Artículo de Juan Laborda, publicado en su blog vozpopuli con fecha 4 mayo 2016.
Se acabó, el sistema económico actual ya no da más de sí. Los
indicadores adelantados de muy corto plazo disponibles para distintas áreas
geográficas desarrolladas -Estados Unidos, Unión Europea, Japón, Reino Unido,
Canadá, Australia…- confirman que la economía occidental en su conjunto está a
punto de entrar en una profunda recesión económica. La única excepción es
España, cuyo indicador adelantado más fiable, el Ñ-Sting, ha rebotado. Aquí se
está retrasando lo inevitable por razones meramente electorales.
Bruselas lleva haciendo la vista gorda con Rajoy y sus
muchachos desde finales de 2013 -laxitud fiscal e inyecciones masivas de esa
droga de diseño llamada expansión cuantitativa-, nada que ver con las
condiciones leoninas exigidas a Grecia y Portugal. Se trata de criterios
meramente ideológicos de soporte a “uno de los nuestros”. Pero en una economía
financiarizada como la nuestra, las inversiones especulativas son las
dominantes, y no así las tendentes a mejorar el capital productivo. Por eso en
un contexto de excesiva deuda total (4,1 billones de euros al cierre de 2015) y
externa (1,1 billón de euros al final de 2015) somos vulnerables a un aumento
de la aversión al riesgo en los mercados financieros y/o a un cierre del grifo
del BCE (ambos, aversión y grifo del BCE, están interconectados). En ese caso
España entraría en un círculo vicioso.
El inicio del estallido de la última burbuja generada por las
autoridades monetarias supone el principio del fin de una forma de crecimiento
perversa
El sistema económico actual se desvanece
El inicio del estallido de la última burbuja generada por las
autoridades monetarias supone el principio del fin de una forma de crecimiento
perversa. Y ese proceso es inexorable, más aún bajo las recetas prescritas por
la ortodoxia académica dominante. Estamos en los albores del final del mayor
súper-ciclo de deuda histórico, iniciado en los años 80, y que ha estado
sazonado con políticas profundamente conservadoras, enormemente injustas,
tremendamente ineficaces. Pero volvamos la vista a los orígenes.
La actual crisis económica tiene sus orígenes en los
acontecimientos que siguieron al intento de incrementar la tasa de retorno del
capital a partir de finales de los 70. La disminución de dichas tasas de
ganancia llevó a la implementación de una serie de políticas económicas cuyo
objetivo último era hacer resurgir la tasa de rentabilidad del factor capital.
Para ello se promovió, con el apoyo de la academia, la implementación de
políticas tendentes -en nombre de la competitividad- a disminuir los salarios y
recortar los beneficios del factor trabajo, aderezado todo ello con una
aceleración de los procesos de trabajo, una apuesta decidida por la
globalización, y el establecimiento de acuerdos comerciales o zonas de libre
comercio. A pesar de la aplicación de todas estas recetas, la tasa de retorno
del factor capital sólo recuperó la mitad de su caída.
Lo que aún a fecha de hoy no entienden muchos economistas es
el hecho de que la principal fuente de recuperación histórica de las tasas de
ganancia del capital es una quiebra generalizada, es decir, una devaluación del
capital de las empresas supervivientes. Sin embargo, en los últimos 40 años
apenas ha habido una escasa devaluación del capital de manera que el aumento de
su tasa de retorno se ha producido exclusivamente como resultado del aumento de
la intensidad de explotación de los trabajadores.
El estancamiento de los salarios y la disminución de las
prestaciones o beneficios del factor trabajo fuerzan a los hogares a asumir
deuda con el fin de satisfacer sus niveles de consumo. Se trata de una nueva
burbuja, de una nueva exuberancia irracional a lo “Schiller”, de un ejemplo más
de inestabilidad financiera a lo “Hyman Minsky”. Si las rentas salariales o los
flujos de remuneración del trabajo disminuyen, la deuda utilizada para
financiar el consumo puede presentar serios problemas de cara a su devolución.
En el caso extremo de desempleo estaríamos en realidad ante otro ejemplo más de
esquema Ponzi.
Desregulación financiera, ese material inflamable
En este contexto, la actual crisis económica sistémica fue
exacerbada por el uso de un nuevo material inflamable en manos incendiarias.
Nos referimos a los cambios estructurales que se producen en el sector
financiero a finales de los 90. Estos cambios son el resultado de la
combinación perversa de una variedad de eventos y de decisiones tomadas por
gobiernos y autoridades monetarias. Los grandes cambios estructurales incluyen
la desregulación -vía derogación de la Ley Glass-Steagall en 1999-; el aumento
de la concentración de la riqueza en bancos sistémicos, con el subsiguiente
problema implícito de riesgo moral “too big to fail”; el aumento brutal de la
deuda -histéresis del factor capital; la implementación del sistema bancario en
la sombra, y la tremenda innovación financiera -humo en su mayor parte-.
No se han solucionado ninguno de los males que nos han
llevado hasta aquí. Y el sistema va a reventar
Debido a la financiarización causada por la crisis de
rentabilidad, los capitalistas perdieron su interés por invertir en capital y
desarrollo, desviando los fondos a activos del sector financiero,
especulativos. Esta dinámica ponía más dinero en el centro financiero,
intrínsecamente inestable, dejando a la economía susceptible de experimentar
una crisis severa. Y es ahí donde nos encontramos ahora, ocho años después del
origen de la crisis. No se han solucionado ninguno de los males que nos han
llevado hasta aquí. Y el sistema va a reventar. Solo ansío que cuando ello se
produzca, se implementen las reformas necesarias para que no vuelva a ocurrir,
y que los actores políticos, económicos y académicos que lo generaron se jubilen
anticipadamente.
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