Publicado
en el blog de Juan Torres López con fecha 15 julio 2013
La reacción de las autoridades europeas
y del gobierno español contra el decreto de la
Junta de Andalucía que pretende limitar el
drama social de los desahucios es una de las más
miserables y vergonzosas que hemos vivido a lo largo de la crisis. Y eso que
hay muchas de este tipo para elegir.
A mi juicio es una reacción
miserable y vergonzosa de Europa y del Gobierno de Rajoy justo porque llevan
razón en lo que dicen.
¡Claro que ese decreto amenaza
a la banca y supone un peligro para la inversión
inmobiliaria que predomina hoy día!
Es evidente que -en la situación actual de la banca- si de un día para otro se generalizase la dación de pago o se permitiese que las personas más humildes que han perdido su puesto de trabajo y sus
ingresos no tuvieran que hacer frente a sus deudas bancarias en las condiciones
pactadas, los balances bancarios se resentirían
y que incluso podría provocarse un auténtico caos en el sector.
Tampoco hace falta ser un gran experto en negocios
inmobiliarios para entender que la inversión cortoplacista que mueve el
dinero buscando simplemente ganancias especulativas se sentiría igualmente amenazada si se obliga a que los derechos de
propiedad que lleva consigo respeten una función
social de elemental satisfacción humana. Por supuesto que
todo es así y que las autoridades que
combaten el decreto tratando de que el Tribunal Constitucional lo anule llevan
toda la razón: es una amenaza. Pero lo que
ocurre es que ese no es el verdadero problema que se debe resolver.
El decreto de la Junta de Andalucía es una amenaza para la banca porque la actividad que ésta lleva a cabo últimamente es materialmente
incompatible con la justicia más básica, con la función económica de financiación a empresas y consumidores
que se supone debe desempeñar y con el equilibrio económico elemental que se debe guardar en toda sociedad para
que el conflicto no estalle y todo se venga abajo.
Es verdad, como digo, que tratar en estos momentos de
evitar que las familias pierdan sus viviendas porque dejan de pagar unos
cuantos cientos de euros al mes a los bancos es una amenaza para estos. Pero si
eso es así no es porque la pretensión del decreto sea desmesurada sino porque la banca se ha
situado por decisión propia, buscando niveles de
beneficio desorbitados a través de una multiplicación compulsiva y artificial de la deuda, en una situación de mínimos en cuanto a solvencia y
seguridad. Porque ha querido situarse durante demasiado tiempo en el filo de la
navaja para obtener ganancias y poder extraordinarios a costa de su propio
equilibrio financiero y patrimonial y de la estabilidad de todos y del sistema
económico en su conjunto.
La cuestión, pues, no puede consistir en
limitarse a constatar, como hacen los dirigentes europeos y los del Partido
Popular español que trabajan para la banca,
que frenar los desahucios tan injustos que se vienen produciendo es una
amenaza. Lo que hay que hacer es determinar por qué la justicia amenaza a la banca y por qué ésta es incompatible con una
reivindicación ciudadana tan ampliamente
apoyada.
Por el contrario, imponer unilateralmente el principio de
que el interés de los banqueros ha de
prevalecer sobre la justicia y las preferencias sociales mayoritarias no solo
es dictatorial sino algo muy perjudicial para la vida de las empresas y del
conjunto de la economía.
Las consecuencias de que los bancos actúen con plena libertad, sin apenas restricción legal o moral alguna, ya las estamos viendo: no solo
llevan a situaciones límites a las personas físicas y a las empresas sino que paralizan a las economías porque dedican los recursos a la especulación y a lograr tasas desproporcionadas de beneficio que, para
colmo, conllevan un poder político excesivo que tiende a
desmantelar las democracias. La banca actual, cuya actividad principal consiste
en alimentar la inversión especulativa recurriendo
para ello a todo tipo de fraudes, a los paraísos
fiscales y a la utilización opaca y delictiva del dinero,
es el principal obstáculo para salir de las crisis
permanentes y para generar empleo y estabilidad económica. Esa es la verdadera amenaza que hay que evitar.
