Articulo
de David Page, basado en los dos libros, Crisis económicas en España. 1300-2012 (Alianza
Editorial) y España en crisis. La grandes
depresiones económicas, 1348-2012 (Pasado &
Presente)
De la crisis que propició
la peste negra en el siglo XIV a los años del hambre del primer
franquismo; de la depresión del XVII con los Austrias a
las subprime, la prima de riesgo y los rescates... Un repaso histórico por los peores momentos de la economía de España.
Cuando el común de los ciudadanos descubrió en verano de 2007 lo que era una hipoteca subprime y un año después implosionaba Lehman
Brothers, en España aún se presumía de tener una economía de Champions League. Un lustro después, el país va ya por su segunda recesión, la sociedad se ahoga con más
de seis millones de parados, las empresas salvan sus resultados sólo en función del peso de su negocio
internacional, la banca -antaño 'la más sólida del mundo' (Zapatero
dixit)- ha tenido que ser rescatada por Europa... y la recuperación no está y no se la espera al menos
hasta 2016. Esa España de Champions League se ha
convertido en uno de los patitos feos de la Unión
Europea.
Nadie duda de que la actual crisis es por su profundidad,
su persistencia y sus múltiples implicaciones un fenómeno histórico. Otras la precedieron.
Algunas más duras, y más duraderas. Ahora que tanto se habla aún de la herencia recibida, algunos historiadores siguen
buceando en el pasado, al margen de luchas partidistas, para desgranar las
herencias seculares que han llevado a nuestra economía a crecer o hundirse a lo largo de la historia. Dos libros
publicados casi simultáneamente repasan de la Edad
Media hasta (casi) anteayer los peores baches de la economía española: Crisis económicas en España. 1300-2012 (Alianza
Editorial) y España en crisis. La grandes
depresiones económicas, 1348-2012 (Pasado &
Presente). Dos títulos que no son redundantes,
sino complementarios, por sus diferentes enfoques: el primero analiza las
crisis agrupándolas por sectores (demográficas, agrarias, comerciales, industriales, financieras...)
y el segundo lo hace por fases cronológicas.
Cada tiempo tiene su crisis. Y conocerlas ayuda a
comprender la naturaleza de nuestra economía y también los porqués de la crisis actual. De la
depresión que propició la peste negra en la Edad Media a los años del hambre de la posguerra y el primer franquismo; de la
quiebra del antiguo régimen en la primera mitad del
XVIII a la crisis del petróleo y los problemas en la España de la transición a la democracia; de los
efectos de la Gran Depresión del 29 en la Segunda República a la prima de riesgo, los rescates de la UE y el
banco malo. De la mano de los dos títulos que coinciden hoy en las
librerías, un repaso histórico por los peores momentos económicos de España.
LA PESTE NEGRA Y LA GRAN DEPRESIÓN MEDIEVAL.
La gran crisis bajomedieval es considerada un punto de
inflexión a escala global (al menos lo
que se consideraba global en la época). En Europa la peste
negra supuso en el siglo XIV una debacle demográfica
que se llevó por delante entre un tercio y
la mitad de la población del continente, lo que
provocó un auténtico colapso de la actividad económica, hundiendo la producción
agraria y el consumo, así como la incipiente actividad
industrial y también el comercio. A escala
europea, además, la crisis supuso un
debilitamiento de las estructuras feudales. En España las características de la crisis fueron
particulares, y diferentes a las de los vecinos europeos.
Los efectos de la peste negra también se dejaron notar en la Península
Ibérica a partir de 1348, pero
con una incidencia muy desigual según las diferentes Españas, por lo que el impacto sobre la economía es también relativo (que no menor). No
obstante, ya antes incluso de la llegada de la peste negra a mediados de la
centuria, la Península había sufrido graves carestías
y hambrunas por malas cosechas. Y, además, en el caso español tuvieron una mayor relevancia en la profundidad de la
depresión bajomedieval las continuas
guerras, que provocaron una elevada carga fiscal para financiarlas y
posteriormente una imparable escalada de deuda. Las guerras no sólo impedían la normal actividad económica y comercial, asolaban cosechas y segaban vidas, sino
que también había que pagarlas. El resultado fue una enorme crisis de deuda
que acabó con varios entes de banca
privada en diferentes reinos y que, por ejemplo, derivó en la quiebra del Reino de Mallorca en 1405.
EL DURO SIGLO XVII ESPAÑOL.
