Alejandro
Nadal – Consejo Científico de ATTAC España, articulo publicado en La
Jornada.
Hace cuarenta años, en enero de 1973, se aprobó una nueva ley para el banco central en Francia. La ley
73-7 del Banco de Francia contenía disposiciones críticas sobre la independencia del instituto monetario. Su
artículo 25 es especialmente
relevante por el giro que ha tomado la crisis en Europa. Dicho precepto prohibía al Banco de Francia otorgar financiamiento al gobierno.
Esta regla representó una transformación histórica de gran calado y dejó al Estado a merced del sistema bancario internacional. En
lugar de utilizar la capacidad de creación monetaria del banco central,
el gobierno francés se embarcó en un nuevo camino que estaría
marcado por grandes dificultades. Incidentalmente, cuando la ley se aprobó el presidente francés era Georges Pompidou, quien
fue director de la Banca Rothschild entre 1956 y 1962, hecho que levantó muchas sospechas sobre los motivos para aprobar la nueva
ley del banco de Francia.
La ley francesa fue precursora en el largo proceso de
desregulación financiera que comenzó en la década de los setenta. Muchos
otros países adoptarían el mismo principio en los años siguientes, aunque las modalidades específicas en cada caso fueron cambiando. El entorno económico que rodeó este acontecimiento estuvo
marcado por la decisión del entonces presidente
Nixon en 1971 de suspender las operaciones de compra y venta de oro por parte
del tesoro estadounidense. Esa medida terminó
con los días de la convertibilidad del dólar y destruyó el sistema de Bretton Woods
de tipos de cambio fijos establecido en 1944. Poco tiempo después, el secretario del Tesoro, John Connally, escandalizó a un grupo de líderes europeos preocupados por
que el nuevo régimen para el dólar podría transmitir la inflación de Estados Unidos a Europa. Connally les espetó: Es nuestra divisa, pero es su problema. Evidentemente eso
no ayudó a tranquilizar a los
financieros y banqueros europeos.
El derrumbe de Bretton Woods trajo aparejadas grandes
transformaciones en el sistema financiero. El nuevo régimen de tipos de cambio flexibles representaba un riesgo
importante para cualquier inversionista que ahora podría sufrir pérdidas por las variaciones en
las paridades. Pero al mismo tiempo, dicho sistema abría grandes oportunidades para la especulación en los mercados de divisas. Para protegerse de los nuevos
riesgos y aprovechar las oportunidades de especulación se necesitaba una importante desregulación financiera y, en especial, se requería abolir las restricciones a los flujos de capital entre países. Esto era indispensable para realizar arbitrajes que
harían posible obtener ganancias
derivadas de los diferenciales en tasas de interés,
inflación y movimientos en las
paridades.
Las operaciones internacionales de la banca hicieron cada
vez más difícil la tarea de regular la oferta monetaria por parte de
los bancos centrales. Las restricciones sobre topes en tasas de interés, composición de la cartera de préstamos y los requisitos de reservas y encaje legal eran
ahora fácilmente evadidos y se prefirió eliminarlos poco a poco. En ese contexto también se consideró necesario cambiar el régimen legal de los bancos centrales y pronto se comenzó a manejar la idea de que era necesario hacerlos autónomos para protegerlos de los políticos y evitar la monetización
de los déficit en el gasto público. También se dijo que esto permitiría a los bancos centrales preservar la estabilidad de
precios. Ahora sabemos que nunca existió la estabilidad macroeconómica, pero a finales de la década
de los ochenta la retórica sobre independencia del
banco central era machacada en la prensa, como si la mencionada autonomía representara el remedio para todos los males del sistema
económico.
Al concretarse la unión monetaria en Europa, las
leyes nacionales sobre autonomía del banco central fueron
remplazadas por el artículo 104 del tratado de
Maastricht y el artículo 123 del tratado de
Lisboa. Estas disposiciones prohíben de manera explícita cualquier tipo de créditos
por el Banco Central Europeo y por los bancos centrales nacionales a los
gobiernos y autoridades regionales o locales de los países miembros. Y este tipo de restricciones no se limita a
los países europeos. Un estudio reciente
del Fondo Monetario Internacional revela que en dos terceras partes de una
muestra de 152 países el banco central tiene
prohibido hacer préstamos al gobierno. De este
modo se acabó por someter a las finanzas públicas al escandaloso sistema que permite a los bancos
privados crear dinero de la nada, prestarlo y cobrar intereses.
El resultado ha sido la colosal expansión en el pago de intereses de los gobiernos a los bancos
privados. Datos de Eurostat revelan que los países
de la Unión Europea destinaron más de 370 mil millones de euros a pagar intereses a bancos
comerciales en 2011, lo que equivale a 2.9 por ciento del PIB de la UE. La
autonomía de los bancos centrales es
un espejismo detrás del cual se esconde la
subordinación de las finanzas públicas a la banca comercial.
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