ENTREVISTA
PUBLICADA EN EL PAIS 5 febrero 2013.
John Ralston Saúl: “No hay
razón para salvar a los bancos”
Anticipó la crisis y
el colapso del modelo económico
Este escritor y
ensayista canadiense propone rescatar a los ciudadanos desahuciados antes que a
los bancos y pasar página respecto a la deuda para prosperar.
La
persecución del Santo Grial del crecimiento es un error; la economía se ha convertido
en asunto de ficción; el dinero ya no representa nada real; hay que
reconsiderar qué es una deuda y qué papel deben desempeñar los bancos en un
nuevo mundo. Estas son algunas de las ideas que vertebran el pensamiento de John Ralston Saúl,
escritor, ensayista y filósofo canadiense al que la revista Time calificó de
“profeta”.
Por alternativo que pueda resultar su discurso,
Ralston está lejos de ser, a sus 64 años, un perro flauta. Alto, delgado
y de elegantes andares, acompaña su aspecto de dandi con un discurso sin paños
calientes. No reniega del capitalismo; de hecho, reivindica a uno de los
referentes del liberalismo, Adam Smith. Pero propone medidas como
que se rescate a los ciudadanos desahuciados o sepultados por una hipoteca en
vez de salvar a unos bancos que solo conseguirán que la espiral de la deuda
siga creciendo.
Una cita poderosa encabeza su último libro, El colapso de la
globalización y la reinvención de mundo: “Todavía no
entiendo del todo por qué ocurrió. Alan Greenspan, 23 de octubre de 2008”. La
frase del ex director de la Reserva Federal estadounidense da la medida del
desconcierto que ha creado la crisis, incluso entre aquellos que la incubaron.
Y a ese desconcierto es a lo que se viene enfrentando en los últimos años este
pensador canadiense que nada a contracorriente.
PREGUNTA: Estamos inmersos en un periodo negro de la economía,
y no parece que las cosas mejoren sustancialmente, ni en el mundo, ni en
España, ni…
RESPUESTA: Existe una nueva religión absoluta del crecimiento,
el comercio, la santidad de la deuda y de los contratos comerciales, con la que
intentan hacernos creer lo inteligentes que son los políticos y lo estúpidos
que somos los demás. Da igual lo mala que sea la situación actual, ellos siguen
aplicando las mismas recetas, haciendo lo mismo. Eso es lo que se está haciendo
en España y en todas partes. El sistema avanza en la misma dirección. Los
problemas que hay se están agravando. Nadie reconoce cuál es el auténtico
problema. El crecimiento no nos va a sacar de donde estamos; la austeridad,
tampoco. Veremos cómo resisten todo esto las democracias. Están poniendo la
democracia en peligro.
Ralston es un hombre de discurso ágil y fluido, sin
pelos en la lengua. Nos encontramos con él en el restaurante de un céntrico
hotel de Barcelona. La revista norteamericana de pensamiento alternativo Utne Reader le situó entre los 100
pensadores y visionarios más importantes del mundo. Autor de 16 libros (entre
ellos, el ensayo filosófico Los bastardos de Voltaire. La dictadura de la
razón en Occidente) y de cinco novelas que han sido traducidos a 22
idiomas, Ralston Saúl es además el presidente del PEN
International, asociación de escritores que data de 1921 y lucha por
la libertad de expresión en todo el mundo.
En 2005, tres años antes de que se desencadenase la
crisis, publicó el libro El colapso de la globalización y la reinvención de
mundo, del que lleva vendidas 400.000 copias, según los datos que facilita
su editorial, RBA. En él analizaba el fracaso de los criterios que guían el
sistema de relaciones económicas y financieras entre países, explicaba la
crisis de un modelo y anticipaba un colapso. En 2009, a la vista de que algunas
de sus predicciones se habían cumplido, reeditó con añadidos un libro que llega
ahora en su versión española, con un prólogo que aborda cuestiones como el
rescate de Bankia.
P: En el libro sostiene usted que el dinero no es real y que nos hemos
convertido en sus esclavos. Habla de que vivimos en una economía ficticia. Y
dice que en los años setenta el comercio era seis veces el valor de los bienes
y que en 1995 era 50 veces más. ¿Cuántas veces más lo es ahora?
R: Nadie lo sabe, pero debe de estar alrededor de 150. Lo más vergonzoso es
que los números no están disponibles, o al menos yo no he podido encontrarlos.
