martes, 2 de julio de 2013

SEGUIMOS SIN QUERER VER. REFLEXIONEMOS



Las normas de Basilea permiten que cuando un banco invierte en deuda pública de un Estado insolvente, no tenga que provisionar; y cuando presta a una pyme creadora de puestos de trabajo, sí tenga que hacerlo. Se está distorsionando la financiación productiva creadora de empleo, fuente de riqueza e ingresos para el fisco, desviándola a la compra de deuda pública a un interés alto, que pagamos todos. Si a esto añadimos la ayuda de Bruselas para rescatar al sector financiero, con el aval y responsabilidad de todos, sólo estamos hundiendo al país en una mayor deuda sin esperanza de un retorno del dinero dilapidado.

Un auténtico disparate que sólo ayuda a enmascarar los problemas, pero no los resuelve. Este proceso de endeudamiento y empobrecimiento del país se produce en ausencia de un verdadero debate sobre hacia dónde va la economía real más allá del tópico y las generalidades: mayor competitividad y exportaciones, obviando que el resto de países, con problemas similares intentan hacer lo mismo. Mientras se pone el foco en la creación de nuevas empresas con políticas a favor del emprendimiento, les da vergüenza hablar de empresariado, sin duda necesarias, se deja morir a muchas que son viables.

España es hoy un páramo industrial, pasando de puntillas sobre la orientación de la política económica como si se tratara de un asunto menor. El Gobierno y principal oposición, inmersos en sus propios problemas, parecen complacidos, resignados con ese nuevo rol internacional que cumplirá nuestra economía a la supuesta salida de la crisis si nada lo remedia: un papel subsidiario de las grandes potencias. Un país especializado en suministrar mano de obra barata y productos de baja intensidad tecnológica a la Europa del norte.

Hace diez años, se consideraba a Alemania el enfermo de Europa. Su economía era incapaz de salir de la recesión, mientras que el resto del continente se recuperaba. Su tasa de paro era superior a la media de la eurozona; mantenía déficits excesivos, y su sistema financiero estaba en crisis. Una década después, se ve a Alemania como un modelo que todos deberían imitar.

Olvidándonos de la ventajosa situación que le ha proporcionado la introducción del euro, a pesar de la idea tergiversada que intentan trasladar vendiéndonos los contrario, olvidándonos del coste privilegiado de su deuda con un diferencial abrumador que favorece a sus empresas, debido a su cerrada posición y ocultación de la realidad de sus inversiones financieras, que les hace parecer refugio seguro, debemos aprender y sacar conclusiones, que siempre ha contado con un aparato productivo muy potente volcado a las exportaciones y fuertemente imbricado en el sistema educativo,  lo que le ha permitido aprovechar el despegue de los países emergentes. La vinculación entre la industria y el sistema educativo ha sido trascendental para sostener la economía germana.

España, por contrario, fracasa en intensidad en el uso del conocimiento,  continúa confiando su crecimiento en los sectores con menor valor añadido: construcción, hostelería, agricultura, ganadería, pesca o actividades inmobiliarias, que apenas representan el 40% del valor añadido total.

No se contrata porque no se produce, no se produce porque no se vende, no se vende porque muchos no pueden y quien puede, por miedo, no quiere gastar. La deuda privada en sectores altamente apalancados, como es el sector bancario financiero, no puede continuar siendo asumida por todos, con la manida excusa de mal menor y debe afrontarse con total crudeza, con criterios puramente empresariales, aunque sufran sus acreedores, para que puedan sobrevivir las compañías que hoy padecen el racionamiento del crédito y que siguen cayendo a medida que la recesión se alarga.

España sigue a la cola, en el ranking de patentes a nivel mundial, entre las naciones avanzadas, sólo por delante de países como Eslovaquia, Grecia o Portugal, lo que da idea de que algo no se ha hecho bien.

La economía del conocimiento y las patentes son, en realidad, las dos caras de una misma moneda que pueden evitar el mayor peligro que existe actualmente en Europa: la divergencia entre economías que comparten una misma divisa y que no aprovechan las externalidades debido a una especialización productiva absurda. Unos producen mientras que otros compran sus productos creando burbujas artificiales de dinero que periódicamente explotan.

Esa Europa es inviable. No es posible que coexistan en la región enormes diferencias sociales y económicas. Media docena de países disfrutan ahora, por ejemplo, de un desempleo inferior al 7%, mientras que otra media docena sufre un paro superior al 14%, con Grecia y España por encima del 26%.

Las pymes españolas pagan, de media, en las pocas ocasiones que lo consiguen, por financiarse 300 puntos básicos más que las alemanas. Hace un año, el diferencial se situaba en 138 puntos básicos. Y en noviembre de 2010 era cero. Es decir, que pese a la moneda única y la unión monetaria, financiarse, no solo es cada vez más caro, si no que además se hace de forma arbitraria y en desventaja con otros países de la misma unión.

La recomendación a los países con más desempleo, deprimir los salarios para ser más competitivos, es un grave error estratégico. La solución pasa por construir economías homogéneas y no basadas en una división artificial parecida a lo que un día se llamó norte-sur. Para evitar esa catástrofe no hay más remedio que poner la economía al servicio de las personas, y no al revés. Europa no puede ser un casino comunitario, con ruleta trucada.

Ninguna crisis de deuda se ha resuelto sin una quita por parte de los acreedores, salvo que se pretenda asfixiar a los países, con todas las consecuencias que eso conlleva (el PIB de Grecia se ha contraído ya un 20%). Una recesión prolongada, y sin visos de solución, está llevándose por delante buena parte del tejido productivo de muchos países, como de hecho puede apreciarse ya en España. Cerrar una empresa es mucho más costoso que abrir una nueva.

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