Artículo de Cándido Marquesán Millán | Profesor de Secundaria, publicado en nuevatribuna.es con fecha 08 Julio 2013.
Una de las cuestiones que me preocupa profundamente es el
que se haya extendido como un tsunami la idea de que las políticas económicas puestas en marcha por el
gobierno de Rajoy son inevitables, al ser las únicas
posibles. Si alguien tiene la osadía de cuestionarlas puede verse
sometido a furibundos ataques desde los grandes medios de comunicación
tanto públicos como privados, en
perfecta connivencia con los poderes económicos dominantes, a los que se prostituyen los poderes políticos. Ese es el gran triunfo del neoliberalismo, el haber
negado cualquier posibilidad de alternativa. Obviamente un sistema político sin alternativa no es una democracia, ya que esta
presupone la negación del pensamiento único.
Pero naturalmente que hay alternativas. Se puede
combatir el déficit público en lugar de por la vía
de la reducción del gasto por la del
incremento de los ingresos, combatiendo el fraude fiscal- para conocer su
importancia es muy pertinente la lectura del libro de Roberto Velasco Las
cloacas de la economía- o haciendo una reforma fiscal para que contribuya
el capital en el mismo porcentaje que el trabajo-al respecto nos acaba de
anunciar nuestra vicepresidenta del Gobierno que un Comité de sabios tendrá para el próximo febrero preparada una. Esperemos que no sea su
composición como el Comité de “Expertos” que elaboraron el Informe sobre la reforma de las
pensiones públicas. En lugar de reducir el
gasto social, se puede reducir el gasto militar. En septiembre de 2012, se
aprobó un Real Decreto para aprobar
un crédito extraordinario de 1782
millones y así hacer frente a unos
compromisos de gastos militares. En unos momentos que se estaban haciendo
brutales recortes sociales y que el presidente del Gobierno, y el ministro de Hacienda nos decían que no había dinero, y lo decían así, con toda claridad: no había
dinero. No había dinero para nada; no había dinero para sanidad, no había
dinero para educación, no había dinero para dependencia, no había dinero para políticas activas de empleo, no
había dinero para políticas de infraestructuras, pero sí había dinero para el presupuesto
de Defensa aumentando un 30%, disparando, nunca mejor dicho, ese
presupuesto sin ningún precedente, para eso sí que había dinero.
En lugar de las
actuales políticas de austeridad -que según un estudio del FMI sobre 173 casos de austeridad fiscal
registrados en los países avanzados entre 1978 y
2009 confirmaba que las consecuencias fueron mayoritariamente negativas:
contracción económica y aumento del paro- existe una opción por las de
crecimiento. Podríamos poner otros ejemplos. Por
ello, me sorprende que la sociedad acepte sumisa las políticas dominantes. Mas todo tiene una explicación. Desde arriba a la gran mayoría la han inoculado unas dosis inmensas de miedo, lo que
desactiva cualquier espíritu crítico y
reivindicativo. Es un miedo aterrador, propiciado por el bombardeo de
continuos mensajes en los medios de comunicación.
"Rajoy: "Lo que viene es muy difícil". "Estamos en el
27% de parados”". "La Seguridad
Social ha tenido que hacer uso del fondo de reserva para poder hacer frente a
la paga extra de los pensionistas". “Hay que modificar el sistema
de pensiones públicas, de lo contrario hará crack”. "El miedo regresa a los
mercados". Así se entiende que todos estemos
atemorizados por nuestro futuro, cada vez más
negro. Se esfuman todas las certezas, ya no tenemos garantía de nada, todo supone precariedad y desasosiego.
Bauman
habla de sociedad líquida, la sociedad contemporánea es aquella en la que nada permanece; todo es precario,
vacilante e incierto. Hay un temor generalizado: los que tienen un trabajo a
perderlo y a no tener garantizada una pensión
en el futuro; los parados a no tenerlo nunca; y los que quieren tenerlo tienen que aceptar cualquier condición impuesta por el empresario-hoy a nadie que vaya a una
entrevista de trabajo le pasa por la cabeza el preguntar cuánto va a cobrar-, los jubilados a no poder mantener el
nivel adquisitivo de sus pensiones; y todos a la perdida de las prestaciones
del Estado de bienestar. Ya no existe confianza en el Estado para protegernos de
los ataques implacables de un mercado desbocado, ni tampoco en los partidos políticos ni en los sindicatos.
Además nos han impuesto y lo hemos interiorizado un sentimiento
de culpabilidad, como si fuéramos los únicos responsables de la crisis actual. Esto nos pasa por
"haber vivido por encima de nuestras posibilidades". Nosotros somos
los culpables: el parado por no buscar trabajo o no aceptar un salario de
miseria, el desahuciado de su vivienda por haber suscrito una costosa hipoteca.
Somos los culpables, y tenemos que pagar por ello. Tenemos que hacer penitencia
por nuestros pecados. Y así cualquier medida que nos
impongan por dura que sea, se acepta con el argumento “todavía podía haber sido peor”. También nos han generado y hemos asumido la insolidaridad y un
egoísmo individualista, del
"sálvese quien pueda",
viendo en los otros a unos peligrosos rivales que nos pueden perjudicar nuestro
nivel de vida. El que trabaja en la empresa privada se alegra de la reducción del sueldo o del despido de los empleados públicos; los que trabajan o los pensionistas se quejan del
subsidio de desempleo para los parados; estos ven como rivales a los
emigrantes. La construcción de un enemigo exterior nos
impide ver que los intereses de unos y otros, de los inmigrantes, de los
trabajadores, de los parados y de los pensionistas son comunes y así no surge una conciencia de solidaridad entre ellos. Por
ende, se ha desactivado cualquier conato de lucha o de reivindicación para mantener nuestra situación, a mejorarla hace tiempo que hemos renunciado.