P: ¿Y eso qué significa?
R: La ironía es que la globalización ha conducido a lo opuesto de lo que
prometía. Prometió competencia, y ha causado el regreso a los oligopolios;
prometió renovación del capitalismo, y ha supuesto la vuelta al mercantilismo;
prometió el final del nacionalismo feo [sostiene que también hay un
nacionalismo positivo], y ha traído la era más nacionalista desde el final de
la Segunda Guerra Mundial. Prometió crecimiento, no tenemos crecimiento;
prometió empleo, no tenemos empleo… y así se puede seguir con la lista. Nada de
lo prometido ha ocurrido. Dijeron que con el keynesianismo se imprimía mucho
dinero; que había que controlar el dinero en circulación y que eso haría
funcionar la economía. El hecho es que todo este periodo ha llevado a la mayor
expansión en la cantidad de dinero en la historia del mundo, hemos visto
cientos de ejemplos de nuevos tipos de dinero: las tarjetas de crédito, los
bonos basura, los derivados… Todo eso es imprimir dinero, pura inflación de la
cantidad de dinero. El argumento capitalista era que el dinero era lo que
engrasaba la maquinaria. Pero llegado un momento dijeron: el dinero es real, por
eso es bueno tener a gente trabajando en el sector financiero. ¿Las fusiones y
grandes adquisiciones de empresas?: eso es imprimir dinero. Cada vez que una
compañía compra otra y se endeuda en, digamos, 700.000 dólares, eso quiere
decir que se acaban de imprimir 700.000 dólares, acaban de crear 700.000 dólares
que antes no existían. Nunca tuvimos tanto dinero circulando en el mundo y tan
mal repartido. Y por eso cuando ocurre la crisis, la gente que es parte de esa
lunática inflación dice: hay que salvar a los bancos.
P: ¿Y no hay que rescatar a los bancos?
R: No hay razón para salvar a los bancos, no necesitamos tanto dinero. Lo
razonable habría sido aprovechar la oportunidad para limpiar el desorden. No
hay más que tomar el ejemplo español de Bankia. Una buena política habría sido,
por ejemplo, que el Gobierno anunciase que pagaría todas las hipotecas hasta
una cantidad determinada, pongamos 300.000 euros. Das el dinero a la gente que
está en su casa y que tiene una hipoteca, y de hecho salvas a los bancos: es el
ciudadano el que da el dinero a los bancos al cancelar su hipoteca. De pronto,
la gente ya no tiene deudas y puede gastar lo que gana. Así es como se crea una
clase propietaria y además se relanza la economía. Es tan simple.
P: ¿Y eso es posible?
R: Por supuesto. Para mí la pregunta es: ¿es posible que demos todo ese
dinero a los bancos, que fueron los que crearon el problema, para que no se
gasten ese dinero y para que continúen auto concediéndose enormes bonus?
¿Es eso posible? ¿Es eso legal? ¡Vamos, denme un respiro! Hay otra opción: no
queremos salvar a todos los bancos, no queremos tanto dinero, así que paguemos
150.000 euros de esas hipotecas y cancelemos el resto de la deuda, 150.000. Los
Gobiernos tienen el poder para hacerlo. De ese modo, 150.000 euros no vuelven a
los bancos, limpias el sistema bancario y reduces la cantidad de dinero que
circula, que es algo positivo.
P: Pero no debe de ser tan fácil de hacer. Por ejemplo, la gente que alquila
se sentiría agraviada.
R: Habría que estudiar los números. La política económica es intentar mover
las cosas en una buena dirección. No significa hacer exactamente lo mismo en
cada sitio, ni significa que tengas que hacerlo todo a la vez. Resuelves
primero ese gran problema y luego haces un programa para alquileres de forma
que la gente pueda comprarse la casa que está alquilando. Se pueden hacer más
cosas. Por ejemplo, dar una renta mínima a la gente en vez de que tenga que
hacer colas para acceder a prestaciones, subsidios y ayudas, en vez de humillarla
examinando sus requisitos una y otra vez; ayudas que además resultan caras de
administrar… Muchos conservadores, liberales y socialdemócratas responsables
están de acuerdo en que sería mucho mejor una renta garantizada anual.
Supondría liberar a la sociedad, devolver a la gente el respeto por sí misma.
