"Hay que ser socialistas
antes que marxistas". La frase de Felipe González en 1979 ha marcado el
camino del partido hasta la abstención aprobada por el último Comité Federal
Artículo de JAIRO VARGAS en
diario Publico de fecha 24/10/2016.
"No se puede tomar a Marx
como un todo absoluto, no se puede, compañeros. Hay que hacerlo críticamente,
hay que ser socialistas antes que marxistas". El "renovador"
Felipe González había entendido a la perfección el signo de los tiempos cuando
en mayo de 1979 proponía en el Congreso Extraordinario del PSOE abandonar los
postulados marxistas del partido para subirlo al tren de las formaciones
socialistas europeas. Lo que hoy se ha dado en llamar socialdemocracia y que
podría resumirse en un bajar los brazos ante el neoliberalismo y convertir la
doctrina socialista en una suerte de tratamiento paliativo hasta que el
enfermo, la clase trabajadora, muera tranquila en la cama de un hospital
privatizado.
Aquel Congreso supuso la derrota
de González, que dejó momentáneamente la Secretaría General en manos de una
gestora ─déjà vu─, pero sólo duró hasta septiembre. González sacudió la caspa
socialista de la chaqueta de pana de un partido llamado a ser uno de los
pilares de la nueva España que venía. Volvió al cargo en septiembre, tras otro
Congreso del PSOE, y puso el intermitente derecho para avisar al que venía
detrás de que el giro iba a comenzar.
Le hacía falta gobernar, y lo
logró en 1982. Le pusieron un año más tarde la X de los GAL pero entonces se
perdonaba el terrorismo de Estado si "la ETA" mataba a guardias
civiles y a concejales "como a gorriones", según la hemeroteca. Las
ruedas del coche socialista empezaron a chirriar a la altura del kilómetro
1986, cuando nueve millones de españoles votaron "sí" a la
permanencia de España en la OTAN.
"De entrada no" era el
eslogan con el que el PSOE defendía no ingresar en la Alianza Atlántica cuando
la UCD del franquista Calvo Sotelo metió al país en la Guerra Fría. Era el
caballo de batalla con el que el jinete González ganó las elecciones. Pero de
1981 hasta el referéndum, González dio uno de los mayores volantazos
ideológicos que se recuerdan en la democracia española. Cambió el discurso y la
postura del partido, buscó una pregunta tendenciosa y utilizó desde el Gobierno
todos los medios de propaganda que le brindaba el Estado para llevar el apoyo
de la opinión pública a la OTAN de un 18% al 56,85% que resultó en las urnas.
De las condiciones que puso a la permanencia nunca más se volvió a saber y
nunca se aplicaron.
Aquel viraje conllevó la dimisión
de su ministro de Exteriores y a una desbandada de cuadros socialistas que
tuvieron a bien conformar junto al PCE la Izquierda Unida de Gerardo Iglesias.
La O y la E de las siglas comenzaban a desprenderse del cartel de la calle
Ferraz, como bien recordó el cantautor Javier Krahe en su tema Cuervo Ingenuo,
que el Gobierno censuró en RTVE.
Pero no había tiempo que perder.
El liberalismo económico era el evangelio que Margareth Thatcher predicaba
desde Inglaterra y que el PSOE seguía al pie de la letra aunque de cara a la
galería vendiera la solidez del Estado del bienestar español. Llegó la
reconversión industrial y las violentas protestas de los trabajadores en buena
parte del norte del país. Pero España iba bien, que diría Aznar. La economía
crecía a un vertiginoso ritmo del 5% mientras González volvía a gobernar con
mayoría absoluta y más de un millón y medio de jóvenes engrosaban las listas
del paro. La careta funcionaba a la perfección, aunque la Policía disparase a
matar a los huelguistas en los astilleros, así que González volvió a tomar el
desvío de la derecha.
A los jóvenes de hoy les sonará
la maniobra que el PSOE bautizó como Plan de Empleo Juvenil y que abría la
puerta de la precariedad laboral. Era el primer contrato basura, el minijobs de
los años 90, destinado a jóvenes de entre 16 y 25 años, por el salario mínimo
interprofesional, una duración de entre seis y 18 meses y exenciones en las
cuotas de la seguridad social para los empresarios.
Aquello resultó en una de las
huelgas más memorables de la historia reciente del país, la de diciembre de
1988, y la ruptura definitiva entre el PSOE y su sindicato histórico, la UGT de
Nicolás Redondo, que un año antes había dejado su escaño en el Congreso por la
deriva liberal de González.