La Guerra de los Treinta Años,
de 1618 a 1648, hizo tambalear la economía de toda Europa. Pero el caso
español se agravó, además de por varias epidemias que
socavaron las bases demográficas, por la insaciable política impositiva que los Austrias aplicaron para financiar
su política imperial. "El
formidable mecanismo de succión de recursos puesto a su
servicio entre las décadas de 1570 y 1660 tuvo un
papel estelar en el viraje hacia la crisis de la Corona de Castilla en el último cuarto del siglo XVI, en el deslizamiento hacia la
depresión en el primer tercio del XVII
y en la extrema lentitud de la recuperación posterior”, subraya José Antonio Sebastián, profesor de Historia Económica
de la Universidad Complutense de Madrid. Algunas estimaciones apuntan a que
durante el reinado de Felipe II se llegó a acumular deuda por valor
del 60% del PIB español a finales del XVI, un
porcentaje que seguiría creciendo durante décadas.
La escalada fiscal de los Austrias castigó a los productores agrícolas más productivos y los mercaderes más prósperos, en beneficio de la
nobleza y las oligarquías locales que financiaron la
aventura imperial y acabaron por tomar un progresivo y creciente control de las
tierras. Los cargos y prebendas que obtuvieron derivaron en un predominio de
actividades poco productivas, lo que acentuó
los efectos de la crisis y alejó las posibilidades de
recuperación. Y al tiempo, la monarquía realizaba cesiones de poder a cambio de deuda y la
fragmentación de la soberanía impedía una mayor integración de los mercados. "Sólo
cuando la monarquía de los Austrias renunció en el tratado de Westalia (1648) a sus aspiraciones territoriales
en Europa, pudo España iniciar el largo trayecto de
la recuperación. Degradada, eso sí, del rango de potencia europea al de nación periférica", sostienen los
profesores Francisco Comín y Mauro Hernández, editores de Crisis económicas
en España.
LA QUIEBRA DEL ANTIGUO RÉGIMEN.
El XIX español arrancó con dos crisis sucesivas de muy diferente carácter. La primera, de 1803 a 1805, fue una crisis aún de corte feudal, motivada por las malas cosechas y las
epidemias. La segunda, de 1808 a 1814, fue consecuencia de la Guerra de la
Independencia y se convirtió en la puntilla para las
instituciones del Antiguo Régimen. La guerra provocó un grave problema para las haciendas públicas, que en muchos casos no pudieron afrontar los
compromisos de deuda adquiridos para financiarla.
El resultado fue que muchos acreedores promovieron la
privatización de bienes y tierras. Una
suerte desamortización silenciosa e informal que,
como contrapartida positiva, acabó por elevar la productividad
una vez en otras manos y fomentaron el crecimiento económico entre 1815 y 1830. Un crecimiento más rápido, pero aún muy por detrás de los ritmos europeos; que
aún estaba basado en un modelo
muy tradicional en la mayoría de las regiones, que no
implicó un cambio estructural por no
apoyarse en un paralelo proceso de industrialización y urbanización, según recuerda Enrique Llopis, catedrático de la UCM, en España
en crisis. No obstante, "todo ello sentó
las bases para un periodo de cambios institucionales que, con números altibajos, culminaría
en la instauración de un régimen liberal y un sistema capitalista en torno a la década de 1840, que permitieron el surgimiento de un nuevo
modelo de crecimiento económico", apuntan Comín y Hernández.
LA PRIMERA CRISIS CAPITALISTA DE ESPAÑA.
España tuvo que esperar hasta bien
entrado el XIX para sufrir su primera crisis típicamente
capitalista. La de 1864-1874 fue 'por fin' una crisis financiera equiparable a
las que ya habían padecido los vecinos
europeos. Coincidiendo con otra crisis agraria, se empezaron a producir las
primeras quiebras de compañías ferroviarias en el país, lo que arrastró a muchos bancos que también quebraron y suspendieron pagos, ahogando el crédito tras años de especulación, burbujas y enorme captación
de capital externo. La liberalización bancaria había hecho que entre 1856 y 1865 el número de entidades bancarias pasara en el país de 13 a 58. La crisis financiera hizo que se volviera a
pasar a 14 bancos en 1874.
Unos años después la gran depresión de la primera globalización afectó de lleno a España entre 1882 y 1897. La fuerte caída de los precios agrarios internacionales provocó una importante crisis del sector en el país que también tuvo secuelas industriales y
financieras. La situación vino agravada, además, por la deuda pública emitida para financiar
las guerras coloniales, muy singularmente la de Cuba. De la crisis se salió con una fuerte depreciación
de la peseta, con proteccionismo arancelario y la repatriación de capitales de las colonias perdidas, lo que sirvió de base para crear grandes bancos e impulsar las empresas
que se embarcarían en la segunda industrialización.
LA GRAN DEPRESIÓN Y LA SEGUNDA REPÚBLICA.