La gente humillada o marginada se sentiría parte de la sociedad. Es curioso,
pero hay mucha gente que está de acuerdo con estas ideas.
P: ¿Ah, sí?, ¿y dónde están esos conservadores y liberales que piensan así?
R: ¡En todas partes! No están entre los neoconservadores, pero sí entre
muchos conservadores. Muchos empresarios creen en esto. Pero como el debate se
pierde en los pequeños detalles y la idea dominante es que hay que reducir el
peso del Estado, nadie pone estas cuestiones sobre la mesa.
P: ¿Qué posibilidades hay de que algo como lo que relata se pueda llevar a
cabo?
R: Hay posibilidades, por supuesto; han sido posibles muchas otras cosas en
los últimos años. Por ejemplo: la clase directiva del sector privado ha
conseguido, presionando a los Gobiernos, regulaciones que han convertido el
fraude en algo legal. Ahí están esos consejeros delegados percibiendo bonus
y participaciones en las acciones, ganando millones cada año: ¡pero si solo son
gerentes! Están en el puesto por cinco años, se irán a jugar al golf cuando se
retiren, ¡no son nadie! ¡Nadie conoce sus nombres, no han hecho nada en
particular! ¿Deberían cobrar esos bonus cuando la empresa va mal? Ese no es el
debate. El debate es: ¿deben recibir bonus? ¡Si ya les han pagado! Han
usado su influencia para cambiar el sistema impositivo en todos los países para
no tener que pagar demasiados impuestos por esos bonus. Eso es fraude.
Probablemente, los dos ejemplos más evidentes de fraude desde la Segunda Guerra
Mundial son: el cambio en las disposiciones de ingresos de los directivos,
fraude evidente hecho legal, y la transferencia de la deuda privada de los
últimos años al sector público.
P: La Unión Europea está corroída por la deuda…
R: Hay quien plantea los eurobonos como solución a la crisis europea.
¿Estamos de broma? Yo digo: acabemos con la deuda. No pueden admitir que se han
equivocado, así que hacen como que los bonos son algo que les permite coger
toda la deuda, colocarla en los bonos y venderlos. Están colocando a la
civilización europea bajo el peso de una deuda que no existe. Si tuvieran algo
de imaginación y algo de coraje, convocarían una cumbre y dirían: sí, los
españoles han hecho mal esto, y los griegos han hecho cosas horribles con esto,
pero ninguno de nosotros es una parte inocente; ¿cómo podemos resetear
el reloj? Básicamente, vamos a envolver parte de esta deuda en un sobre,
escribiremos en el sobre la frase “Esto es muy importante”, lo pondremos en un
cajón, lo cerraremos y tiraremos la llave. ¡Hay que pasar página, hay que
superarlo! En vez de esto, están intentando volver a hacer lo mismo que vienen
haciendo durante años, pero como si no lo hicieran.
P: Una propuesta sorprendente…
R: La mía es responsable y honesta. Ellos están haciendo una propuesta
delirante e increíblemente complicada que no va a funcionar y que no nos lleva
a ningún sitio. Y en el camino hacen que la gente sufra. ¿Qué piensan que van a
decir los griegos cuando les reduzcan el salario mínimo en un 22%? Está claro
que esto es como una cuestión religiosa. Como la economía es la nueva religión,
han aplicado la moral a la economía. La deuda pública tiene peso moral, pero la
privada no. ¿Cómo se come eso? Este es uno de los fracasos de la globalización.
Si el sector privado se puede librar de la deuda, el sector público también.
P: Pero entonces, ¿qué pasa, que la deuda en realidad no existe?
R: La verdad es que no. El dinero es una convención. Un árbol es real, el
dinero es una convención. Los necios, cuando llega la crisis, están convencidos
de que el dinero es real. Enrique IV fue considerado como el Buen Rey porque
Francia estaba hundida por la deuda y la hizo desaparecer; a partir de ese
momento vivieron 250 años de prosperidad, por quitarse la deuda; Atenas
construyó toda su historia tras haberse librado de su deuda; el imperio
norteamericano está enteramente construido sobra una quita, se quitaron la
deuda de en medio cinco veces entre la guerra civil y 1929; la riqueza de
Estados Unidos a lo largo del siglo XX está enteramente construida sobre el
hecho de no haber pagado su deuda en 1929: tomaron dinero prestado en Europa,
en los mercados, y con eso construyeron ferrocarriles, carreteras, rascacielos
y tuvieron un colapso económico: quienes les dejaron dinero lo perdieron y
ellos se quedaron con sus infraestructuras. Estados Unidos vivió cinco colapsos
que al final le dejaron libre de su deuda y le permitieron convertirse en líder
a partir de 1935.