Mientras el miedo lo tengamos los de abajo, los de arriba
están tranquilos. Lo ha dicho muy
bien el gran maestro de historiadores
Josep Fontana, en su reciente libro El
Futuro en país extraño. Una reflexión sobre la crisis social de
comienzos del siglo XXI “, aunque ya lo dijo en 1994 en
otro libro suyo Europa ante el espejo “Desde 1789 hasta el
hundimiento del sistema soviético las clases dominantes
europeas convivieron con unos fantasmas que atormentaban su sueño: jacobinos, carbonarios, anarquistas, bolcheviques…, revolucionarios capaces de ponerse al frente de las masas
para destruir el orden social vigente. Este miedo, infundado o no, estaba ahí, les obligó a hacer concesiones que en la
actualidad, como no hay ninguna amenaza que les inquiete- todo lo que puede
ocurrir son pequeñas escaramuzas fáciles de controlar- no tienen que mantener”. Esto es tan claro como el agua cristalina.
El Estado de
bienestar instaurado en buena parte de Europa occidental tras la II Guerra
Mundial, se explica por el temor a una revolución
social, en el Este estaba “el modelo comunista”, y en el oeste, los partidos comunistas de Francia o
Italia, eran cada vez más potentes. Hoy la clase
dominante no tiene ningún fantasma que la inquiete.
Por ello no hay necesidad de hacer concesiones. De esta minoría que se enriquece cada vez más
a costa del empobrecimiento de muchos otros, no cabe esperar nada para una
mejora del conjunto de la sociedad. Y es así
porque como pronosticó ya en 1996 Christopher Lasch
en su libro La rebelión de las élites y la traición a la democracia, los grupos
privilegiados del ámbito político y financiero, han decidido liberarse y despreocuparse
de la suerte de la mayoría y dan por finalizado
unilateralmente el contrato social suscrito tras la II Guerra Mundial que les
unía como ciudadanos, aunque no
lo hicieron por sentido de solidaridad, sino por miedo a la rebelión de los trabajadores.
Hoy las élites han perdido la fe en los valores, mientras que las
mayorías han perdido interés en la revolución. Hoy aquellas andan
crecidas, nada más hay que oír a empresarios que todavía
hablan de flexibilizar más las relaciones laborales.
Casi dos millones de trabajadores se van a quedar sin convenio, por lo que
quedarán a los pies de los caballos
de los empresarios. Y todavía quieren más. En la misma línea acaba de decirlo Rafael Poch “De momento es obvio que la
oligarquía se ríe de la calle. Su goleada es total. Le basta y sobra con la
guardia urbana. Por eso sus trucos y discursos se repiten con una desvergüenza insultante. Y esa desvergüenza dice mucho de lo sobrada que va. En España un “comité de sabios” dictamina sobre las vías para reducir las prestaciones de las pensiones. Su
desvergüenza se asienta sobre la
pasividad de la mayoría que consiente y no ejerce su
legítimo derecho a desobedecer al
robo”. Me sorprende la escasa
preocupación que por esta cuestión muestran las encuestas de opinión y la pasividad de las asociaciones de jubilados.
Esta es la situación. Han sido extraordinariamente hábiles los que han diseñado esta estrategia. Mas
debemos tener claro que, como la voracidad de esas élites es insaciable, lo peor aún estar por llegar. No caben ante esta situación anteriormente descrita mas que 2 opciones: o la sumisión o la rebelión. Personalmente me inclino
por la segunda, lo que hace imprescindible, aunque también es difícil, eliminar el miedo desmovilizador, recuperar
la capacidad crítica y el sentido de
solidaridad perdidos en estos momentos. Soy bastante escéptico que puedan liderar esta ingente tarea los actuales
partidos políticos, más preocupados por los réditos
electorales que de los problemas de los ciudadanos. De ahí su gran descrédito entre la ciudadanía.
Entiendo que la intelectualidad tiene un papel muy
importante, y dentro de ella la vinculada a la disciplina de la historia. La
Historia es una llamada a la acción, para despertar las
conciencias, tal y como la entiende Josep Fontana.: "Desde 1945 a esta
parte, la historiografía se ha dedicado a convencer a
la gente de que todo intento de cambiar las reglas sociales conduce al
desastre, lo cual es una lección de resignación incomparable”. Pero eso no es lo que la
historia debe hacer, en algún momento debe mover hacia el
cambio”. Y por supuesto, la sociedad
tiene que salir de este sopor, tiene que organizarse, tiene que rebelarse a
nivel civil y sindical para evitar esta regresión
que nos retrotrae a los años 30 del siglo pasado. Tiene
que hacerlo si le queda algún vestigio de dignidad. ¡Qué menos que dejar a las
generaciones futuras los mismos derechos que nos legaron las que nos
precedieron! En nuestras manos está.
Está claro,esta es la situación actual en este país.Pero esta rebelión de la que el autor habla sin duda llegará.Cuando las calles estén llenas de mendigos y la gente en general no tenga ya nada que perder,serán los desahuciados quienes quieran luchar.Y se cuestionará toda autoridad.Recuerdo una vieja arenga de los anarquistas de la FAI a los campesinos hambrientos al comienzo de la Guerra Civil en 1936 decían:"teneis dos opciones,la primera es seguir como hasta ahora y directamente moriros de hambre.La segunda es tomar las armas que os ofrecemos,asaltar la casa del amo,sus graneros y almacenes.Podeis morir en el intento,pero si lo conseguis dejareis de pasar hambre."Creo que está muy claro a dónde nos va a llevar la situación actual,sólo será cuestión de esperar un poco.
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