Publicado
en el blog de Alternativas Económicas el 27 de enero de 2013
Por Juan
Torres López
La situación en la que se encuentra la
economía española y la de otros países de la Eurozona es dramática. Se mire por donde se mire, permanecer en las
condiciones en las que estamos no puede llevarnos sino a un desastre de
consecuencias imprevisibles.
No se trata de ser catastrofistas sino de contemplar con
realismo lo que está sucediendo y de anticipar lo
que es previsible que venga detrás, a la vista de lo que ya ha
ocurrido en otros países que pasaron por
circunstancias parecidas a las nuestras.
Permanecer sin más en el euro y aplicar las políticas de austeridad va a destruir la actividad productiva y
a poner en las nubes la cifra de parados. Nos hundirá en la depresión durante años y hará que se vaya acumulando un
volumen de deuda insoportable que imposibilitará
cualquier tipo de cambio en el futuro inmediato. Seguir como estamos,
simplemente aguantar el chaparrón, es suicida y, a mi modo de
ver, la peor política posible.
La impresión generalizada es que no hay
alternativas a las imposiciones de Europa, que no queda más remedio que obedecer lo que dice la señora Merkel y aplicar sin rechistar lo que impone la Troika,
la Comisión Europea, el Banco Central
Europeo y el Fondo Monetario Internacional.
Es cierto que nuestra pertenencia a la Unión Monetaria supone un corsé
agobiante teniendo en cuenta la forma tan inadecuada en que conformó en su día. Y tan apretado que, a estas
alturas, sería muy difícil salir de él sin tener que soportar un
trauma social extraordinario (de hecho, ni siquiera está formalmente contemplado que un país abandone el euro) y costes económicos muy grandes.
Pero, incluso en el marco de ese estrecho corsé, hay posibilidades alternativas y caminos diferentes a los
que estamos siguiendo en España bajo el gobierno del Partido
Socialista primero y ahora del Partido Popular.
No me refiero aquí a políticas concretas o sectoriales, de las que me ocupé junto a Vicenç Navarro y Alberto Garzón en nuestro libro Hay alternativas. Propuestas para crear
empleo y bienestar social en España, sino a los grandes
escenarios en las que podría ser posible afrontar la parálisis económica en la que estamos como
consecuencia, sobre todo, del incremento de la deuda soberana y de la falta de
demanda y financiación que nos agobia.
En este sentido más general también hay alternativas diversas, de diferente naturaleza y
efectos, que incluso son compatibles con la pertenencia al euro. Me he ocupado
de alguna de ellas en los últimos artículos que vengo escribiendo, y ahora me voy a limitar a
mencionar las cinco que señalaba Ellen Brown hace unos
meses refiriéndose al caso griego (Greece
and the euro: fifty ways to leave your lover) y que creo que son perfectamente
extrapolables a nuestro país.
Una primera sería la emisión por parte del Banco de España
de una moneda complementaria al euro. Sería una moneda de curso legal
electrónica, cerrada, es decir, no convertible
en otras divisas y utilizada como paralela y complementaria del euro, solo en
los intercambios nacionales y que serviría para que se puedan realizar
las transacciones que ahora no se pueden llevar a cabo por insuficiencia de
euros.
Aunque su puesta en marcha presenta lógicas dificultades técnicas y legales, que son
comprensibles y evitables sin demasiados problemas, tendría grandes ventajas porque permitiría reducir el déficit comercial, bajar la
necesidad de financiación y su coste, y propiciar una
rápida recuperación de la liquidez interna para dinamizar la actividad
empresarial y el consumo.
Otra segunda vía sería que el propio Banco de España
fuese el que emitiese euros para financiar sin apenas coste al Estado y evitar
así que éste tenga que pagar unos intereses tan elevados como los
que han provocado el gran incremento de la deuda en los últimos años. Puede parecer una
posibilidad estrambótica pero lo cierto es que lo
permite la normativa que regula el funcionamiento del BCE y del Sistema Europeo
de Bancos Centrales, y que ya se ha utilizado en Irlanda. Si allí se permitió para salvar a los bancos
privados lo complicado sería justificar que no se haya
permitido para salvar a los países enteros.
