Articulo
en Publico, de fecha 03 junio 2013
Vicenc
Navarro, Catedrático de Políticas Públicas. Universidad Pompeu
Fabra y Profesor de Public Policy. The Johns Hopkins University
En la discusión actual sobre la supuesta
inviabilidad del sistema de pensiones públicas se está haciendo toda una serie de aseveraciones, reproducidas
algunas de ellas por la llamada Comisión de Expertos sobre las
Pensiones, que requieren una reconsideración a la luz de la evidencia
existente. En tal discusión se asumen erróneamente varias suposiciones, presentándolas como hechos y realidades, cuando en realidad la
evidencia científica existente las cuestiona.
Entre ellas están las siguientes
declaraciones:
1. El hecho de que la esperanza de vida de los españoles haya crecido seis años
en los últimos treinta años quiere decir que las personas ancianas viven seis años más. Esto no es así. Hay que saber cómo se calcula la esperanza de
vida. Si España, por ejemplo, tuviera solo
dos ciudadanos, uno la Sra. García, que vive hasta que tiene 80
años, y otro, el pequeño Juanito, que muere al poco de nacer, entonces la
esperanza de vida promedio de España sería (80+0)/2=40 años. Suponga el lector que
treinta años más tarde España continuara teniendo solo dos
ciudadanos. Uno la Sra. Pérez que, como la Sra. García, muere a los 80 años, y el otro ciudadano,
Manuel, que vive hasta los 20 años. La esperanza de vida de
esta España reciente sería de (80+20)/2=50 años, es decir, diez años más que la España de ayer. Pero esto no quiere decir, como constantemente
se malinterpreta, que la Sra. Pérez viva diez años más. En realidad, continúa muriendo a los 80 años. Lo que ocurre es que el
bebé que moría antes, ahora ya no muere y vive 20 años más.
Y esto es lo que ha ocurrido en España, la mortalidad infantil ha estado bajando mucho (lo cual
ha estado ocurriendo también en la mayoría de países de la Unión Europea) y con ello la esperanza de vida (que es el
promedio de años de vida que el ciudadano
medio vivirá) ha subido. Pero el aumento
de la esperanza de vida no repercute automáticamente en el mismo aumento
de años de vida de los ancianos.
2. Como consecuencia de que las personas vivan más años, existe la necesidad de que
también trabajen más años. Si viven seis años más, deberían trabajar seis años más. Este supuesto ignora la enorme variabilidad en las tasas
de mortalidad que existe en España entre las personas
pertenecientes a distintas clases sociales. Un catedrático de Universidad, por ejemplo, es probable que viva
siete años más que la mujer de la limpieza de la Universidad en la que él trabaja. Es una medida profundamente injusta exigir a la
segunda persona –la mujer de la limpieza- que
trabaje dos años más (y algunos están incluso hablando de cinco años más) para pagarle la pensión al primero –al catedrático-. El retraso indiscriminado de la edad de jubilación es profundamente injusto. Y es, sin embargo, el criterio
que se está utilizando y promoviendo.
Hoy, en España, la persona del decil
superior de renta vive diez años más que la persona del decil inferior. Hacer una propuesta “igual para todos” sin tener en cuenta la enorme
desigualdad de condiciones de vida y muerte debería
ser rechazado por inmoral y antidemocrático.
3. A mayores años de vida adicionales de la población, mayor es su capacidad y obligación de trabajar. Esta observación,
derivada de la anterior, continúa ignorando que no solo la
esperanza de vida varía mucho según la clase social, sino también
su calidad de vida. La calidad de vida de los años
añadidos a la longevidad de una
persona jubilada varía también de una manera muy evidente y clara según el tipo de trabajo y empleo (y, por lo tanto, de clase
social del individuo) que ha tenido durante su vida laboral. A menor nivel de
renta de la persona, y a menor autonomía, creatividad y condiciones
satisfactorias del trabajo y empleo que la persona haya desarrollado, mayor es
la discapacidad y limitaciones “propias de la edad”, con menor deseo de continuar su trabajo. De esta realidad
se deriva el principio aplicado en muchos países
–pero no en España- de que la jubilación es un derecho más que una obligación. Para la mujer de la
limpieza es una bendición el poder dejar de trabajar.
Pero no así para un catedrático, o para un médico, o para un profesional
que goza en su trabajo. La aplicación del principio de considerar
la jubilación como un derecho (como ocurre
ya en muchos países a los dos lados del Atlántico) implica el derecho a que no haya obligación de jubilarse. Como profesor de Hopkins yo no tengo el
deber de jubilarme. Siempre y cuando el trabajo esté al nivel que se exige de un profesor de universidad, la
institución no puede jubilarme, como
resultado de la ley que prohíbe la discriminación a los ancianos (una ley, por cierto, que sería muy necesaria en España,
donde la discriminación en contra de los ancianos es
muy acentuada).
4. El mayor problema que determina la necesidad de reformar
el sistema de pensiones es el demográfico. A más gente anciana que vive más
años y menos gente joven, mayor
será el problema de la financiación. Esto no es así, pues se ignoran muchas
realidades. En los sistemas de financiación a base de contribuciones
sobre el trabajo (las cotizaciones sociales), el escenario no consiste en jóvenes versus ancianos, sino en trabajadores versus
pensionistas. E incluso más importante es la cantidad de
la aportación, que depende del salario y
de la productividad. De la misma manera que ahora el 2% de la población que trabaja en agricultura produce más alimentos de los que producía
el 18% que trabaja en el campo hace cuarenta años,
un trabajador dentro de cuarenta años producirá y contribuirá muchas veces lo que produce y
contribuye un trabajador ahora. En realidad, el mayor problema que tiene el
sistema de financiación actual de las pensiones no
es el demográfico, sino el laboral, es
decir, el escaso porcentaje de puestos de trabajo, consecuencia, en parte (no
de la siempre supuesta rigidez del mercado laboral) de la escasísima producción de puestos de trabajo (e
incluso más escasa producción de buenos puestos de trabajo) resultado de un escaso
desarrollo de la infraestructura social y humana del país. Si España tuviera el mismo porcentaje
de la población adulta trabajando en los
servicios del Estado del Bienestar que tiene Suecia, España tendría cinco millones más de puestos de trabajo. Es esta escasez de puestos de
trabajo el problema de las pensiones contributivas, tema que ni está ni se espera en la citada Comisión. Es lamentable que la solución que predeciblemente aparece como más factible sea la reducción
de las prestaciones en lugar de aumentar los recursos para mantenerlas e
incluso expandirlas.
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