John Ralston Saúl es un hombre apasionado, un orador
nato. No es un anticapitalista. Se declara partidario de muchos de los
preceptos de Adam Smith, de la propiedad privada, del mercado, y también de los
servicios públicos. Dice que el capitalismo va a continuar. Pero considera que
la globalización ha hecho daño. Y señala algunos culpables en su libro. Cita a
la Sagrada Congregación para la Propagación de la Fe: economistas, directivos,
consultores y propagandistas, es decir, periodistas de economía: “Difundieron
la idea de que el comercio libre, la globalización y la búsqueda del
crecimiento eran el único camino a la prosperidad”, manifiesta.
El ensayista canadiense carga contra la llamada
generación del informe. Sostiene que el mundo está en manos de economistas y
empresarios de capacidades muy limitadas y que en muchos casos son “analfabetos
funcionales”. Gente que solo contempla el corto plazo.
“Los historiadores económicos son los intelectuales;
los macroeconómicos son los semiintelectuales que dieron forma a las ideas, y
luego están las abejas trabajadoras, que trabajan en lo micro, que no piensan y
solo hacen números. Se eliminó a los historiadores porque, una vez que tienes
la verdad, no quieres que el pasado sea examinado. Promocionaron a los semi intelectuales
a los altares. Y elevaron a los que solo hacen números”.
Dice que estamos en manos de estos últimos. Explica
que el apogeo de la globalización se produjo a mediados de los noventa, años en
que el comercio vivía días de máxima liberalización, los impuestos a las
grandes fortunas se difuminaban, las privatizaciones y la desregulación
campaban a sus anchas y la civilización occidental abrazaba la religión
neoliberal y adoraba el mercado global.
P: Usted ya viene alertando desde hace tiempo contra la globalización…
R: Se veían signos de que la globalización estaba llegando a su fin desde
1995. La globalización se está derrumbando por los defectos que contenía desde
el principio como programa ideológico-filosófico-social. Todavía estamos
viviendo sus consecuencias: si España se rompe, si Grecia deja de ser una
democracia, si en Canadá se producen problemas internos que la resquebrajan,
todo ello, en gran parte, será un resultado de la globalización. Yo soy un gran
admirador de Stiglitz y Krugman [en alusión a los dos reputados premios Nobel
de Economía], pero son dos economistas, y no lo pueden evitar, se fijan en los
detalles: habría que hacer esto, habría que hacer lo otro… Hacen bien, pero se
les escapa la cuestión principal, la naturaleza de lo que está pasando, la
naturaleza de la bestia llamada globalización.
P: Sostiene usted que la globalización se convirtió en religión, en dogma…
R: El Vaticano, en sus momentos de
gran poder, era religión de modo marginal; más bien era una cuestión de
política y de poder; con la globalización pasa algo similar: es algo económico,
de modo marginal; es una cuestión de política y de control, de poder; es un
modelo social, igual que la Iglesia católica lo fue o el imperio británico. Y
se rompe porque como modelo social no funciona y siembra la catástrofe por el
camino. En realidad, la globalización viene de un grupo de gente bastante
marginal que tomó unas viejas ideas de mediados del siglo XIX pasadas de moda.
Una de ellas era inglesa: el comercio libre, y la otra era el capitalismo de
bucaneros, que se remonta a finales del XIX en Inglaterra y Estados Unidos.
Unieron las dos cosas y dijeron: esta es una gran idea. Y no pensaron en las
consecuencias de la unión de esas dos ideas. En la crisis de los años setenta
estábamos con excedentes de producción, no se debía resolver el problema
incrementando el comercio, porque ya había demasiados bienes. Es decir, la
solución que encontraron para el problema era la contraria a lo que se
necesitaba. Llevamos 30 años de abrumadora mediocridad intelectual, sin sentido
de la historia, ni imaginación, ni creatividad, sin pensar qué estamos haciendo
y adónde vamos: una gran banalidad con tremendos resultados.
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