La tercera es una vía que si no ha sido utilizada
ya es porque los gobiernos actúan o con una torpeza
gigantesca o con una enorme complicidad con los intereses privados más poderosos. Como es sabido, el Banco Central Europeo tiene
prohibido financiar a los gobiernos y eso es lo que ha obligado a estos últimos a endeudarse a altos tipos de interés en lugar de haberlo hecho sin apenas coste (España ha debido pagar en concepto de intereses unos 350.000
millones de euros de 1995 a 2011). Pero el artículo
123.1 del Tratado de Lisboa sí le permite financiar a las
entidades de crédito públicas, de modo que si se hubieran nacionalizado bancos o
cajas de ahorros podrían recurrir a la liquidez que
proporciona el BCE sin apenas coste (actualmente al 0,50%) y utilizarla, a
diferencia de lo que están haciendo los bancos privados
que la reciben a manos llenas, para proporcionar crédito a las empresas y consumidores.
El argumento que se da para no adoptar estas dos vías anteriores es que provocarían
inflación. Pero eso no tiene
fundamento. Si esa medida va acompañada de un plan efectivo de
recuperación económica no cabe temer que produzca alza de precios y, en todo
caso, no tiene por qué tener un efecto inflacionista
mayor que el que puede provocar el extraordinario incremento de la base
monetaria que se ha generado inyectando liquidez a los bancos privados.
La cuarta vía que propone Ellen Brown la
hemos defendido también otros muchos economistas y
organizaciones sociales: un impuesto sobre las transacciones financieras.
Algunos cálculos, como el del
investigador Simon Thorpe a partir de los datos del Banco Central Europeo
cifran el volumen total de transacciones financieras en Europa entendidas en el
más amplio sentido en 1.600
billones de euros (Total Eurozone Transactions in 2011: € 1.6 quadrillion) lo que da idea de la inmensa cantidad de
recursos que se podría obtener (además de otros efectos positivos de la medida) si se aplicase
incluso un impuesto moderado del 0,3 ó 0,5%.
Cualquiera de estas medidas o su combinación permitiría abordar y solucionar los
problemas que padecemos con mayor eficacia y desde luego con mucha más justicia. El mencionado Simon Thorpe pone el ejemplo de
Grecia y señala que si allí se crease una banca pública y esta recibiera
prestado del Banco Central Europeo al 1% el dinero suficiente para comprar la
deuda griega, podría amortizar ese préstamo en diez años solo con el rendimiento de un modesto impuesto del 0,3%
sobre las transacciones financieras. Es decir, sin necesidad de recurrir a los
dramáticos recortes y sacrificios
que se le están imponiendo a su población.
Finalmente, Ellen Brown indica que los pueblos también tienen como alternativa, y como derecho, el repudio de
una deuda que es verdaderamente odiosa si se tiene en cuenta que en gran parte
es el resultado de manipulaciones en los mercados o, simplemente, de no haber
tomado medidas como las que acabo de señalar y de las que ni
siquiera nadie puede decir que sean
contrarias a lo establecido en las normas que regulan la unión monetaria.
Es precisamente el hecho de que no se hayan tomado para
evitar fácilmente el sufrimiento de la
población y la ruina de las economías lo que demuestra que las políticas que se vienen imponiendo no se aplican porque sean
irremediables o no tengan alternativas sino porque lo que se desea es favorecer
con ellas a los grandes poderes financieros y empresariales. Así lo demuestra el resultado distributivo tan desigual que
vienen produciendo. Y de ahí, justamente, el carácter inmoral, odioso y repudiable de la deuda que generan.
Hay, pues, alternativas, no diré abundantes pero sí suficientes, que si se
pusieran en marcha podrían evitar los daños que están causando las políticas actuales de austeridad y recortes de derechos.
Nadie afirma que los caminos alternativos sean de fácil factura o que su implementación esté exenta de riesgos y
dificultades pero lo cierto es que están a nuestro alcance. Es
mentira que no los haya y que solo se pueda hacer lo que dictan los de arriba
por boca de la señora Merkel. Se podrían poner en marcha si hubiese voluntad política y eso demuestra una vez más que los problemas económicos
no tienen soluciones técnicas y neutras sino políticas que tienen más bien que ver con el poder y
con la democracia realmente existente.
Hace tiempo la revista INNOVATIA del IDE-CESEM publicó un artículo donde un profesor de economía, don Daniel Maganto Iniesta, hacía la misma propuesta que usted hace sobre emitir otra moneda paralela. La llamaba la PESETA EUROPEA. Buscando en internet son ya varias las referencias que encuentro sobre este tema. Sólo, como usted dice, torpeza o intereses oscuros evitan que se haya dado ya salida a la crisis.
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