La gran depresión internacional que siguió al crash del 29 afectó de una manera muy particular,
al menos por su menor intensidad, a la economía
de la naciente Segunda República. "La recesión económica coetánea de la Segunda República fue similar a la sufrida
por las democracias europeas, aunque menos profunda y más corta, pues en 1935 ya se había acabado. No puede hablarse de gran depresión en la España de los treinta",
sostiene Francisco Comín, catedrático de la Universidad de Alcalá y que participa como autor en ambos libros. Paradójicamente, el atraso de una economía española aún basada en la agricultura tradicional, el subdesarrollo de
su sector bancario y su poca apertura sirvieron de escudo para paliar el
contagio de la crisis internacional.
Los gobiernos republicanos se valieron de instrumentos
convencionales para combatir la depresión coyuntural (medidas
proteccionistas) pero lo hicieron tarde y con poca convicción, por lo que el contagio, aunque menor, no se evitó. "Aunque los factores políticos no crearon la depresión
de la economía, contribuyeron a agravarla.
Aunque el estallido de la crisis económica fue previo a la
proclamación de la Segunda República, las reformas republicanas contribuyeron a la inestabilidad
política, pero también lo hicieron la beligerancia de las derechas, las
patronales y los sindicatos", apunta Comín.
LA POSGUERRA, LA AUTARQUÍA
Y LOS AÑOS DEL HAMBRE.
La mayor catástrofe económica de la historia de España
arrancó con la guerra civil y pervivió hasta casi 1960 por las equivocadas políticas que la dictadura franquista aplicó hasta entonces. El nuevo régimen
salido de la guerra trató de erigirse en único actor de la economía,
de sustituir toda la acción del mercado por una intervención total del Estado. El Estado lo ocupaba todo, y esta política castiza sólo provocó escasez y mercado negro por la caída de la producción. Y en paralelo, la apuesta
por la autarquía prohibió importaciones de bienes y servicios, se restringieron las
inversiones extranjeros y se nacionalizaron algunas multinacionales.
"La dictadura franquista siguió aplicando las políticas económicas de guerra que habían
implementado las potencia fascistas durante la segunda guerra mundial. En
aquella política autárquica y castiza está el origen de la profunda
crisis económica de la posguerra. La de
los cuarenta fue la auténtica gran depresión española del siglo XX. En la
autarquía España sí que fue diferente",
sentencia el profesor Comín. El resultado de esa
desastrosa política económica fue reducir el PIB per cápita
por debajo del nivel de 1929 hasta finales de la década de los cincuenta, cuando se iniciaron los primeros
pasos hacia la apertura que acabarían por provocar el famoso
salto de la alpargata al 600.
LA CRISIS DEL PETRÓLEO, EL OCASO DE LA DICTADURA
Y LA TRANSICIÓN.
Factores internacionales e internos volvieron a poner en un
brete a la economía española entre 1975 y 1985. La crisis del petróleo en 1973 y el colapso del sistema monetario
internacional de Bretton Woods en 1979 coincidieron con una etapa de profunda
inestabilidad política en el ámbito nacional por los últimos
años de la dictadura y los
albores de la nueva democracia. "Fue la primera crisis realmente moderna
de la economía española: básicamente industrial y de
servicios, en un contexto de creciente libertad económica y en la que un problema monetario, la inflación adquirió un gran protagonismo",
explican Hernández y Comín.
Los últimos gobiernos de Franco
tardaron en reaccionar ante la crisis del petróleo
y los primeros de la democracia estaban más centrados en la transición política que en los vaivenes económicos. El resultado fue un freno del PIB per cápita, desequilibrios presupuestos, fuertes crisis
industrial y energética, alta inflación, desempleo creciente... También hubo una importante crisis bancaria que llevó a las entidades a desprenderse de sus carteras
industriales y empezar a centrarse en la banca minorista y los préstamos hipotecarios, abonando el terreno para la aparición de los problemas financieros actuales.
El intento de salida de la crisis se encarnó en los Pactos de la Moncloa, de 1977, que impusieron
sacrificios a los ciudadanos a cambio del establecimiento del Estado del
Bienestar y que apuntaban unas reformas estructurales que patronal y/o
sindicatos, según el caso, se encargaron de
descafeinar o frenar. Unas reformas (laboral, de la Administración, de la representación política...) que algunos expertos ven aún hoy pendientes. "Éste
es quizás, visto en perspectiva, el
legado más negativo de los años de la transición. La larga dictadura nos dejó en herencia una economía
en muchos aspectos desequilibrada", sentencia Carles Sudrià, profesor de la Universidad de Barcelona.
EL SIGLO XXI Y LA NUEVA GRAN DEPRESIÓN.