La O del cartel se había
desprendido totalmente, y aunque la movilización condenó al cajón el proyecto
de precariedad, González se guardaba en la manga la reforma laboral de 1994, en
la que se legalizaron las empresas de trabajo temporal (ETT). Era tan grande el
pastel salarial de entonces, debió de pensar el presidente, que unas cuantas
empresas tenían derecho a coger su parte de la nómina del trabajador. La O se
fue al contenedor de reciclaje y, en 1996, González deja la Presidencia en
manos del PP de Aznar. España debió de pensar que era más sencillo y menos
hipócrita votar directamente a la derecha.
Con lo de obrero fuera del cartel
y lo de socialista colgando del último anclaje, tras las turbulencias de la
guerra Almunia-Borrell, llegó el turno de José Luis Rodríguez Zapatero, casi
tan desconocido entonces como Pedro Sánchez cuando fue colocado por Susana Díaz
a los mandos de la nave. Fueron años de bonanza, de las becas de estudio, de la
ley del matrimonio homosexual y de los estertores de la burbuja del ladrillo.
Cuando pinchó, lejos de haber hecho algo por desinflarla sin drásticas
consecuencias, Zapatero entonó la palabra "desaceleración" económica
para tapar lo que al final se mostró como la mayor crisis económica desde el
crack del 29.
Lo que sigue es de sobra
conocido. El presidente más popular de la democracia siguió la estela de sus
socios europeos y aplicó los imperativos de los mercados financieros que la
Troika trasladaba a los parlamentos de los países en crisis. Portugal, Italia,
Grecia y, algo más tarde, Francia ─países gobernados por un partido con la
palabra "socialista" en el membrete─ aplicaron con dureza la pócima
neoliberal: abaratar despidos, cercenar derechos laborales, recorte del gasto
público en sanidad, educación, dependencia, pensiones... En definitiva,
empezaron a vaciar el cajón de aquellas áreas que, durante el último tercio del
siglo XX y lo que iba de XXI, les habían servido a los socialistas europeos
para justificar su nueva realidad socialdemócrata. Lo que les distinguía de la
derecha, el gasto social, saltaba por los aires en aras de cumplir los
objetivos de déficit que impone Alemania. El resultado es la actual crisis de
la socialdemocracia en toda Europa.
La reforma laboral de 2010 le
costó una huelga general a Zapatero. La advertencia era clara en las calles.
Más aún después del 15-M, que señaló la escasez de diferencias entre lo que
tuvieron a bien denominar partidos del régimen. La expresión PPSOE comenzó a ser
una constante que se vio más que justificada un fatídico agosto de 2011. Fue
cuando el gobierno ZP pactó con el PP la reforma del artículo 135 de la
Constitución Española.
Con el paro subiendo a una
velocidad similar a la que el PSOE encara la siguiente curva a la derecha, el
Estado y las Comunidades Autónomas debían priorizar el pago de la deuda pública
─entonces desorbitada y hoy aún mayor─ sobre cualquier otra cosa. La reforma
entró en vigor en septiembre de 2011 y sus peores efectos se apreciarán en 2020.
El PSOE perdió las siguientes
elecciones y ni siquiera fue capaz de remontar frente a un PP envuelto en mil y
un casos de corrupción. La irrupción de Podemos como respuesta al vacío
ideológico del PSOE amenazaba con un sorpasso que no llegó a producirse, con o
sin coalición con Izquierda Unida, al menos en escaños. La encrucijada de Pedro
Sánchez tenía, como las anteriores que enfrentó el PSOE, dos direcciones. Una a
la izquierda, con un Gobierno junto a Podemos, y otra matemáticamente sin
salida, por la derecha, de la mano de Ciudadanos.
Sánchez siguió el camino de
González y decidió firmar un "pacto reformista y de progreso" con
Ciudadanos. No obtuvo los votos necesarios en la investidura y culpó de ello a
Podemos. La factura en las urnas fue ligera en cuanto a pérdida de votos, pero
a Sánchez le costó la Secretaría General tras el golpe de mano de los barones
socialistas con la presidenta andaluza al timón. "Desconfíe de los que
tienen el pasado manchado de cal viva", le dijo Pablo Iglesias en la
primera votación. Se refería a González, miembro del consejo de administración
de Gas Natural. El mismo que, después de aconsejar a Sánchez el pacto con
Rivera, prefirió elogiar al segundo por pactar después con el PP que a Sánchez
por mantenerse firme en el "no es no" ante Rajoy.
Este domingo, el Comité Federal
del PSOE ha aprobado el último y quizás definitivo giro a la derecha. Los 85
diputados han recibido la orden del aparato del partido de abstenerse en
segunda votación de la investidura de Rajoy. Dejarán gobernar al PP aunque el
diario 'El País' prefiera decir que "desbloquea España y evita las
terceras elecciones". La temida gran coalición no ha tenido que
presentarse a las elecciones mientras los votantes del PSOE se preguntan para
qué ha servido su voto.
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