiva tiene poca credibilidad
social. La mayoría de la gente tiene viva la experiencia del comportamiento
reciente de todas las formaciones políticas. No hace falta insistir en el
profundo descrédito social del PP, aunque mantenga un cuarto del apoyo
electoral. En el caso de Ciudadanos está claro su carácter derechista, su
estrategia económica y laboral regresiva y su prepotencia centralista. En el
caso del PSOE, aunque haya cambiado algo su retórica y tenga tendencias ambivalentes,
incluida una significativa credibilidad entre sectores de la izquierda social,
no sale del pozo de la menor representatividad de la etapa democrática. Y ello
derivado de la memoria y la constatación popular de su gestión gubernamental
regresiva, sus compromisos con los poderosos, su prepotencia institucional y su
agresividad hacia las fuerzas del cambio, es decir, la masiva desconfianza
popular en su retórica y su gestión. Así mismo, las fuerzas críticas y
alternativas han demostrado su compromiso social y democrático, así como su
responsabilidad institucional y su apacidad gestora.
La definición discursiva de la realidad es fundamental porque
condiciona su interpretación y su transformación. El eje continuismo-cambio
expresa el conflicto y las opciones principales de esta encrucijada política.
La pugna por la apropiación y re significación del cambio, reflejo de amplias
aspiraciones populares, es decisiva. Su impulso y su representación son clave.
En definitiva, la palabra cambio expresa la aspiración de la
mayoría de la ciudadanía en un doble plano: 1) una política socioeconómica al
servicio de la gente y la justicia social que termine con la estrategia de
austeridad y recortes sociales, afronte claramente la situación de paro masivo,
precariedad y desigualdad social, fortalezca las garantías para los derechos
sociales y laborales y modernice el aparato productivo; 2) un impulso
democratizador de las instituciones públicas que acabe con la corrupción y la
gestión prepotente de las élites gobernantes y encaucen una salida democrática
al conflicto territorial. Todo ello plantando cara al poder liberal-conservador
y ampliando las fuerzas solidarias en el marco europeo.
Los resultados de las elecciones del 20-D han supuesto un
nuevo sistema de representación política. Se ha terminado el bipartidismo, que
se resiste a aceptarlo, y la simple alternancia de equipos gobernantes con
similares políticas. Se ha abierto la oportunidad para un cambio auténtico que
se pretende frenar y tergiversar su sentido. Todavía es posible negociar un
Gobierno de progreso equilibrado con un programa de cambio real. Si el PSOE
renuncia ahora a él, tendrá que asumir esa responsabilidad. Habrá que volverlo
a plantear tras las nuevas elecciones generales, con mayor apoyo popular. La
ciudadanía merece otra oportunidad para avanzar en el cambio.
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