Por eso, cuando se detecta que un decreto justo,
ampliamente deseado por la población (ni siquiera el grupo
parlamentario del Partido Popular votó en su contra en el Parlamento
andaluz) y que resuelve un grave problema social, amenaza a la actividad
bancaria lo que hay que hacer es conseguir que la banca sea compatible con él y no al revés. Es decir, corregir los
defectos en la actividad de la banca y no obligar a la sociedad a tener que
sufrirlos.
La banca de nuestros días es la que ha provocado las
crisis financieras en las que nos encontramos. Es la culpable de que miles de
empresas cierren y de que tantas familias pierdan injustamente sus viviendas.
Ella misma es la responsable de que los bancos estén quebrados, de que sean auténticos
zombis que no hacen nada más que absorber sin descanso
miles de millones de euros que entonces no pueden destinarse a crear empleo y
bienestar social. Y todo eso lo ha provocado sin necesidad. O mejor dicho,
porque gracias al poder político acumulado por los
banqueros se ha conseguido convertir en sacrosanta necesidad social lo que
simplemente es el interés particular de unos pocos.
Eso es lo que hace que el decreto de la Junta de Andalucía sea una amenaza y, por tanto, la respuesta no puede ser
paralizar su aplicación para dejar tranquila a una
banca que no funciona y cuya actividad irresponsable paraliza la economía y cada día nos cuesta más dinero.
Si la banca española estuviera funcionando
bien, si se dedicase a financiar a las empresas y consumidores ayudando a crear
empleos, si estuviera actuando al servicio de la creación de riqueza sostenible, entonces quizá alguien podría criticar que un decreto
fuese excesivamente socializante (que ni siquiera lo es) o que una sensibilidad
social exagerada del gobierno andaluz pusiera en peligro ese funcionamiento.
Pero lo que sucede es justamente lo contrario: lo que se busca con este decreto
es que la banca cumpla con su función económica y social genuina y que sirva para que la economía funcione como un sistema de satisfacción de las necesidades humanas y no como un cataclismo
constante en aras de beneficiar a una proporción
ínfima de la población.
Yo sé que se trata de una expresión fuerte, desacostumbrada y que hace que algunos me
califiquen de radical o exagerado. Pero es que creo firmemente que lo que
sucede es que la banca, además de actuar de forma
claramente anti social, anti empresarial y anti económica, se ha convertido en una actividad criminal porque
atenta ya contra el bienestar, el patrimonio, la seguridad e incluso la vida
misma de millones de personas, de la inmensa mayoría de los seres humanos. Solo eso puede explicar que se
sienta amenazada por medidas como las que trata de poner en marcha la Junta de
Andalucía. Por tanto, lo que hay que
corregir es la naturaleza de su negocio, y no los intentos de paliar el daño que hacen los banqueros.
Finalmente no quiero terminar este artículo sin mencionar que el Tribunal Constitucional deberá pronunciarse próximamente sobre el decreto
puesto que éste ha sido recurrido por el
gobierno central.
Conociendo cómo se ha elegido a sus
miembros y cuáles son su militancia y servidumbres
no tengo muchas dudas sobre el veredicto. Quisiera equivocarme, pero me atrevería a aventurar que estamos a la puerta de otro escándalo vergonzoso que supeditará la justicia y la voluntad social a las imposiciones de los
banqueros. Hay que esperar a su sentencia pero si finalmente el Constitucional
sacrifica el decreto, es decir, si supedita la justicia social al beneficio
bancario, tal y como ha pedido la Troika, no quedarán más dudas de que la corrupción se ha adueñado de todas las instituciones
y de que es imposible convivir con este régimen institucional y con el
sistema financiero que tenemos, en manos de auténticos
irresponsables.
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