Por Alberto
del Pozo Sen, Borja Suárez Corujo y Antonio González González. Publicado en
nuevatribuna.es con
fecha 1 julio 2013
Tiempo habrá en las próximas semanas para analizar con
detalle la propuesta del Comité de expertos sobre el factor de sostenibilidad
del sistema público de pensiones, su contenido y sus implicaciones. Pero se
hace necesario ya al menos dar una respuesta clara a las tres preguntas que los
propios expertos plantean en un ejercicio de retórica, más que de pedagogía, en
las últimas páginas de su Informe.
¿Es necesario ahora el factor de
sostenibilidad? La propuesta
de los “expertos” –de los once que la asumen, habría que matizar siempre– parte
de la premisa de que la introducción de un mecanismo de ajuste automático de
las pensiones es necesaria y urgente para garantizar la sostenibilidad del
sistema que, en otro caso, se vería amenazada ya en el corto plazo. Sin
embargo, llama poderosamente la atención que precisamente un grupo selecto de
expertos no explique –más allá de la manida e insuficiente referencia al
envejecimiento de la población– ni aporte dato alguno acerca de las razones de
esa urgencia. Máxime cuando el gasto actual en pensiones de jubilación en
España es muy inferior al de la mayoría de países de la UE. Y cuando las
proyecciones demográficas, económicas y de gasto a largo plazo del propio
Gobierno español y de la Comisión Europea (2012 Ageing
Report y Pension Adecuacy Report 2010-2050), que acreditan la sostenibilidad
de las pensiones públicas, no han sido puestas por ellos en cuestión.
Establecer por anticipado un mecanismo de adaptación
ante posibles desequilibrios del sistema de pensiones derivados de factores
demográficos más intensos de lo esperado puede ser una medida razonable. De
hecho, la reforma consensuada de 2011 –esa que sorprendentemente los “expertos”
ignoran por completo– así lo contemplaba. Pero lo hacía en términos bien
distintos a la propuesta de esta Comisión de expertos, pues sólo comenzaría a
aplicarse en 2032, una fecha que no es caprichosa sino que coincide con el
momento en el que se sabe que se intensificará el gasto en pensiones por la
jubilación de la generación del “baby boom”.
Por todo ello, introducir ahora el factor de sostenibilidad
de forma precipitada no sólo resulta innecesario, sino que, al hacerlo sin
aportar argumentos que lo justifiquen, pone de relieve una estrategia de
utilización de la coyuntura de crisis como coartada para el recorte de los
derechos.
¿Es adecuado? Si de lo que se trata es de salvaguardar el sistema
público de pensiones que hoy conocemos, el factor de sostenibilidad propuesto
no es adecuado. Porque la doble fórmula planteada garantiza la pervivencia de
un sistema público de pensiones, sí, pero de uno muy limitado respecto de los
parámetros actuales, que no satisfaría el requisito de suficiencia y adecuación
de rentas. Vayamos por partes.
En virtud del Factor de Revalorización
Anual (FRA), se sustituye el mecanismo de actualización automática
conforme al incremento del IPC por una nueva previsión que condiciona la
revalorización de las pensiones a la situación financiera del sistema de
pensiones. El crecimiento de su cuantía se hace depender de una favorable
evolución del crecimiento de los ingresos, del número de pensiones, de la
cuantía media y del equilibrio entre ingresos y gastos del sistema. Dos grandes
objeciones cabe hacer a esta nueva definición del mecanismo actualización.
Primero, detrás de una apariencia técnica, objetiva,
se esconde un planteamiento tramposo, en la medida en que hoy se sabe que en
las próximas décadas dos de las variables que integran esa fórmula –el número
de pensiones y la cuantía media– van a crecer necesariamente por la jubilación
de los “baby boomers” y el efecto sustitución, lastrando así la posible
revalorización hasta el punto de que sólo un aumento espectacular de los
ingresos podría compensar los otros dos y garantizar lo que hasta ahora era un
derecho de los pensionistas: que sus pensiones no perdieran poder adquisitivo.
Segundo, el FRA, así definido, devalúa el derecho a la revalorización de las
pensiones vulnerando el artículo 50 de nuestra Constitución en el que se
garantiza a los ciudadanos durante la tercera edad la “… suficiencia
económica…” a través de “… pensiones adecuadas y periódicamente actualizadas”.
Es decir que –mal que les pese a los “expertos”– los poderes públicos tienen el
deber constitucional de proveer los recursos necesarios para garantizar la
revalorización, algo que resulta incompatible con una fórmula que pretende
abocar a todos los pensionistas, actuales y futuros, a una pérdida constante de
poder adquisitivo.
Por su parte, el Factor de Equidad
Intergeneracional (FEI) supone aplicar un descuento en la cuantía inicial
de la pensión en función de la evolución de la esperanza de vida. Con ello se
trata de mantener el equilibrio entre el tiempo de vida activa y el que se pasa
como pensionista. Este objetivo, también en principio razonable, es de nuevo
coincidente con la línea seguida por la reforma de 2011. Sin embargo, frente a
la más prudente solución de entonces basada en un mayor esfuerzo contributivo,
ahora se plantea una fórmula mucho más drástica y con un importantísimo impacto
social. Porque se establece una corrección automática –a la baja por el
alargamiento de la esperanza de vida– que desprecia el previsible incremento
del nivel de riqueza de la sociedad en su conjunto. Quiere ello decir que los
“expertos” desatienden flagrantemente una cuestión fundamental como es la
equidad, pues difícilmente puede explicarse que una sociedad más rica, como
será la española dentro de veinte años, esté abocada a pagar pensiones cada vez
más modestas a sus jubilados marginándolos del progreso económico colectivo.
¿Es aceptable? Sorprende que el Informe de los “expertos” no ofrezca
ninguna descripción de la realidad actual de nuestro sistema público de
pensiones. A juzgar por la determinación con la que plantea una reducción
importante de la cuantía de las pensiones actuales y futuras, cabe deducir que
consideran que nuestras pensiones actuales son excesivamente generosas. Pero lo
cierto es que no es así, ya que la pensión media apenas alcanza los 820 euros
mensuales y más del 50% de todas las pensiones no llega a la cuantía
correspondiente al salario mínimo interprofesional.
Por eso entendemos que condenar a los ciudadanos a
unas pensiones menguantes en una sociedad que, una vez superada la crisis,
recupere su capacidad de crecimiento, es una contradicción muy difícil de
salvar sin tener presente la existencia de poderosísimos intereses financieros.
Porque lo que la propuesta esconde –de manera consciente– detrás de fórmulas
matemáticas es un cambio de modelo de Seguridad Social en el que la limitación
de las pensiones públicas libera un amplio espacio a las pensiones privadas.
Tal planteamiento podrá ser legítimo; pero lo exigible, en todo caso, es que se
hable claro a los ciudadanos y se explique de forma meridiana quién pierde y
quién gana con este cambio: perdería la mayoría que al llegar a la jubilación
no posee más que un patrimonio social, la pensión pública, pues el recorte de
su cuantía incrementaría el riesgo de pobreza y de desigualdad; ganaría el
poder financiero que vería promocionado el acceso a un lucrativo negocio.
Desde nuestro punto de vista, este nuevo diseño del
modelo de pensiones degrada el Estado de Bienestar que hemos construido en los
últimos treinta y cinco años. Representa, en otras palabras, una ruptura del
núcleo esencial del pacto social sobre el que se sustenta nuestro sistema democrático,
y por ello resulta inadmisible.
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