La entrada en la CEE abrió
una etapa de crecimiento que duró dos décadas. De 1985 a 2007 España
vivió una edad de oro de expansión casi ininterrumpida; con la única excepción de la crisis de 1992-1993,
una crisis corta y que el Gobierno solventó con un plan de estabilización al uso y las tradicionales devaluaciones de la peseta. La
que estalló en 2007 y se arrastra hasta
hoy (sin pistas certeras de cuándo terminará) se trata de la primera crisis que enfrenta España como una economía realmente abierta al
exterior y un sistema financiero liberalizado y homologable a los de otras
naciones desarrolladas. Y el resultado está siendo una de las depresiones
más profundas de nuestra
historia.
Los años de crecimiento continuo
engordaron el caldo en que fue cocinándose la gran crisis. La desregulación bancaria a uno y otro lado del Atlántico y la internacionalización
de la operativa de los bancos españoles facilitaron una burbuja
crediticia que derivó en muchos casos en una
relajación de la ortodoxia en sus prácticas. Hubo en España una verdadera adicción al crédito, aprovechando que por
primera vez en su historia el país se financiaba al mismo tipo
de interés que Alemania y por la
necesidad de cubrir con capital exterior los enormes déficits de la balanza de pagos. Y de la mano de la burbuja
financiera vino la burbuja de la construcción,
respaldada por la enorme oferta de suelo que propició la desregulación y la deficiente financiación local (amén de la corrupción); por la demanda de vivienda (principal activo en cartera
de los españoles y asequible gracias al crédito); y por la insaciable inversión en infraestructuras públicas
no siempre necesarias e impulsadas principalmente por la financiación de las cajas de ahorros.
Los bancos españoles en un principio
parecieron soportar bien la crisis que ya sufrían
sus hermanos norteamericanos y europeos, fruto de la regulación que el Banco de España había impulsado para alejarlos de las hipotecas basura de EEUU
y para que contaran con reservas genéricas (unas reservas que
fueron insuficientes y que, además, empezaron a relajarse en
2005 con permiso del Gobierno). No obstante, los balances de los bancos
contaban con grandes cantidades de pasivos que eran préstamos a corto plazo y que tras el colapso del mercado
interbancario les obligaron a reducir el crédito.
Con el grifo del crédito cerrado, la burbuja de la
construcción empezó a explotar y, con ello, a desatarse un imparable
incremento del paro (que aún perdura: vamos ya por los
6,2 millones de parados). La crisis bancaria finalmente derivó, pese a los parches y paños
calientes que los gobiernos pusieron para aplazarlo, en un rescate del sistema
financiero español por parte de la UE el
pasado año. Y tras los intentos por
evitarlo, al final el Gobierno ha acabado por crear un 'banco malo' para acoger
los activos tóxicos inmobiliarios que
acumulaban las entidades en sus balances.
Entretanto, la recesión ha estrujado al máximo las cuentas públicas, que han pasado del
superávit precrisis a un déficit histórico que aún no se ha conseguido embridar. Y España ha pasado por una auténtica
travesía del desierto en forma de
crisis de deuda (veremos si ya solventada), con primas de riesgo absolutamente
desatadas y que hoy parecen templarse. "Aunque el Gobierno intentaba
mantener la ficción, las condiciones impuestas
por la UE para el mero anuncio del rescate bancario y la compra de deuda pública implicaban una intervención en toda regla de la política
económica española", sostienen los editores de Crisis económicas en España. "España no sólo había cedido la soberanía monetaria, al entrar en el
euro, sino también la soberanía de la política económica", apuntan los expertos, que vinculan esta
circunstancia con la actual política de recortes del gasto
para contener el déficit y con las reformas
estructurales que estarían por llegar.
EPÍLOGO: Las crisis y los
cambios.
Las grandes crisis suelen ser causa, o al menos acicate, de
cambios sustanciales de los sistemas económicos y también políticos. Pura catarsis,
destrucción creativa o un mero ejercicio
de hacer de la necesidad virtud, tanto da; crisis y cambios siempre vienen de
la mano. La gran depresión bajomedieval contribuyó al nacimiento del estado moderno en Europa, no tanto en
España; las crisis de la primera
mitad del XIX sirvieron para asentar el modelo capitalista en España; la crisis de los treinta y siguientes convulsionó el sistema político con la caída de la monarquía, la llegada de la república y el establecimiento de una dictadura; la
liberalización de la economía posterior propició el Estado del Bienestar...
Está por ver cuáles son los cambios de calado que propiciará la gran depresión de este convulso inicio del
siglo XXI. Para algunos, una oportunidad. Para otros, una temida amenaza. ¿Cara o cruz?
No hay comentarios:
Publicar un comentario